El uno junto al otro en un sofá, y aún así alejados a kilómetros. No hay palabras ni miradas, ni siquiera muérdago que los una en un beso. Nada, no hay nada
Dejó de existir la complicidad a la vez que sus ganas de intentarlo más. Dos compañeros de piso que dejaron de rozarse y acariciarse furtivamente hace mucho tiempo, pero ahí seguían…
Compartiendo techo, cama y hogar, sin que éste lo fuera hace mucho. Se acostumbraron a vivir el uno con el otro, teniendo a la soledad por compañera.
Miraban al pasado de vez en cuando, y afloraban tímidamente aquellos sentimientos que un día los enamoró, los miraban con nostalgia y con pena sin tener una explicación sobre en qué habían convertido sus vidas. No había paso al frente, ni charlas, ni sonrisas, aunque fueran forzadas. Sólo un silencio ensordecedor que nunca callaba.
Ella escribía para apagar su sed y necesidad de desahogarse, él seguía a sus cosas con la mente puesta en lo que hacía, sin dejar un lugar dentro de si mismo para añorar sentimientos.
La casa que en algún momento fue el cimiento de lo que construyeron juntos se convirtió en una cárcel de Pladur, fría e inhóspita sin cabida para el calor.
Todo un remolino de sentimientos que desvanecían cada mañana al abrir las ventanas, y así hasta la eternidad.
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