Periodista, comunicadora, especializada en tecnología, y escritora: Lucía El Asri, quien cuenta con el premio MasVoz de Periodismo Tecnológico y Telecomunicaciones (2014) y fue finalista del Premio Accenture de Periodismo en la categoría de Tecnología (2016), nos sorprendía con su primer poemario Hermanas del ruido a mediados de este mismo año. Hoy nos hace un hueco en su agenda al equipo de La Morada.
¡Hola, Lucía! Un placer poder hablar contigo como recién estrenada autora de un poemario tan bonito como es Hermanas del ruido del que, sin duda, hablaremos más adelante. Comencemos por la primera, y puede que la más difícil pregunta, para que nuestros lectores te conozcan: ¿Quién es Lucía El Asri?
Lucía El Asri es una representación de cruce de caminos que tiene muchas ganas de unir los puntos de conexión de quienes se sienten diferentes. Es una niña que creció de la mano de dos abuelas procedentes de las dos orillas del Estrecho. Que vivió momentos de santos cristianos en familia y meses de Ramadán y recogimiento. Que dormía escuchando el fútbol en la radio debajo de una almohada y jugando con sus primos en una calle sin salida de un pueblecito madrileño. Que miraba al cielo en verano desde una casita marroquí tapada por las vías del tren, donde las noches se alumbraban con una bombona de gas y los desayunos se comían con higos recién cogidos del árbol y pan con aceite y miel. Una mujer que ahora sabe que:
[…] una casa es una herida
porque ya no es casa.
Porque ya no hay voces
ni risas
ni hijos
solo el aire que chilla sobre las piedras. Y una herida
supura y se cura sobre la grieta de un nicho que antes
era una casa
pero ya no […].
(POEMA INÉDITO / Homenaje al reciente terremoto en Marruecos – Lucía El Asri)
Como ya hemos mencionado eres periodista y especializada en tecnología y entonces nos preguntamos: ¿Cómo te picó el gusanillo de la escritura? ¿Qué veías que hacía falta en ella para lanzarte a escribir y, nada menos, que poesía?
Aunque suene a tópico, en mis recuerdos siempre me veo escribiendo. Me recuerdo con papel y lápiz al lado de mi abuela, en la Calle Olvido que se menciona en mi libro ‘Hermanas del ruido’, mientras ella me dicta sus recetas de toda la vida (ahora me encanta cocinar). Me recuerdo escribiendo en el colegio y en mis ratos libres. Me recuerdo coleccionando libretas, cuadernos y bolígrafos de todos los colores. Escribía en servilletas, sobre hojas en sucio. Incluso utilizaba el primer ordenador que llegó a casa, un Windows 95 de segunda mano, para escribir y reescribir lo escrito (por aquel entonces no conocía el control + z, así que cuando se me borraba un texto mi padre me animaba a volver a empezar).
Siempre he sido nostálgica. Una chica con muchas ganas de hablar, pero reservada. Alguien con la necesidad de mirar una y otra vez hacia el pasado, pero deseando vivir cada oportunidad como si fuera la última. Escribir se convirtió muy pronto en un faro: por un lado, me permitía vivir esa nostalgia y, por otro, me daba espacio para curarme de ella.
Cuando tenía seis o siete años y alguien me preguntaba ‘qué quería ser de mayor’, siempre respondía: poeta o matrona. Supongo que ambos oficios se sostienen sobre la misma esencia. Sobre ayudar a crear vida(s) intermitentes. Sobre la posibilidad de que la historia se repita: apuntar una idea y borrarla. Ver nacer muchas veces al día.
La escritura siempre ha sido una responsabilidad para mí. De hecho, posiblemente mi primer libro sea algo tardío, pero es que sentía que tenía que estar a la altura de él, para lanzarme dentro. Nunca veía el momento.
A la escritura le faltaba estar en el medio. Hablar de esas personas formadas por trocitos de muchos lugares, acentos, tránsitos, dudas y creencias. Dejar los márgenes a los que muchas hemos sido relegadas por un apellido o por una manera de orar diferente a otra. Dejar los extremos de esas sociedades que nos sienten extrañas en nuestra propia tierra. A la escritura le hacía falta reposicionarnos en el centro, en el término medio, en el mejor lugar para quedarse vivir y, como siempre digo, ‘en una bandera para hijas de muchas tierras’.
Yo no era consciente de pertenecer a ese centro hasta que miré al miedo a los ojos y quiso convencerme de que yo era diferente. Tuve que hacer un trabajo de amor, ceguera y autocuidado muy grande para volver a mirar desde mi transparencia habitual, desde ese pensamiento que siempre me ha caracterizado: sentir que las diferencias son inventadas, que a mi no me atrapan, que no formo parte de ellas.
Dejé de tenerle miedo al miedo y empecé a recolocarme en el lugar que me corresponde. Aprender que hablar de diferencias es hablar de un todo homogéneo que se llama Lucía El Asri. Que son recuerdos de una abuela que le pone velas a Santa Gema para que apruebes tus exámenes; pero también son recuerdos de otra abuela enseñando a su nieta a rezar sobre una alfombra en dirección a la qibla. Transformé el miedo en herencia y en la conciencia de saber que, como yo, muchas somos huella y mapa.
Para mí la mejor manera de responder a la pregunta: ‘¿qué he venido a hacer a este mundo?’ es saber que soy puente y seguido:
[…] ‘un árbol genealógico
con orígenes de dos abuelas.’
Parte 1 – LAS RUINAS (Hermanas del ruido).
Cabe preguntarte, ahora que te has involucrado en el mundo poético: ¿Cuáles son tus referentes? ¿Cómo ves el panorama de este género en la actualidad? ¿Crees que se tiene tan en cuenta la poesía como otros géneros a la hora de publicar?
Me gusta leer hasta a quien no me gusta leer. Es como escuchar la radio. Cada mañana pongo varias emisoras, porque siempre es bueno saber lo que otros piensan y cómo lo expresan. Va por momentos y nunca sabes lo que te puedes llevar contigo. Creo que hay que dar segundas oportunidades a quien escribe y a sus textos. Lo que nos gusta, lo que para nosotras es referencia, muchas veces cambia dependiendo de nuestro momento en la vida y de quienes seamos en ese momento. También creo que hay que leer más allá de un texto o un género. El Chojin es un referente y creo que una buena representación de estar en el medio. Marwan también lo es. Recuerdo con especial cariño los libros de Gloria Fuertes y Rafael Alberti, que me han acompañado desde muy pequeña. Posiblemente mis primeros libros eran de ellos. Desde adolescente soy lectora y admiradora de todos los autores de la Generación del 27.
Creo que la poesía está en un buen momento. Hoy mucha gente joven quiere escribir y lo consigue. Llega a su público gracias a internet. La literatura se ha democratizado y ya no es privilegio de unos pocos que pueden publicar.
Ahondamos un poco más y llegamos a Hermanas del ruido, una obra sobre conocer tus fronteras, tus raíces y construir tu destino. Haciendo alusión a sus fragmentos, ¿cómo surgió este poemario desde sus ruinas hasta su desnudez? ¿Por qué en registro poético? ¿Te has servido de experiencias propias o se hizo preciso conocer experiencias de otras personas? ¿Qué dirías que te fue lo más complicado de expresar? ¿Y lo que más disfrutaste al escribirlo? ¿Dirías que es un libro solo para mujeres?
Las ruinas de este libro eran esas piezas desordenadas de todo lo que había escrito. ¿Quién es tan lúcido como para ver su vida como un todo organizado? Las ruinas eran todas las piezas rotas por un susto: el de entender que son desiguales en sí mismas, que todas las partes que te (me) forman tal vez no encajen. El ruido es el sonido que hacen al juntarse. Es ese momento en el que sabes que sigues viva, más viva que nunca:
[…] ‘Es no aceptar los extremos
ni la hostilidad.
Es equilibrar lo mejor
de una balanza
que siempre marca el cero.
Parte 2 – EL RUIDO (Hermanas del ruido).
Este poema infinito se desnuda cuando, quien lo lee, se permite hacerlo sin juicios ni prejuicios, solo entendiendo todas sus partes, como las mías propias. Se trata de formatear nuestras mentes, dejar el contador a cero. También se trata de permitir que solo se infiltren en ti tus incondicionales, esos que pueden verte desnuda sin quitarte la ropa. Ellos ya lo han visto todo. Son personas con la mente tan amplia como el corazón, que saben:
[…] ‘Que no hay ventana
más limpia por la que asomarte(me)
que observando desde el corazón
Hacia dentro.
Parte 3 – DESNUDAMENTE (Hermanas del ruido).
La poesía intimista era la mejor manera de contar aquello que no se puede explicar solo con palabras. Va más allá y depende, no solo de lo que se deje sobre el papel, sino también de lo que quiera entender quien la lea. Pero la realidad en este caso solo es una. Solo quienes están dispuestos a cambiar su pensamiento podrán entender la esencia de este poema infinito. Por supuesto, esta historia es la mía. Sí, claro que sí. Pero también la de muchas otras que no dejan de ser espejos.
Hablo en femenino, no porque sea un mensaje dirigido a mujeres, sino porque es sobre nosotras, sobre nuestros cuerpos, lenguas, vestimentas, opiniones y palabras sobre las que se vierten casi todos los odios e inseguridades. ‘Hermanas del ruido’ es la llamada de socorro y la ayuda que dejas en tu mesita de noche cuando no sabes a quién más recurrir. Es un recordatorio: somos muchas y de muchas formas. Somos muy de aquí y de muchos otros lugares que no siempre son territorios, a veces también son maneras de querer.
Tal vez lo más difícil siempre sea que se entienda lo que quieres transmitir. Ahí está la magia. Tal vez no todo el mundo se merezca captarlo, aunque el mensaje vaya dirigido precisamente a ese mundo (el que no es incapaz de comprender, sino que no quiere hacerlo).
Hermanas del ruido nos incita a conocer nuestras fronteras, pero también a ser agradecidas con aquellas personas que nos ayudaron en nuestro propio camino, así como a devolver este favor a nuestras contemporáneas y a las nuevas generaciones. ¿Cómo piensas que han recibido, por tanto, los lectores esta obra? ¿Crees que, además de conocerse a uno mismo, puede ser un aliciente a la hora de empatizar con los demás?
Tal vez a lo que más ayude es a diluir esas fronteras. A crear una ‘tierra de nadie’ de la que todos formamos parte, porque las fronteras no son más que barreras mentales de quienes han creado ‘frontera’ como palabra en el diccionario. Una tierra de nadie es la suma de muchos sitios al mismo tiempo. En mi caso digo que hay un hilo entre las orillas del Estrecho que sostienen mis abuelas, Saadia e Isabel. No hay día que no me acuerde de ellas y de todas las mujeres de mi vida, que ‘no vemos, pero siempre están’. Son todas las que un día escucharon el sonido de sus propias ruinas. Saber de dónde venimos, aunque a veces duela, nos ayuda a saber quiénes somos y nos permite tener un camino propio.
Creo que quien me conoce asume este poema infinito como propio. Suelen acompañarme mujeres que también están en el medio y reivindican su espacio. Para quienes no me conozcan diré que esta obra pueda servir de guía especialmente a aquellas que no quieran definirse desde un solo ángulo. Quién podría haber dicho hace 200 años que una chica nacida en Madrid sería musulmana y se llamaría Lucía (cuyo santo es el 13 de diciembre, como siempre me recordaba una de mis abuelas). Posiblemente hace algo más de 800 años esta posibilidad se entendiera con más naturalidad. Hoy parece que muchos han olvidado un pasado que todavía vive en nuestras calles, aunque se empeñen en borrar sus nombres y nuestra riqueza común.
Siguiendo con la cuestión de ayudar, en algunos de tus perfiles podemos ver que abogas por causas benéficas en pro de la Infancia, los Derechos humanos, la Ayuda humanitaria en desastres naturales y la Lucha contra la pobreza… ¿Cómo dirías que la sociedad está ayudando realmente en estos aspectos? También podemos decir que ayudar parte de todos los que podemos, entonces ¿qué crees tú que frena o que es el mayor impedimento para poder hacer y cómo podemos subsanarlo?
Supongo que cada persona ayuda desde donde entiende que puede o debe hacerlo. La ayuda nunca debe menospreciarse ni pasar desapercibida. Sin embargo, creo que, tal vez por agenda mediática o política, las ayudas se suelen enfocar a causas muy sonadas mientras que otras, igual de necesitadas de atención, pasan totalmente desapercibidas. Las redes sociales resaltan nuestra propia injusticia: que una vida valga más que otra. Me da miedo pensar que nos estamos convirtiendo en sociedades de la crítica que utilizan internet para descargar toda la basura que tienen dentro, sin llegar a empatizar con el otro, sin plantearse cómo sería mirarle a los ojos para saber lo que está sintiendo.
Nos frena las ganas de llevar razón, yo creo. Y estamos tan conectados que no llegamos a conectar realmente con el otro ni aunque le tengamos al lado. ¿Cuántas veces saludamos a quien pasa por nuestro lado?, ¿es que hay mayor acto de caridad para alguien que una sonrisa o una palabra que pueda ser consuelo en un día nublado?
Volviendo a la escritura podemos decir que todo escritor tiene sus manías, como cada maestrillo tiene su librillo. ¿Qué nos puedes contar sobre tí? ¿Has adquirido alguna manía a la hora de escribir o algo que digas que te es indispensable?
Alguien que me quiere y me conoce mucho me dice que, escribiendo, soy como el ave Fénix: necesito quemarme para resurgir de mis cenizas con más fuerza que nunca. A veces me enfrento a etapas de bloqueo continuo en las que no soy capaz de juntar dos palabras. Tengo tanto que contar que no puedo contar nada, me siento con poco derecho a hablar entre tantas palabras. Por eso raras veces doy mi opinión. Si escribo es para sacar lo que llevo dentro, porque rebosa y no puedo contenerlo. Habitualmente tengo más potencial en resaltar la intensidad, tanto lo que brilla como lo que oscurece. No sé si es un don o un defecto, pero realmente forma parte de mi personalidad y me acompaña siempre. A pesar de ser una de esas personas del medio, rara vez se escribir cuando estoy en equilibrio interno.
Después de leer tu gran poemario, no nos dejes en ascuas y dinos: ¿Tienes nuevos proyectos en mente? ¿Los podremos ver pronto?
Lo único que puedo decir, y que yo misma tengo claro, es que tengo más ganas que nunca de escribir, de hacer y sobre todo de ser yo misma. Nunca antes me había sentido tan viva y tan poderosa para expresarme y mostrarme. He resurgido de mí misma como si yo misma representara una derrota. La derrota que, como la guerrera, gana la guerra después de una batalla que todos olvidan. Aunque no soy nada bélica, yo espero no olvidar la batalla que me ha traído hasta aquí porque quiero que se convierta en un lugar de no retorno.
Nuestra entrevista va concluyendo, y para ello debemos hacerte nuestras últimas preguntas, las fetiches de nuestra Morada:
En primer lugar, la tortilla de papas, ¿con o sin cebolla?
Con cebolla, siempre. ¡Por supuesto!
Y, por último, la cerveza, ¿de barril o de botellín?
De ninguna manera. Prefiero el té moruno : )
¡Felicidades por tu magnífica obra y muchas gracias por ofrecernos esta entrevista, Lucía! ¡Desde La Morada te deseamos todo el éxito!
Muchas gracias a vosotros por la reseña y la entrevista. La recordaré siempre con la ilusión de las primeras veces, que son siempre.
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