Parece un acto que está ahí, que nos mantiene vivos, con el resto del organismo funcionando correctamente.
A priori podríamos decir que es un mecanismo biológico que introduce todo el oxígeno que podemos necesitar y extrae del mismo el dióxido de carbono que no procesamos y poco más, pero… ¡qué bien sienta respirar aire puro! ¡Qué necesidad de respirar profundamente!
No basta con todo ni con nada de lo anterior, respirar es una terapia, un momento de felicidad, un mecanismo de autoayuda, de control de caracteres para mantener nuestros impulsos controlados.
Los trastornos obligados del día a día, de este maldito y bendito día a día que nos ha tocado, fuerzan la máquina hasta llevarnos a la extenuación en cada momento y finalizar los días con menos batería que tu iPhone, que el pobre está echando humo…
La ciudad, el ruido, tráfico, estrés, el estrés de los demás, el estrés que estresa a los demás y que te llega, más ruido, más velocidad, más cosas por resolver mientras resuelves otras tantas que aparentemente estaban ya resueltas y que hay que reresolver porque el estrés de los demás no les permite gestionar y resolver de primeras y así, hasta que se apagan los teléfonos y el sofá se convierte en diván, con suerte en tu salón se apacigua la luz y lo tenue contrasta con algo movidito en la tele que te ayude a distraer a tu ya seco coco.
¿De verdad crees que no necesitas respirar?
Una escapada en soledad, tú contigo mismo, yo conmigo mismo… y no hace falta ir muy lejos, no, a veces basta con media hora y un café en un rincón “silencioso”, con poca gente y dedicarte un ratito a tus cosas, esas que decía el filósofo que llena nuestras almas.
Se acaba y todo comienza nuevamente al mismo frenético ritmo que sin desbordar satura y en sí te pilla en fuera de juego mentalmente y no hay opciones de mirar al VAR, ¡respira! Respira y cuenta hasta varios millones,…
¿Otro café?
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