Es ese momento en que el sueño me sorprende como un ladrón en mi propia casa, cuando he apagado las luces y los artilugios electrónicos. Entonces me recuesto en el canapé y me echo a dormir para disfrutar del silencio de las primeras horas nocturnas.
Ventana
Sentada en la cama, el tiempo pasa.
Su universo: una ventana
Su mundo: una habitación.
Horas, días, meses, años,….el tiempo infinito.
Y las voces de su cabeza que gritan con cada segundo en el que le es negado el don de la palabra.
Ver a ratos. Luces, sombras…y no ver, porque la vista está velada.
Desde su mundo dominado por el ictus, encerrada en una cárcel de carne y huesos inánime.
Desde la hora más excesiva, acústicamente hablando, al conticinio.
Todo, frente a esa ventana.
La Renacida
I
Esperó al conticinio. Sabía que entonces se verían también mejor las estrellas.
II
Plateada como el aluminio,
por la ventana se asomó,
durante el momento del conticinio,
como diosa se erigió.
III
El mejor momento para su lectura, para sus sesos caer en la locura.
I
Genocidio como medida cautelar para alcanzar el tan necesario conticinio antes de perder el raciocinio.
II
Si aluminio es Al, ¿qué pensará el cobalto si digo que conticinio es Co?
III
Una vez se ha consumado el latrocinio del patrocinio, solo aguardó la llegada del conticinio.
IV
Conticinio o exterminio, tú decides.
V
Dominio sin vaticinio, minio nimio… juego de palabras en la paz de la noche.
Cae la noche, en mi azaroso destino, a la luz de una vieja bombilla incandescente tiendo mis cartones, coloco mis posesiones, me pongo cómodo para evitar lesiones y doy rienda suelta a las palabras y al vino. De cartón. Como mis aposentos.
Sevilla, el reino de la noche primaveral donde el olor a azahar es perfume embriagador. Una plazuela ajena al gentío donde solo es protagonista el fluir del agua y un lejano trinar. Conticinio de paz en este contubernio de vocablos silenciosos.
Tuve una larga conversación. Yo conmigo. El lenguaje de la noche dio para mucho. Hubo un lapso de tiempo donde pude escuchar el mismo silencio. Llámenme loco, pero fue portentoso. Confieso volver a volver…
A Clara le gustaba visitar el cementerio durante la noche, el conticinio le permitía hablar hasta el agotamiento sin molestar a nadie, y aunque estaba cansada, no podía olvidar que era el día del padre, por lo que en esta ocasión la visita era obligada.
Se viste. De negro, como siempre. Su gorra nueva le queda perfecta. Revisa la mochila: guantes, agua, unas barritas energéticas (nunca sabe cuánto tiempo deberá aguardar). Le falta una última cosa. Esta noche se lleva esa. Es suave al tacto, blanda y resistente. Sí el conticinio pide cuerda.
El conticinio se adueñó de la gran casa de campo, de sus jardines y de lo que había más allá de la tapia. En ese momento, y no antes, los pensamientos empezaron a enmarañar en su cabeza, a enredarle. Y sólo unos minutos después, agarraba la soga con la que su amigo se ahorcó y salía por la puerta.
La luz apagada, termino de recoger y por fin me recuesto en la almohada. Te escucho, te disfruto mientras leo una novela y me dejo llevar por tu arrolladora presencia mientras Morfeo viene por mi una noche más.
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Resultado: «Esta palabra y su significado no existen»
Relatan una fábula, que pocos creen,
en la que existe un momento,
en la noche, que de ruido está exento.
Sólo hay silencio, pero que ni ellos ven.
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