Con el objetivo puesto en encontrar la verdad en las palabras que escuchaba, se refugió en las miradas de aquellos que con sus historias le abrumaban.
La mirada compuesta por los ojos, la frente, la nariz, los pómulos y la boca. La verdadera mirada, sin un ápice de desvirtualización ni gestos fuera de contexto, está en todos ellos, juntos y por separado.
Se encuentra alejada de las falsas verdades, de las dobles caras y de los discursos vacíos que ni con adornos se comprometen.
Si es, es. Si no puede ser, no puede ser, pero no se deja en manos de la mentira.
Absurdas caretas que no ocultan nada, porque todas llevan agujeros en los ojos, nariz y boca. Y tras ellos, están las miradas, y ellas nunca mienten. Porque son el conducto que une tu verdad con el mundo.
Cuando uno dice la verdad, no importan las palabras. Está todo dicho, todo listo. El acuerdo irrompible entre dos miradas cómplices va más allá de un apretón de manos o una firma en un folio reciclado.
Miran, luego nos miramos…
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