Si la maquinaria de tu memoria comienza a fallar, sin tener edad para hacerlo, sientes que tú cabeza es una olla exprés a punto de estallar, si te vas y vienes y no recuerdas para o por qué, si tienes tantas ideas, tanto pendiente, que sientes cómo pelean por salir de ahí dentro a empujones… No creas que te estás volviendo loca, o que ya no eres lo que eras hace unos años, no caigas en temer un deterioro cognitivo de libro… Sólo para. En ese instante pasado de rosca, respira. No te voy a pedir que te centres, no es posible, ni lo intentes siquiera, sólo cierra los ojos, inspira profundo y exhala el aire de tus pulmones hasta que los botes vacíos.
Tampoco te voy a pedir que dejes la mente en blanco, porque después de más de treinta años, jamás lo conseguí y a lo más que he aspirado es a imaginar un folio vacío que empiezas a dibujar con una lluvia de ideas en tropel.
No hagas nada, apoya la cabeza, que descanse tu cuello y tu cuerpo un instante, resetea o actualiza tu disco duro, siente cada parte de tu cuerpo como un ente externo a ti, y vuelve a parar para poder seguir adelante…
Estos niveles de estrés, el ritmo de vida extenuante que hoy por hoy es el pan nuestro de cada día, hace que no seas capaz de planificar ni pensar con claridad, conocido como neblina mental. Incapaz de recordar cosas esenciales, levantarte sin saber para qué, iniciar algo y dejarlo a medias porque en ese preciso instante recuerdas que tienes que hacer algo más. Ese desorden caótico que no te deja avanzar y te sientes impotente, poco efectiva y resolutiva… Es el resultado de querer abarcar todo de un golpe.
No te dejes engañar, que no te vendan la moto de Superwoman, supermummy, supertrabajadora, la eficiente, la ordenada, la capaz… Sólo somos personas, seres humanos que intentan demostrarse a sí mismas que tienen que superarse cada día… Pero a veces la maquinaria falla y el cuerpo habla, porque si éste calla será la mente quien lo haga.
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