Llega la noche y los que saben de mis andanzas ya conocen los largos paseos de este mendigo buscando cobijo para pasar una más. Unos cartones, con suerte un par de paredes para resguardarte un poco del frío y si el día ha sido festivo, mi cartón de vino.
En ocasiones, uno camina a sabiendas de lo que va a a encontrarse y en la infinitud máxima, cada paso es el primero y el último y en nuestro agradecido desconocimiento, damos otro, y otro y repetimos el proceso sin raciocinio y sin una mijita de sentido. ¿Hacia dónde caminas? ¿Cuál es tu meta, tu objetivo?
Preguntas cuasi retóricas porque la maratón en la que te apuntaron de pequeño llamada vida, tiene etapas que no permiten ni el adecuado avituallamiento. Llegas, suertudo tú, crees que es la meta, ingenuo de ti, y vuelta a empezar. El día de la marmota le llaman, ¿no?
Yo, postrado en la calle, pero feliz, con la sonrisa un tanto descuidada pero completa, incluso con la carencia de algún molar que… -bueno, no os contaré como dejó de estar y de doler-, contemplo con dificultad un halo de velocidad con el calzado inadecuado en su mayoría. Cada día, cada hora, cada minuto, cada paso es más veloz que el anterior sin saber que un día llegas al último kilómetro, las vallas son más bonitas pero tú no las ves, tienen incluso patrocinadores que pagan por salir en la tele. La gente se amontona y llega la meta, mucho antes que el pelotón, mucho antes que incluso esos que van tras de ti que nunca llegaron a ser tus perseguidores porque solo persiguen sus propias sombras y ni siquiera te das cuenta que has vivido. Aún no has arrancado en tu kilómetro cero y ya has echado el pie a tierra y ni a despedirte tienes tiempo.
¡Vive! ¡Sonríe! Y siente cada kilómetro recorrido, salta todos los obstáculos con destreza y si no, los rodeas y a seguir con la cabeza alta y el alma plena.
Buenas noches, encontré mi rincón de hoy.
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