Pero nada de lo acontecido era real en la llanura, donde el señor Fixex y el zahorí Vári permanecían discutiendo sobre lo ocurrido tras la visita. Justo en ese momento se despedían de los elfos mariposa y del joven zahorí para emprender camino hacia las Rojas de Carmelian.
—¡Espero haberme expresado con claridad! ¡Una palabra y dejaré este asunto en las manos de esa salvaje! —dijo el maestre saliendo de la tienda.
—¡Eso no será necesario, maestre, mis nuevos amigos y yo lucharemos por el reino! ¡Y le puedo jurar que nadie más conocerá nuestro secreto! ¡Por Hósiuz! —gritó Ázdeli esperando que Horhy y Cuorhy repitieran la leal consigna. No obstante, estos aún permanecían estupefactos por la dimensión de los hechos.
—¡Habrá guerra! —aseguró Horhy sonriendo con gran satisfacción.
—¡No digas más tonterías! Eso no sucederá. Ázdeli, ¿verdad que no ocurrirá? ¿Maestre?
La voz de Cuorhy ya no resultaba tan divertida y el tono triste de su pregunta distaba mucho de provocar ningún tipo de burla.
—Ahora debéis centraros —dijo el sabio—. Es necesario que sigáis trabajando hasta dar con el antídoto. Cuorhy y Horhy, vosotros deberéis esperar hasta la caída del sol para recoger de nuevo ese último ingrediente. Y tú, Lidot, no debes preocuparte por nada. Estoy seguro de que el problema reside en que el musgo que has estado utilizando no se ha recogido siguiendo las pautas adecuadas. ¡Quizá debí tener ese punto en cuenta! El musgo de Ohceh se intensifica de manera exponencial a la luz de la luna. ¡Por lo que, en este caso, no debe ser recogido antes de anochecer! Solo entonces os acercaréis hasta el puente de piedra. Allí encontrarán el musgo de la calidad que necesitas con toda certeza —aseguró el zahorí Vári—, al que le resultaba imperativo quedarse a solas con el señor Fixex, que ya subía a su carreta.
Poco después lo hacía muy molesto, pero con la intención de aprovechar el viaje para esclarecer mucho de lo que se había mencionado en aquella tienda.
—Tenemos una conversación pendiente —recordó Vári, sacudiendo las riendas.
Emprendieron la marcha por la frondosa espesura con la ayuda de un pequeño farolillo, que se balanceaba como único testigo de su descontento, por lo que ambos permanecían en silencio. Sin embargo, el zahorí Vári no estaba dispuesto a permitir que aquello se dilatara ni un solo segundo más en el tiempo:
—¡Sé lo que pretende, amigo mío!
—¡Ah, sí! ¿Lo sabe? ¡Pues le felicito! —aseguró el duende con indiferencia.
—Está tensando la situación a propósito para evitar contestar a mis preguntas, pero ¡no se lo voy a permitir! Ha llegado el momento de que me confíe toda la verdad. ¿A qué se refería el joven Lidot? —replicó el sabio sacudiendo las riendas repetidamente porque el animal se había parado en seco.
—Silencio… Creo que hay alguien en el camino, ¿lo ha visto? —preguntó el señor Fixex, agitado, revolviendo en su bolsillo sin conseguir encontrar sus gafas, cuando lo cierto era que las llevaba puestas.
—¡No, señor mío! Lo único que veo es su agilidad para evitar responder a mis preguntas —contestó el zahorí al tiempo que sus ojos se abrían—. ¡Esa es! ¡Por el cielo! Es una de las Swords de lady Tabatha —gritó, apeándose del carromato para prestarle auxilio.
Malherida, lady Ohupa recostaba su espalda sobre un tronco del camino. La Sword secuestrada había conseguido huir tras varios días intentándolo.
—¡Ellos lo saben! ¡Saben su nombre! Tienen… Tienen intención de… ¡matarla!
—¡Tranquilícese, mi señora! —dijo el señor Fixex, abriendo su petaca de agua de Luna para humedecer los labios de la guerrera, que reflejaban una clara falta de líquidos y una fuerte exposición al sol.
—¡Permítame que le ayude! —dijo el zahorí mayor tras apartar al viejo duende y sacar de su zurrón un huevo de nácar, que abrió y del que extrajo un ungüento que contenía en su interior para extenderlo sobre sus muñecas—. Esto le ayudará. Está elaborado con un fruto de gran potencial, y ahora debería beberlo. Pero con cuidado, ¡puede que le resulte un poco amargo! Sin embargo, le aseguro que le hará sentirse mejor —reconoció el sabio, ofreciéndole el contenido de una bellota—. ¡Bien, ahora contenga la respiración! Su olor es bastante intenso, pero le aseguro que le devolverá las fuerzas —dijo rompiendo la parte superior del fruto para verterlo en su boca, ante la crítica mirada de su compañero de viaje, que sabía que se trataba del fruto mágico de la diosa encina.
—¿Qué la ha llevado a este estado, mi señora? —preguntó el señor Fixex, dejando para otro momento su teoría sobre la procedencia de aquel fruto, aun cuando tenía claras intenciones de buscar la oportuna respuesta. ¡No había razón para que el zahorí Vári tuviera aquello! Pero no podía obviar que el resultado era evidente. La joven se encontraba mucho mejor, e incluso intentaba levantarse por sus propios medios, mientras el sabio decidía ayudarla.
—¡Han sido los Hecat! —confesó Lady Ohupa—. Ellos me raptaron, hará una semana y me llevaron a su campamento y allí… Bueno, la situación se puso difícil. Pero ¡desde hace unos días perdieron el interés por golpearme! ¡Ahora la buscan sin descanso! Buscan a la primera nombrada, dicen que alberga en su interior a la profetizada. ¿No sé cuánto hay de cierto en ello, pero estoy casi segura de que no la han encontrado? —dijo esforzándose en sonreír—. Y gracias a ello conseguí escapar en un momento de gran confusión. No fue fácil, pero tras deshacerme de la pequeña guardia que dejaron custodiando el campamento, conseguí acabar con mi cautiverio. ¡Después caí inconsciente y alguien me rescató para traerme hasta aquí en su carromato! Durante el viaje recuperé la consciencia en pequeños intervalos, en los que creí reconocer a uno de sus duendes, señor Fixex. ¡Ese al que llaman Zatex!
—¡La pobre! ¡Está delirando! —afirmó el señor Fixex cubriéndola con su capa, ¡preocupado por su cordura! Porque solo la locura podía ser la causa de sus palabras. Zatex era muchas cosas, pero en ningún caso un duende benévolo.
—¿Eso creéis? ¡A mí, en cambio, me parece que dice la verdad! Ayudémosla a subir al carro, en su alquería podremos atenderla y escuchar con más claridad y calma.
Pero lo cierto era que no se encontraban solos, y la preocupación por el estado de la joven negó la posibilidad a los dos ancianos de advertir cómo una pequeña nebulosa blanca surcaba los senderos con extraña agilidad. Desapareciendo en cortos intervalos de igual forma. Se trataba de lady Tabatha y su guardia, que patrullaban el bosque en busca de la dama Ohupa.
—Son huellas recientes, mi señora… ¡Parecen de un carromato ligero! —aseguró lady Anna.
—¿De dónde procede aquella luz? —interrumpió la más joven del grupo.
—¿A qué se refiere, lady Tika? —preguntó la primera—. ¡Aquello no es más que un reflejo!
—No, ¡definitivamente la joven tiene razón! Fíjese, allí… Es liviana, pero, ¡está ahí! Al final del camino.
—¡A cubierto!, guarden silencio —ordenó lady Tabatha dando instrucciones por señas a lady Anna para que se adelantara y averiguara qué estaba pasando. Poco después, volvía con noticias:
—Es ella… El maestre Fixex y el sabio mayor Vári la están atendiendo. Parece que van en dirección a las Rojas de Carmelian, posiblemente a casa del viejo duende.
—¡Gracias a la diosa! Por fin, ya la creía perdida. Vamos, unámonos a ellos y recuperemos a nuestra hermana de alas.
Poco después, Lady Tabatha vertía una cápsula de lágrimas de hada en la garganta de Lady Ohupa, pero el resultado no fue el esperado. ¡En realidad, no sirvió de nada! El daño infligido en sus alas no permitía el cambio.
—¡Qué barbaridad, jamás lo hubiera pensado! En su estado no puede volver a su tamaño original. Ni regresar junto con el grupo de ninfas a la Foresta. Así que continuará con nosotros —dijo lady Tabatha, mientras vertía una ampolla en su garganta para aumentar su tamaño. Después se acercó a lady Ohupa para ayudarla, y desde allí continuaron el camino junto con los ancianos…
—Señora mía, hay mucho de lo que hablar —dijo el anciano duende tirando de su oreja derecha, contrariado por este último incidente.
—No puedo estar más de acuerdo —replicó el zahorí Vári.
—Sí, ¡tienen razón! —afirmó lady Tabatha, pensando en el alto precio que había pagado lady Ohupa.
Unas horas más tarde, al llegar a la puerta principal de la arquería del señor Fixex. Las dudas y la contrariedad del zahorí Vári le llevaban a mirar a su viejo amigo como a un extraño.
—¿No sé lo que está ocurriendo, maestre? Pero, no más… ¡Hasta aquí, señor mío! Su comportamiento me provoca una enorme desconfianza. Le advierto que me sobran razones para alertar a la reina.
—Al parecer ha llegado el momento de unir fuerzas —dijo el señor Fixex, acercándose al sabio con la mano extendida. Este lo miró alargando la suya con reticencia, al tiempo que le dirigía un gesto a lady Tabatha, que mantenía el suyo fruncido, tras ver con sus propios ojos la complicada situación en la que ambos ancianos se encontraban. Y la actitud del señor Fixex, desatendiendo las buenas maneras una vez más, complicaba nuevamente la situación. Pues dejaba al zahorí esperando con la mano extendida para entrar en la paz de su hogar. Mientras desatendía a sus acompañantes para acercarse a la mesa central y coger una botella.
—¿Está de broma? —gritó el zahorí Vári, colérico—. Sin duda debe de estarlo para que lo primero que se le ocurra al llegar aquí sea tomar un trago… No, ¡usted lo que está es enfermo, o loco! De ninguna otra forma puede explicarse su comportamiento.
—Me molesta que me apremie de ese modo, viejo amigo, pero lo dejaré pasar. ¡Porque sé que todos necesitamos una copa! —dijo sin esperar, y sirviéndola la colocaba en la mano del zahorí Vári que, miraba frustrado a lady Tabatha. Aunque ella no se dejaba confundir, pues conocía de sobra las excentricidades del señor Fixex y no pensaba entrar en un juego al que nadie la había invitado. Dejándolo claro, al rechazar con un gesto la conflictiva copa que le ofrecía el anciano.
—¡Basta! —gritó el sabio, nuevamente, superado por los pésimos modales del duende.
—¿Basta? —preguntó el señor Fixex, cansado de su estirado amigo.
—¡Basta! —afirmó lady Tabatha, agotada por la polémica—. Les ruego, composturas, señores. Deben tener en cuenta que lady Ohupa ha vivido momentos muy duros y necesita una estancia para reponerse. ¡Así pues, me gustaría que le fuera proporcionada lo antes posible!
—Sí, desde luego… ¡Cómo no! —dijo el anciano, acompañando a la joven al cuarto de invitados, que extrañamente era el único que se encontraba limpio y ordenado.
Poco después, el trío permanecía en silencio. Un silencio cargado de indignación e intranquilidad. Entonces el señor Fixex se acercó a su escribanía para coger la llave de su biblioteca, y sin dar explicaciones se acercó a la trampilla secreta abriéndola con malos modos que, acompañó con un gesto de desidia en el momento de bajar la escalera, mirando al zahorí Vári que lo hacía tras él, seguido por lady Tabatha que, cerraba la trampilla sobre su cabeza.
—¡Necesito saber cuánto de lo ocurrido está en conocimiento de la reina! —afirmó el zahorí mayor—. Solicito, por tanto, una vertiente al pasado y espero que me sea concedido —dijo bastante alterado y, sin esperar respuesta, extendió las palmas de sus manos para unir pulgar con pulgar e índice con índice, formando un triángulo perfecto, seguido del mismo movimiento por parte de lady Tabatha que invitaba a través de un severo gesto al señor Fixex. Este se acercó a regañadientes hasta dar forma al tercer vértice. ¡Fue entonces cuando la unión se selló, iluminando el espacio entre ellos!
—Alevs’ aed sut soter’ aces… Alevs’ aed sut soter’ aces… —conjuraba el zahorí mayor como portavoz de la turbia exposición que fluía de la triple estructura mágica. Al exponer desde el palacio todo lo ocurrido hasta el momento en que encontraron a Lady Ohupa, se iban formando círculos de bruma, que recogían los secretos de cada uno de ellos, volcándolos sobre sus manos.
—También la necesitamos a ella —sugirió el sabio Vári, pensando en lady Ohupa—, su ventaja nos será de gran ayuda, con seguridad ha visto más que ninguno de nosotros.
—¡Tiene razón! Pero no estoy seguro de que se le deba permitir participar… ¡No olvidemos dónde ha estado! —replicó el señor Fixex, exponiendo claramente su desconfianza.
—¡No toleraré ninguna duda al respecto! —añadió lady Tabatha—. ¡Cuidado con lo que dice, maestre! No olvide que lady Ohupa sigue siendo una de mis mejores guerreras. A pesar de que no sabemos qué o por lo que habrá pasado. Es evidente que ha perdido sus alas durante el cumplimiento de su deber, y solo debido a ello se ha convertido en Sword sin filo… Pero le aseguro que su nobleza sigue intacta, y lo demostrará, aquí y ahora, formando parte de la vertiente.
—Entonces… Subiré a por ella —dijo el viejo duende, que tenía un gran aprecio por la jefa del clan y con la que no deseaba discutir.
—¡No será necesario! ¡Podemos dejarla descansar y luego lo volveremos a intentar! —insistió el zahorí Vári cruzando sus brazos—. La joven está cansada, no creo que…
Pero el maestre no pensaba dejarlo pasar, y poco después aparecía con ella todavía adormecida.
—¡Aquí está! Ahora comencemos de nuevo.
—Alevs’ aed sut soter’ aces… Alevs’ aed sut soter’ aces… —repitió Vári y el vértice se abrió para mostrarles lo más profundo de su consciencia, dejando a los cuatro en silencio, porque hubieran dado su mayor ‘don’ a cambio de que aquello que se les mostraba no fuera cierto:
«La marca de Ser Blazéri Onnei, vista por lady Ohupa mientras era brutalmente golpeada. El secuestro. Lluvia tomando tierra en la pequeña Ciudadela. La horrible mutilación de las alas de lady. Dameiza como cómplice perfecta. Y tantos mercenarios que el zahorí Vári estuvo a punto de soltarse».
—¡Somos testigos de la verdad! —aseveró lady Tabatha—. Queda demostrado que lady Ohupa es fiel a la corona y, por ende, defiende a nuestra reina —dijo dando un paso atrás para romper el vértice y así sellar el cuarzo, producto de aquellos recuerdos—. Debemos volver sobre nuestros pasos y recoger el antídoto. ¡Del resto no se hablará hasta que podamos ocuparnos de él!
—¡Estoy de acuerdo! Su transformación y todo lo que conlleva se mantendrá dentro de este cuarzo —dijo el sabio recogiendo el producto del vértice—. Quedará bajo mi custodia hasta que consiga una respuesta… Intentaré estar de vuelta lo antes posible.
—Habrá que llegar hasta su majestad para hablar con ella, puede que tengamos suerte y ya se encuentre en la Fortaleza Amatista. Pero aún había preguntas por hacer, al menos, por parte del zahorí Vári…
—¿No sé por qué no consideró la posibilidad de pedirme ayuda? —preguntó, mirando a su amigo, con evidente decepción.
—Sí que lo sabe, ¡lo has visto al igual que todos los demás!
—No creo que la diosa se refiriera a mí… —aseguró el sabio—. Debió ponerlo en mi conocimiento, no es posible que seas tan incómodamente incauto.
—¡No diga tonterías, no ha sucedido nada parecido en ningún caso! Le envié misivas a ambas de las que aún no he recibido respuesta. Lo recuerdo como si fuera… —dudó un segundo—. ¡Por mil enanos! Tiene razón, primero envié mis quejas a palacio y dejé en espera de mi viejo búho las demás. Ahora que lo pienso, no lo he vuelto a ver desde la noche en que el cielo se cubrió con las aves de palacio, posiblemente se encuentre aún en las jaulas del viejo cetrero, tendré que preguntar, seguro que él podrá explicar todo esto… ¡En fin, yo las escribí!
—¡Sí, señor, lo ha vuelto a hacer! ¡Es increíble la facilidad que tiene para salir airoso, y siempre sin la necesidad de una disculpa!
—¡Como maestre no tiene nada que reprocharme! ¡Un olvido no es algo censurable!
—Pero como amigo sí que lo tengo. Como amigo me ha decepcionado. ¿Cómo si no se puede explicar que, después de tantos días buscando respuestas en su maldita biblioteca, no haya creído necesario hablar conmigo sobre la visita de Ajbhó? —preguntó el zahorí, molesto.
—¿De verdad? ¿Así que eso es lo que piensa de mí?
Por momentos, la situación se hacía más y más complicada. Más era necesaria una coalición, o sus perspectivas de supervivencia darían al traste. Las habilidades de cada uno de ellos eran importantes y la información que les faltaba la tenían ante sus ojos, ¡al alcance de la vista! Fue en ese momento cuando Lady Tabatha hizo una afirmación—. ¡Lo haremos juntos!
Al oírla, ambos miraron los tediosos montículos de pergaminos, sabiendo que su oferta era justo lo que estaban esperando. ¡Cuatro manos y cuatro ojos más eran toda una adquisición!
—¡Aceptamos! —contestaron al unísono, dando un paso al frente dispuesto a buscar respuestas antes de partir.
—Ahora solo hace falta un milagro —dijo el zahorí Vári. Con el conocimiento, que le había brindado el destino tras pasar casi tres de los cuatro días de Aries en el interior de aquella leonera. Y allí permanecieron, durante horas y horas, investigando todo lo que caía en sus manos acerca de Ax y su océano, junto con todo lo referente a las artes más oscuras.
—¡Aquí! —gritó lady Ohupa, levantando un rollo y colocándolo sobre el suelo, lo desplegó en su totalidad—. No podemos contar con el ejército. ¡Ax no lo permitirá! —aseguró lady Tabatha, tras leer el documento y verificar lo que hasta entonces todos sabían.
—¡Lo imaginaba! —dijo el viejo duende—. Pero esperaba no tener razón en esta ocasión y encontrar algo. Algo en particular que nos permitiera… ¡No sé! ¿Está segura de que no hay nada más?
—No, según lo reflejado en este escrito. ¡Ax no permitirá que los lanceros luchen por ella hasta que ostente el título real! Y como todos sabemos, la casa Tidartiz ocupa el duodécimo puesto en la línea de sucesión —aseveró Vári—. ¡Y confieso que, aunque se encontrara en segundo lugar, no desearía nada malo para nuestra reina!
—¡Por la diosa, estamos perdidos! Ellos tienen a un jinete, Hécat, correteando por Hósiuz, y el poder de corromper el alma pura de un unicornio —gritaba el maestre.
—¡Y un ejército de mercenarios! —añadió el zahorí Vári, desmoralizándole aún más, para cobrarse de alguna manera su comportamiento.
—¡Por mil enanos! —replicó el maestre dándole la razón—. ¡Si han podido secuestrar a Lady Ohupa para mutilar la física y mágicamente, convirtiéndola en la primera Sword sin filo! ¡Si han podido envenenar al príncipe Zeldriz y a la milenaria Zolarix! ¿Quién sabe qué más puede hacer?
—Sin embargo, todos hemos escuchado las palabras de Ajbhó —aseveró lady Tabatha—. La profetizada es nuestra única esperanza. ¡Sin duda, algo se nos escapa!
—No hemos evaluado la posibilidad de un nuevo linaje. Puede que sea lo que está ocurriendo. ¡En tal caso, lo escrito en ese pergamino no se debería tener en cuenta! —dedujo Ohupa, intentando encontrarle sentido a todo aquello.
—Pero ¿si eso es así?… El océano de Ax debería estar siendo surcado por los lanceros del mar —afirmó lady Tabatha —. Puede que se deba a la joya. Según narra la profecía, los lanceros llegarán tras la caída de la hoja, ¿se sabe cuándo cae?
—¿O puede que estemos en un error y no sea ella? —terció el sabio ante la posibilidad de que la joven nombrada no fuera la elegida.
—¡Pero tiene que serlo! De alguna manera debe serlo —dijo el señor Fixex, buscando una salida poco probable. Pero ¡no del todo imposible!
—Creo que afirmar tal cosa sin pruebas es una osadía —aseguró lady Tabatha, incómoda, porque no avanzaban.
—Estoy de acuerdo. La opción del descarte es improbable, pero ¡estoy convencida de que conseguiríamos más información si el sabio se sumergiera por medio de la magia en el océano de Ax! ¡Solo así estaremos totalmente seguros! —añadió lady Ohupa.
—Veamos si el poder de su cetro nos permite averiguarlo —intervino el zahorí Vári, golpeando su cayado contra el suelo, para llevar al extremo a su mano, y con un movimiento lento de muñeca pronunció:
—Emart’ aseum le roire’ atni ed sal sauga… Emart’ aseum le roire’ atni ed sal sauga…
No tuvieron que esperar más que unos segundos, y un portal impensable se abrió hacia el océano del este… Allí, una marea de arena de dimensiones importante nublaba la claridad de las aguas. Durante un breve instante, ¡todos albergaron esperanzas!
—Solo es un gran banco de escuálidos, eso es todo, de la familia de los elasmobranquios selacimorfos, concretamente… Sí, estoy casi seguro, son del orden de los escualiformes —dijo el zahorí mayor, agotado por el esfuerzo de este último hechizo y desencantado al descubrir que solo se trataba de peces que se dirigían a la costa. Nada extraño evidentemente. Solo lamentable porque de ninguna manera se trataba del glorioso ejército que esperaban.
El señor Fixex miraba a su amigo con resignación. Sin embargo, no estaba dispuesto a dejarse ganar la partida. Días atrás había decidido declinar una invitación de la Fortaleza Amatista porque no tenía tiempo para tales placeres. Pero tras todo lo acontecido, era imperativo contactar con la reina.
—Nuestras acciones deben de ser precisas…
—Perdone que no aplauda vuestra propuesta. No pretendo dudar de un experto en estrategia e inteligencia como usted. Pero me gustaría que nos explicara cómo pretende entregarle la poción a la reina. Sospecho que nuestro enemigo no le permitirá acercarse a ella —aseguró lady Ohupa.
—Sí, estoy de acuerdo con usted, pero no creo que desconfíe de dos insignificantes elfos mariposa. Ellos podrán llegar hasta ella y entregarle un mensaje con el lugar de encuentro.
—¡Estoy de acuerdo, parece la mejor opción! —afirmó lady Tabatha.
—Le agradezco su confianza, mi señora —dijo el señor Fixex que se sentía muy cómodo con el trato que le otorgaba la jefa de las ninfas, pues estaba muy cansado de las críticas y los muchos puntos de vista que dispensaba Vári.
—Veamos… Según están las cosas… Creo que la mejor opción sería valorar la posibilidad de alterar el rumbo del día cuatro de Aries.
—Eso sobre mi cadavérico cuerpo —dijo el sabio con actitud dictatorial.
—¡Sé que lo decís con la mejor voluntad, maestre! Pero no se llegará a acuerdo alguno sin estar en presencia de la reina— aseguró lady Tabatha, de ningún otro modo me enfrentaría a las terribles consecuencias que pudieran surgir.
—Tiene razón, y por ello no se hará de otro modo, mi señora… Si todo sale según nuestros planes, tendremos la oportunidad perfecta esta misma noche tras el cuarto nombramiento —aseguró Fixex—. Vamos, debemos ponernos en marcha cuanto antes.
—Estoy de acuerdo, pero creo que olvidáis un imprescindible. ¡El joven zahorí debe terminar la pócima!
—Con suerte todo estará preparado cuando lleguemos, el joven es listo… Y el musgo de ‘Ohceh’ que necesita para completarla es muy fácil de encontrar.
… Pero en la llanura, las cosas no iban bien. Los gemelos volvían a la tienda del señor Fixex, aunque lo hacían con las manos vacías.
—¿Estáis seguros de que no podéis hacerlo? —preguntó Ázdeli.
—Totalmente, las lindes del río están siendo patrulladas por la guardia privada de la casa Onnei, y por lo que hemos podido oír buscan a una prisionera fugada —contestó Horhy con total tranquilidad, mientras se limpiaba las uñas con la punta de su pequeña daga, ante el gesto retraído de Ázdeli.
—De cualquier forma hay algo que no llego a entender… ¿Por qué habéis ido hasta allí a estas horas? El zahorí Vári fue muy claro, era esencial que se recolectara bajo la influencia de la luna —replicó el joven aprendiz, con intención de discutir sobre ello. Pero ¡no tuvo más remedio que contener tal necesidad! De otra manera, habría terminado por vomitar con toda seguridad. Pues el arco de su garganta ya le había dado un primer aviso, al ver cómo Horhy —para rascarse el oído— utilizaba la misma navaja con la que apenas unos segundos antes se limpiaba las uñas, y segundos después lo hacía para eliminar comida de entre sus dientes. ¡Ese último acto fue definitivo para silenciarlo! Y, antes de que él mismo provocara que la situación se volviera aún más desagradable, decidió respirar hondo y callar.
—¡Claro que hay otras opciones, solo tienes que decírmelo y daré con una solución! —aseguraba Horhy, mirando el pequeño resto de comida que segundos antes ejercía presión en sus muelas para meterlo de nuevo en su boca y roerlo hasta conseguir tragarlo—. Como os he dicho, hay opciones… El mercado oscuro sería una de ellas.
—No, no creo que eso le parezca correcto a mi tutor. Y menos aún al señor Fixex. ¡Como mucho podríamos hablar con Dameiza! ¡Está un poco loca! Pero en más de una ocasión la he visto recogiendo ese ingrediente para sus pociones —dijo, recordando las palabras que la atormentada ermitaña le profirió en su último encuentro:
«¡Luz y esperanza, joven! Hoy mismo le hablé de vos a mi señor… Pero os cree tan insignificante como un grano de arena, cuando lo cierto es que podéis ser muchas cosas, pero de ningún modo insignificante».
—¡Sí, creo que dada la situación, eso será lo mejor! —manifestó Ázdeli, regresando del denso taró de aquella fría mañana.
—No creo que sea factible —aseguró Horhy, limpiando la daga sobre su muslo, y sorbiendo como si buscara alivio, añadió—. No, no lo será… El grandullón la detuvo esta mañana por alborotadora. ¡Esa vieja loca le gritaba a Ax desde el punto más alto de las ruinas!
—Vamos a morir —afirmó Cuorhy.
—No Cuorhy, nadie va a morir, solo tenemos que encontrar otro camino, es solo que no quiero tratar con lo oscuro… —dijo Ázdeli, sentándose en la mecedora del señor Fixex—. Pero debe ser pronto, o no tendré la poción lista a tiempo para esta noche, y eso no es una opción, sabiendo cómo sabemos que hay vidas en juego, ¡No puedo negar que me resulta muy frustrante! —aseguró, tomándose como unos segundos para reflexionar—. Cuando hablas del grandullón te refieres a Thomas, ¿verdad?
—Sí —dijo Horhy sin darle la menor importancia, para seguir con la conversación—. ¡Quizá deba ser así, quizá aunque no sea lo apropiado, debas cruzar esa línea!
—No, no lo entiendes, lo que para vosotros es una línea, para mí es un abismo. Definitivamente, me niego: ¡se hará a mi manera o no se hará! Ya debo extremar las precauciones, porque no se debe olvidar que el ingrediente más importante es posiblemente el más peligroso. Esa astilla alberga demasiada oscuridad… ¡Y no pienso arriesgar el resto de los ingredientes, añadiendo, otro elemento oscuro! ¡No tenemos permiso para hacer tal cosa!
—No puedes rendirte. En realidad, creo que estás siendo derrotista… No, esa no es la palabra que busco… ¡Egoísta! ¡Sí, eso es, te comportas de forma egoísta! —replicó Cuorhy, buscando la coherencia en su agitada mente—. Recuerda las palabras del zahorí Vári, «dignidad y arrojo, señor Lidot…». Pues arrójate, arrójate, porque no hay tregua. Cada minuto que pasa corre a favor del enemigo.
—¡Exacto! ¡Tú mismo me das la razón! ¡Ahí está la dinámica! —afirmó Lidot—. No hay divinidad en la magia oscura y no se debe jugar con ella si no queremos tener problemas con la Deidad de las leyes no escritas. Nuestro enemigo ya es lo suficientemente peligroso, y lo es de una manera inusual y misteriosa, sea como fuere es producto del mal.
—Te escucho hablar —replicó Cuorhy—, pero ¿has pensado en lo que sucederá si no lo haces? Tu prudencia puede costar muchas vidas, ¿de verdad quieres ser el responsable de la destrucción del reino? ¡Y todo por ser fiel a tus creencias! Creo que no te has parado a pensarlo bien.
—¡Cállate y déjalo tranquilo! —gritó por fin Horhy, sin miedo, ni victimismo.
—¿Qué lo dejé tranquilo? Si lo hago vendrán… Vendrán y harán lo imposible para matarnos. ¡Así que creo que debe saber que no puede mantener esa postura! Y si lo hace, que sea consciente de cuál es el precio, o no saldremos con vida de esto.
—Te aseguro Cuorhy que tengo razones de sobra para sentirme frustrado y amenazado… Y de ningún modo necesito más presión en este momento —aseguró Ázdeli—. Pero, aun así, solo se hará lo correcto.
—¡No puedo respirar! —dijo Cuorhy, aterrorizado ante la falta de ideas.
—¡Hermano, tranquilízate o provocarás el cambio! —terció Horhy, ¡acercándose lentamente y abrazándolo para aislarlo de sus miedos!—. Ves, todo está bien, vamos, salgamos fuera… ¡El aire fresco te calmará!
—¿Fuera? ¿Es que has perdido el juicio? —gritó Cuorhy, empujando a su hermano y…
¡La sombra de uno de los elfos mariposa varió radicalmente al aparecer la fugaz luz del cambio!
—¡Te lo dije! —gritó Horhy.
—No lo he hecho a propósito —confesaba Cuorhy—. La culpa no es mía… Es tuya y de Lidot, porque ninguno de los dos queréis afrontar la realidad. A mí no me engañáis, ¡vosotros no queréis proteger el reino! Tú quieres que haya lucha, y él… Bueno, él solo piensa en su ridícula ética que nos llevará al desastre, y todo porque no es capaz de doblegarse ante la maldita y desastrosa realidad… Yo al menos reconozco la mía —aseveró—, que no es otra que la cobardía. ¡Sí, lo acepto! Soy un cobarde, con un tono de voz extraño —dijo sin advertir que tras el cambio su voz resultaba un poco más ronca.
—¡Tú eres una amenaza! Al final conseguirás que nos descubran. Pero eso tiene fácil solución. ¡Tienes que tomar esto, vamos, no te resistas! Traga antes de que se abran tus alas. Ahora comprendo lo que quiere decir madre cuando te advierte de que eres tu peor enemigo, hermanito. Y si crees que esta es la solución, te puedo asegurar que estás muy equivocado —gritaba Horhy, encaramado a su cuello, obligándole a comer un extraño fruto para que volviera a su tamaño—. ¡Te necesito a mi lado, como yo estaré siempre al tuyo! —forcejeó Horhy hasta quedar colgado de su espalda…
—¡Maestre! ¡He descubierto algo importante! —dijo una voz que provenía del exterior de la tienda, mientras los jóvenes temían lo peor—. ¡Maestre, tenía razón al desconfiar de él! ¡Zatex comercia con ampollas del mercado oscuro! ¡Sé de buena tinta que lo han detenido esta mañana en palacio! —aseguraba Terax, en tanto se percataba de la ausencia del señor Fixex.
—¡Sí… esa es música para mis oídos! —aseguró Horhy, que parecía menos serio de lo habitual colgado del cuello de su hermano.
—¡Qué ocurre aquí! —gritó Terax dando un paso atrás.
—¡Aprésalo, Cuorhy, es una amenaza! —gritó Ázdeli, temiendo que no supiera tener la boca cerrada.
—¡Amenaza!… —gritó Cuorhy, preso del pánico y…
—¡No, otra vez no! —masculló Horhy.
—¡Cógelo!… ¡Que no salga de la tienda! —ordenaba Ázdeli al distinguir la ventaja, despertando el instinto guerrero en Cuorhy ante una orden directa.
—¿Qué has venido a buscar aquí? ¿«Verde»? —espetó Cuorhy con firmeza, sorprendiendo a todos con su rotundo tono de voz y con el volumen de sus poderosas alas—. Ja, ja, ja —carcajeaba ásperamente el enorme elfo mariposa pleno de confianza, cogiendo a Terax sin ningún esfuerzo para entregárselo a Ázdeli—. ¿Qué hago con él? ¿Lo despachurro? —preguntó levantándolo por el aire dispuesto a arrojarlo contra el suelo de la tienda, mientras el joven duende lloraba amargamente y le rogaba que no lo hiciera.
—¡No, no, por favor!… ¡Traigo un mensaje para el señor Fixex! —susurraba Terax, aterrorizado.
—¡Cuorhy! ¡Suéltalo! ¿No me oyes? Suéltalo… —gritó Ázdeli, corriendo hacia él—. Escúchame, Cuorhy. Se trata de un compañero de bazar, no supone ningún peligro. ¡Míralo, tiene miedo! ¡Cómo lo tenías tú cuando la princesa Teria quería deshacerse de ti! ¿Lo recuerdas? En aquel momento el zahorí Vári intercedió por ti. ¡Permíteme que ahora haga yo lo mismo por él!
Cuorhy sopesaba las palabras del joven aprendiz, en tanto escuchaba la respiración agitada de Terax, ¡y se rascaba la cabeza! Fue entonces cuando se quedó mirando al duende y por un segundo se vio reflejado en él. ¡Asustado y temblando mientras le rogaba con su mirada que no le hiciera daño!
—Es débil como lo era yo antes —afirmó—. ¿Estás seguro de que no quieres que lo haga?
—¡No, hermanito! ¡No puedes! Ya lo has oído. Trabaja para el señor Fixex, no querrás tener problemas con él, o ¿sí?… Vamos, hazle caso a tu hermano —dijo Horhy—. Y tómate esto, que aún tenemos que hacerle otra visita al abuelo Deorhy. Ya has oído a Ázdeli hay que conseguir el musgo de forma lícita, y estoy seguro de que ‘abu’ podrá ayudarnos con eso.
—Nuestro ‘abu’, ¿lícito? Estarás de broma… ¿No?