Previo a caer el telón y apagarse las luces. Parecía un sueño.
El sol, despidiéndose, dejando a la luna por testigo. Los abuelos a la fresquita. Playa, helados, bicicletas, primos y amigos por las calles. Volví a aquel verano. Esa noche supe de qué hacer mi obra: Tierna infancia olvidada.
Pero cayó el telón y se apagaron las luces.
– ¿Recuerdas qué bien lo pasábamos en la casa de la abuela?
+ Fueron buenos tiempos…
– Mírala ahora abandonada y tapiada…
+ Malditas herencias que rompen familias…
Un haz de luz era lo único que entraba por un resquicio perdido de tu muralla. Miraba, sin saber qué ni dónde, sólo la oscuridad hizo posible verme.
Martilleaba con fuerza tu muro… Uno, dos y tres y seguí sumida en la penumbra y la angustia de tu fortaleza
Ladrillo a ladrillo, como en la vida, se fue cerrando esa puerta.
Por dentro lleno de recuerdos, por fuera el abandono a la vista.
Parece que no hay salida, tal vez no haya ni entrada; se esfuma el pasillo, la cocina y las ventanas.
Recuerdos tristes de un hogar, Dulce hogar.
Dicen vuestros espirituales que Dios cierra una puerta y abre una ventana. Lo que no pensaba era que los apóstoles eran una cuadrilla que enfoscan y ponen ladrillos mejor que predican.
¿No hablan los entendidos de que la cantera tiene que tirar la puerta para jugar en el primer equipo? Pues llamen a Pablo Blanco y que haga una demostración de cómo se hace…
¿Lamentarse? Abandona el muro, no hay manera y sal a navegar buscando nuevos proyectos, nuevos puertos,… tu felicidad.
Nunca se atrevió a entrar
tras su marcha sin previo aviso.
Nunca lo entendió, sin más,
en ese momento preciso.
Ahora no lo hará, no podrá,
su alma no le da permiso.
Ahora solo puede mirar,
lamentando ser tan indeciso.
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