El sonido de las botas de las patrullas inundaba la galería de palacio con su eco, mientras Zatex y Merhug corrían para despistar a los soldados.
—Cogedlos —ordenó el consejero Zerdeg—. Rápido, se escapan, ustedes cuatro conmigo. A los pocos minutos, el consejero llegaba a las cocinas, bañado en su propio sudor, que le resbalaba por su pajizo y escaso pelo hasta su rizada barba cuando preguntó—. ¿Dónde están?
—¡Supongo que me habla a mí! —dijo el señor Turig, afilando el cuchillo de la carne.
—¡Sí, claro que le hablo a usted! Busco a Zatex, y a ese ayudante suyo.
—¡Supongo que se refiere a Merhug!
—Sí, claro que me refiero a Merhug, ¿o acaso tiene otro ayudante?
—Pues no han podido pasar por aquí sin que los haya visto, a no ser que lo hicieran mientras que estaba en el almacén —dijo el señor Turig, guardando el último cuchillo en el pellejo junto con los otros—. Bien, creo que ya he terminado aquí. Ahora debo llevar esto a la caravana. No quisiera hacer esperar a las meigas. Como sabe, no son seres conocidos por su paciencia.
—No los estará ayudando, ¿verdad? De ser así, está usted en la obligación de entregarlos.
—¡Supongo que los busca para arrestarlos! Ahora que lo pienso, escuché ruidos en el patio delantero de las cocinas.
El consejero Zerdeg observaba celosamente al cocinero.
—Entonces creo que será mejor que lo compruebe —insistió, mirando la enorme olla con desconfianza, guiado por los imprudentes ojos del señor Turig que la señalaban de forma inconsciente—. Pero antes creo que me tomaré un té, uno de jazmín me vendría bien para recuperarme —dijo, mirando la tetera, que tocó ligeramente, comprobando que aún se mantenía caliente, obligando al señor Turig a coger una taza para servirle… Momento que el consejero Zerdeg aprovechó para acercarse a la enorme olla y levantando el puño la golpeó con determinación.
—¡Me niego a prescindir de Merhug! —gritó el cocinero al verse descubierto—. Eso provocaría un terrible perjuicio sobre la elaboración de mis platos. Así que no permitiré que se lo lleve, y eso, es todo lo que tengo que decir.
—¡Guardias, arréstenlos, están en el interior de la olla! —aseguró Zerdeg, que gracias a su fino oído había escuchado el susurro dramático de los fugados.
—¡No salgas! —exclamó Zatex con una sonrisa invertida.
—¡Supongo que sabrá lo que va a suceder ahora! —replicó Zerdeg, harto del sarcasmo del cocinero—. ¡Arréstenlo a él también! —dijo, señalando al señor Turig.
—¿Qué ocurre aquí? —preguntó la señora Horig, que cansada de esperar a los jóvenes había bajado a las cocinas—. ¡Por el cielo, esposo! ¿Qué ha hecho? —gritó al ver cómo sacaban a Zatex y a Merhug del viejo caldero, totalmente rebosados de fruta fermentada—. Pero ¡qué!… ¡Cómo los has metido ahí! Ahora tendré que pedirle a la consejera Alldora que baje a las cocinas, así no pueden subir a los aposentos reales —añadió, remangándose el vestido para volver a subir—. Consejero Zerdeg, confío en usted para que a mi regreso estén aquí —dijo la señora Horig, mirándolo fijamente—. No creo que sea necesario recordarle la complicada situación en la que nos encontramos. Poco después, Lady Alldora bajaba acompañada por Lady Ayla, y en la mirada de ambas se reflejaba un evidente gesto de desaprobación hacia ambos jóvenes.
—Dejadnos —ordenó Lady Alldora a la patrulla—. Usted también, consejero Zerdeg.
—No sé si lo ha olvidado mi señora, pero formo parte del consejo y creo que es mi responsabilidad permanecer aquí —aseveró, indignado—. Esperaré a que termine de interrogarlos para encerrarlos en el calabozo más oscuro y húmedo que encuentre.
—¡Ahora, consejero! No me obligue a repetirlo. No me obligue a ejercer el poder que me confiere los títulos.
Fue entonces, tras la sutil referencia a su elevado puesto, cuando el consejero enano levantó los hombros e inclinándose hacia delante con el gesto fruncido y muy ofendido, ordenó.
—Vamos… Vamos… Salgan. ¿No han escuchado a la consejera real?
—Vos también, lady Ayla, puede que haya llegado el momento de que los acompañe. Me preocupa que el gusano esté a punto de partir —dijo, mirando a su Sword que, tras mostrar su respeto, los acompañaba hasta la caravana seguida por el señor Turig, que lo hacía a regañadientes porque se sentía algo desencantado. Pues confiaba en quedarse para enterarse de todo, hasta que la consejera extendió su mano para mostrarle la salida, esperando con paciencia a que este cerrara el portón.
—Señor Zatex, me alegra volver a verlo —exclamó la consejera.
—Ninfa Suprema—contestó Zatex, inclinándose.
—Ahora quiero una respuesta rápida, ¿cuántos más han caído en nuestra trampa? Espero que la respuesta sea de mi agrado, me costó mucho conseguiros ese puesto en las bodegas.
—¡Solo él, mi señora! Como pensaba, la ermitaña se encarga de proveerlo, aunque tuve mis dudas al ver cómo la arrestaban, pero según los susurros que me ha hecho llegar nuestra aliada, ha salido libre esta misma mañana.
—Confía en la doncella del sur, ¿entonces?
—Así es, Suprema. Su elección fue clara para mí, desde el día uno de Aries, tras ver su reacción ante mi nombramiento, y cómo le molestaba. Le mostré el documento con vuestro sello, y aceptó de buen grado. Nos ayudará en lo que pueda.
—Bien, cámbiese de ropa lo antes posible. Necesito de su consejo en un tema de cartografía… y quiero que él venga también.
—¿Él? ¿Está segura de su decisión? Merhug no es más que un peón.
—¡Que os acompañe, ha utilizado las ampollas! Pagará su deuda ayudando al reino —dijo lady Halldora, retirándose.
—¡Como ordene mi señora!
—Vamos —dijo Zatex, despojándose del calzado—. Haga lo mismo que yo, pero será mejor que se siente y así evitará resbalar —dijo cuando una nube de harina invadió la zona de calderos, mientras Merhug maldecía su suerte.
—¡Por si lo de la fruta fuera poco! —dijo, mirando cómo su quehacer había aumentado gracias a su desafortunado resbalón.
—¡Si me hubiera hecho caso! —replicó Zatex, dejando sus botas a un lado para ayudarlo a levantarse.
Poco después se encontraban en las estancias de la consejera.
—La reina ha mejorado lo suficiente como para viajar. Creo que es el momento de saber qué hay en realidad en estas ampollas —sugirió Lady Alldora, acercándose a la mesa y, cogiendo una, los invitó con un gesto para que siguieran sus pasos.
—¡Por el cielo, Didig, deja de hacerte la interesante y bebe! —dijo la señora Horig, bebiendo la suya de un solo trago.
La magia oscura circulaba por los aposentos de la consejera, influyendo en cada uno a placer, pero en esta ocasión al servicio del bien.
La ninfa Suprema salía de la oscuridad del hechizo con unas fuertes alas de murciélago que terminaban a la altura de su calzado. Sin embargo, las de la señora Horig tocaban con las suyas el final de sus codos, pinchándose con ellas, tras llevar las manos a su cabeza al ver las de Didig, que aún eran más grandes que las de la consejera, pero rasgadas y con un aspecto tétrico que provocó pavor en el rostro de los demás. Sin embargo, las de Zatex y Merhug eran ridículas, aunque suficientes para volar sin ningún tipo de problemas.
—¡Bueno! —dijo la Suprema, tomándose como unos segundos para pensar—. Bien, giren la ampolla y beban el antídoto.
—No entiendo nada —señaló Didig, mirando la suyas para simularse sorprendida e indignada—. No… no sé por qué son tan diferentes —aseguró, sollozando sobre el hombro de Merhug, mientras sus ojos se entregaban a la oscuridad.
—No se preocupe, Didig. Su aportación ha sido útil y la reina no lo olvidará, pero como consejera real tengo mis propios recursos. Así que no pierda la esperanza. Señores, señoras, beban.
En aquel momento todos bebieron, y mientras sufrían el doloroso retorno a su naturaleza, la conversión desprendía una densa bruma oscura que circulaba por los aposentos y convertía la estancia en una garganta de poder oscuro que podía llamar la atención de la Deidad de las leyes no escritas. Esto confirmó las sospechas de la consejera, ninguna transmutación generaba tanta oscuridad. ¡Era una trampa! A continuación la consejera se acercó a su diván, sabía que no disponía de tiempo. Solo había una forma de alejarlos, y lo haría con la última semilla de luz que le quedaba, así que la extrajo del diván. Pero en esta ocasión no lo hacía girando una de sus hermosas tallas, sino pronunciando un conjuro. Pues aquel delicado mueble era un regalo de Uzcam de Viggo… Y se había elaborado con ramas restadas a la encina por la Deidad a través de una gran tormenta, con la que castigaron a la diosa del bosque por permitir los esponsales entre un salvaje y una elfa real. Y que, tras la firma, fue tallado y otorgado en forma de diván a la Suprema.
—Emage’ artne al allimes —pronunció una sola vez y la semilla apareció en su mano.
Un instante después emitía un segundo conjuro…
—Sonar’ aebil ed al dadir’ aucso… Sonar’ aebil ed al dadir’ aucso… Sonar’ aebil ed al dadir’ aucso —gritó, resolviendo la situación ante el asombro de los presentes, que entornaban los ojos cegados por la pureza de aquella luz.
Pero la oscuridad permanecía latente, no muy lejos de allí, en el asentamiento Hecat—. A partir de aquí no hay marcha atrás —dijo Ser Blazéri Onnei, preparándose para dirigirse a la Fortaleza Amatista—. La reina Tahíriz estará bajo la influencia de mi hechizo, y esta noche durante la cena sentirá una atracción irresistible por mí.
—Pero aún no sabe durante cuánto tiempo le hará efecto, mi lord, ¿y si el conjuro la ha dejado inconsciente? —preguntó Dameiza—. Eso habrá requerido la intervención de las meigas.
—Lo ha hecho, sin embargo, han conseguido despertarla con la ayuda de Tanátik —aseguró Blazéri con una sonrisa maliciosa—. ¡Incautos! No me suele gustar que me subestimen, pero debo reconocer que, en este caso, incluso me agrada. La Suprema lleva a la reina hacia el desastre, y yo estaré allí para recoger los frutos de mi última poción, y tú, vieja Dameiza, terminarás de prepararlo todo desde aquí… Los quiero a todos a un chasquido de mis dedos, ¿qué significa esa cara, anciana? ¿Tienes algún problema para que pasen por el portal? Pero no debería haberlo, así me lo aseguró la sacerdotisa de las Trece Cimas.
—Y no lo habrá, mi lord. ¡Estaremos allí! Pero me parece sospechoso que la nombrada no haya aparecido. Por más que busco su aura, no consigo encontrar a la joven profetizada. Es como si ya no existiera, como si hubiese muerto.
—¡Eso espero, y si no es así, profetizada o no, puede morir como todos los demás, y si no lo ha hecho ya, lo hará pronto! Toxfat se ocupará de ella, como lo hizo en su día con sus padres! Ahora os dejo, tengo un trato que ofrecer, y ellos una decisión que tomar.
Sin embargo, en la Llanura de los Ocho las decisiones parecían estar tomadas. La reina Viggo señalaba los distintos puntos de entrada.
—¡Aquí, aquí, y aquí! Vosotros estaréis entre el gentío. A mi señal, el ejército de lanceros ocupará la torre circular. Thomas, usted se encargará de que sus centinelas den paso a los guerreros terios por el camino de ronda y, a través de él, los conducirá hasta la estancia de Ser Blazéri Onnei. Todo debe hacerse sin llamar la atención del resto de las casas. Es de vital importancia que el tratado no se vea fracturado por nuestros actos. ¿Ha quedado claro? Loum tú te ocuparás del resto, solo quiero que sepan que no permitiré que ese demonio nos destruya. Esta noche el oscuro conocerá el significado de la consigna «hacha y fuego»…
—¿Están seguros? —preguntó una voz desde el fondo—. ¿Están seguros? —repitió lady Ohupa una vez más —. Creo que lo subestiman. No lo comprenden, es una bestia que se alimenta del dolor ajeno, y por lo que he entendido piensan darles un blanco fijo. Creo que no es lo más adecuado. Yo he estado entre ellos, y les puedo asegurar que se meten en una trampa al asistir a la gran cena —aseveró mirando a la profetizada—. Él la busca para matarla, he estado días escuchando cómo se lo ordenaba a los suyos. Y piensa compartir salón con él. No lo veo apropiado, sé que es una Viggo… Y que como profetizada cuenta con el apoyo de su ejército. Pero ese señor no está solo, lo que yo he visto no lo hace una vieja ermitaña. Piénselo, desde cuándo no se sabía de la bestia de dos lunas… Y de repente aparece de la nada. Junto con el primer unicornio oscuro, ¿de verdad nadie cree que haya nada más? Pues perdónenme, pero yo no lo creo. No puedo decirles qué figura está utilizando, pero ¡todo indica que juega con una reina!
—No puedo negar que todo esto me inquieta —afirmó Híz—. Y que sin duda hay mucho que no sabemos sobre él. Sin embargo, si él juega con una reina, de este lado hay tres. ¡Y esa carta la jugaremos durante la cena!
—¡Bien pensado! En el interior de la Fortaleza estará en desventaja —afirmó el señor Fixex.
—Eso no es del todo cierto. Pocos minutos antes de venir hacia aquí, advertí a mi capitán de la presencia de pequeños grupos de soldados de la casa Onnei. Están repartidos de forma estratégica… Tanto por el exterior como en el interior de la Fortaleza. Fácilmente, pueden sumar un centenar, o puede que más —aseveró el centinela—. Les debo una disculpa… Todo ha sido muy complicado desde que entré en esta tienda; debí ponerles al día en cuanto crucé el umbral.
—Bueno, no se puede decir que son buenas noticias, pero por lo menos no podrá contar con el poder de su unicornio. Y si no quiere verse expuesto, se verá obligado a ocultar también su conversión Hecat… —puntualizó el zahorí Vári.
—¡Aun así, no debemos subestimarlo! Ha demostrado ser muy inteligente… Y como Hecat, deberíamos plantearnos la posibilidad de que la reina de las Trece Cimas se encuentre cerca. Puede que ese sea el eslabón que nos falta, puede que a eso se refiera lady Ohupa —afirmó lady Tabatha.
—Sí, lo de la última vez… no… no debe ocurrir —aseveraba Loum con dificultad, porque desde lo ocurrido en la Llanura sufría fuertes dolores de cabeza, que se acentuaban con cada fugaz visión. Era indiscutible que aquello no era dañino para ella ni para el resto, y por muy desagradable que le resultara, todo apuntaba a que se trataba de un nuevo poder que por el momento no sabía controlar.
—¿Tu cabeza otra vez? Hermana… ¡No creo que debas acompañarnos en esta ocasión!
—¿Ellos también vendrán? ¡Se extrañarán! No es costumbre que el linaje terio haga acto de presencia en la gran cena. No desde la muerte del rey Uzcam —aseguró el señor Fixex.
—¡Me gusta el riesgo! —afirmó el príncipe Xium mirando fijamente a Híz—. ¡No, no lo es, pero tenemos una oportunidad excelente con la llegada del rey de los hombres, Niels VI, era como un hermano para nuestro rey! Así que aprovecharemos que se encuentra en la fortaleza para honrarlo… ¡será el pretexto perfecto! ¡Ya se ha enviado la misiva con el anuncio para darle naturalidad!
—No sé qué pensar… Pero espero que funcione, aun con todo, creo que necesitamos algo que los distraiga —dijo Lady Tabatha—. Algo que nos introduzca en la cena sin llamar la atención. Yo sugeriría la presencia de la Guardia Ninfa. En este caso podrían alzarse de forma inocente para ofrecer al rey Amatis una representación de la ceremonia de iniciación… Eso nos dará una oportunidad para acercarnos a su majestad, y de protegerla sin despertar sospechas, podríamos infiltrar de siete a diez de las mejores Swords, en tanto los tres jóvenes —dijo refiriéndose a Cuorhy, Horhy y Ázdeli— entrarán a las caballerizas. Para entonces, Lidot deberá tener preparada las pócimas para el príncipe Zeldriz, la señora Zolarix, y una tercera para Záun. Esto es muy importante porque no debemos olvidar que Záun puede utilizar «Destello». A la más mínima provocación, Ser Blazéri Onnei puede estar en cualquier lugar de Oblig en un abrir y cerrar de ojos. Y eso no puede ocurrir, es prioritario y necesario anular el poder de ese animal.
—Una pócima para un unicornio infectado por la oscuridad, ¿cómo voy a conseguirlo? —gritó Ázdeli. Ah…, deberíamos repasar el plan, no sé, todo esto, pero me parece una locura.
—Estaré a su lado, pase lo que pase. Por lo pronto, sé lo que vamos a necesitar para anularlo —dijo el zahorí mayor—. Horhy vaya con su abuelo y consiga estos ingredientes por los bazares. Háganlo sin llamar la atención. Por suerte, la mayoría de ellos los encontrarán en el bazar de la Magia. No sé… ahora que lo pienso, sería mejor que Ázdeli los acompañe. Mientras, yo iré preparando la base con flor de passiflora caeruela —dijo el sabio, apartándose a un lado, y mediante un gesto pidió permiso al señor Fixex para utilizar su pluma de Fénix, que lucía hermosa, pues apenas había trabajado desde su último resurgir tras el festival.
Tras una rápida incursión por las estanterías del maestre con la intención de hacer un pequeño inventario, y así saber con seguridad de qué ingredientes disponía para poder redactar una lista. Por desgracia, el anciano duende carecía de gran parte de ellos, lo que sin duda haría más engorroso todo el proceso. Pero el zahorí mayor era del parecer de que las cosas siempre ocurrían por alguna razón. Así que se cargó de paciencia y se mantuvo fiel a su propósito, hasta que lo tuvo todo claro.
—¡Bueno! —suspiró Vári con conformidad—. Dentro de unos segundos les entregaré una lista de lo que necesito.
—Esto, sí… Y creo que eso no me hace falta, porque apenas necesitaré una pizca, y creo que hay también esto, así que si quito esto y pongo… Claro, con esto tendré suficiente —dijo, tomándose unos minutos para escribir, tras los cuales se giró hacia los elfos mariposa con determinación—. Aquí tienen, esto es lo que necesito…
Ingredientes:
· Dientes de hormiga panda, en polvo.
· Semilla de Huayruro, deshidratada.
· Coraza de grillo topo, ahumada.
· Velas de miel de pino real de las tierras negras.
· Cristal de lapislázuli, en polvo luminoso.
· Abdomen de escorpión emperador de piedra volcánica.
· Agua de equinoccio, de luna rosada, y esencia de flor de Bach; esta última debe ser de solsticio.
—Por el momento, será suficiente —afirmó, acercándose al anciano Deorhy—. Confío en que sabrá conseguirlo cuanto antes. Ahora todos estamos en el mismo bando.
—Estaremos de vuelta muy pronto, confíe en nosotros —dijo, mirando a sus jóvenes acompañantes e indicándoles la salida—. Vamos, el tiempo apremia.
Thomas lo escuchaba todo en silencio.
—El viejo elfo mariposa tiene razón. Vamos, pongámonos en marcha. Esta noche determinará nuestro futuro.
Mientras en palacio…
—Habéis conseguido que se mantenga despierta, estamos perdiendo demasiado tiempo, Tanátik —dijo lady Alldora.
—Esa joven es una inconsciente, no creo que aguante la presión sin cometer una estupidez. Si se va de la lengua, pondrá todo nuestro plan en peligro.
—Tiene razón —dijo la señora Horig—. Merhug deja de distraer a Zatex, él puede ocuparse solo de revisar esos mapas, necesito que se ocupe de Didig, seguro que sabes cómo conseguir que se controle o tendré que dejarla aquí. Hay algo en ella que no me termina de convencer, pero lo cierto es que la necesitaré durante la cena, pero si no logras calmarla, me veré obligada a prescindir de ella.
—Eso no será necesario, la tranquilizaré… Hablaré con ella e intentaré solucionarlo —dijo Merhug, acercándose a la joven—, ¡y sentándose a su vera, cogió sus manos y le murmuró unas palabras, mientras ella mantenía el rostro cabizbajo; él pensaba que lo hacía por tristeza, pero! —¡Lo entiendes, Didig! Tienes que decirlo en voz alta, la respuesta no está en tu delantal, así que mírame y dime que lo entiendes.
—Lo entiendo —contestó ella sin levantar el rostro con los ojos ennegrecidos—. Claro que lo entiendo —aseguró Didig, ocultando su naturaleza, hasta que pudo mirarlo con sus hermosos ojos cristalinos.
—Todo listo, mi señora —puntualizó Zatex—. ¿Y tú, Merhug?
—Por supuesto que lo estoy, finalmente, Didig viene con nosotros.
—Sí —afirmó de repente la joven, cambiando su temperamento en su propio beneficio, su plan de infiltrarse estaba en peligro desde que tomó las ampollas y todos pudieron ver las siniestras alas que surgían de su furor interno. Desde ese momento todos la miraban con desconfianza. Sin embargo, las miras de todos ellos no iban más allá de una señal de alerta.
—Claro que sí… Te necesitamos para que la gran cena Amatis esté a la altura de lo que se espera. Vamos, señora Horig, sabe que digo la verdad, la necesita —replicó Merhug, ofreciéndole la mano para que se levantara—. Estamos listos.
—Bien, pues ya que está todo, señora Horig, adelántese junto con la primera doncella y su ayudante. Merhug también irá con vosotras.
—¿Y los demás? —preguntó Didig con un hilo de voz inocente y tras el que pretendía ocultar su verdadero rostro.
—Lo haremos en cuanto la reina mejore. Tanátik cumple con tu palabra, si aceptas el pago.
—Lo acepto, por supuesto que lo acepto —dijo la anciana terminando el último símbolo de la Runa Mágica—. La cocinera en aquel extremo, sobre el símbolo de Fogo, y su ayudante a su izquierda sobre el símbolo de Terra. Y a su izquierda el joven Merhug sobre el símbolo de Ar, y la sirvienta, ¿cómo te llamas, jovencita?
—Didig —dijo esta, acercándose.
—Didig, tú, a la derecha de la cocinera, sobre el símbolo de agua. Y yo, sobre el círculo de la ‘Quintessência’ —dijo la anciana, y cuando todos estaban en su lugar, levantó las manos y conjuró el gusano del tiempo para que aceptara a sus invitados.
—Ebice’ ar le ogap y ebice’ ar a sol sorej’ aasap… Ebice’ ar le ogap y ebice’ ar a sol sorej’ aasap… —pronunció.
Después, una fuerte brisa entró por los ventanales, que vibraban con tal estruendo que parecía que saltarían en mil pedazos, y así ocurrió, provocando que los presentes cubrieran sus rostros, y un instante más tarde todo volvió a su estado original.
—Listo, ya se encuentran en la caravana con los demás, al cabo de menos de una hora estarán a las puertas de la Fortaleza… Y ahora debe cumplir con su palabra, permitiré que asista a la reunión con las yeguas sagradas y a cambio me entregará a Lluvia en pago.
—Pero, mi señora, ¿cómo habéis aceptado tal cosa? —preguntó Mivha, que se había unido a ellas sin avisar de su presencia—. ¿Creí que Lluvia era más que un águila para vos? Pero me alegra saber que su obligación prevalece. Sobre todo teniendo la tentación de usar las ampollas que le entregó Didig. Pero comprendo que decidiera hacerles tomar el antídoto… Sí, lo sé. No está bien escuchar detrás de las paredes, pero es que me aburro.
—¡Silencio, Mivha, ya basta! Hace mucho que comprendí que en la guerra no todo es tan efímero como puede parecer. Es más complicado. No hacemos tratos con la magia oscura y, a pesar de lo que puede parecer a primera vista, no todo será más fácil… Lluvia significa mucho para mí, pero al igual que yo, ha vivido lo suficiente como para comprender que no hay otro camino.
Sin embargo, no hubo respuesta alguna por parte de la pequeña Atydhia que, tras haberla visto volar en más de una ocasión, le seguía impresionando como la primera vez. Le resultaba tan interesante que incluso le había pedido al viejo cetrero que le tallara una para jugar.
—Prepararé las monturas y saldremos lo antes posible —dijo la Suprema saliendo de la estancia antes de que sus lágrimas la delataran.
Mientras todo esto acontecía, los efectos de la magia de Tanátik regeneraban la unión de Tahíriz con la Olivina de su crisólito, un fuerte sonido retumbaba en su cabeza, pero poco después se sintió fuerte y capaz de escuchar con claridad cada palabra, en silencio, por momentos sentía que perdía la facultad de ver, pero esta también se restableció. Ella sabía cuál era su destino y nadie la retendría.
—Estoy preparada —dijo la reina hosiuences haciendo acto de presencia.
… Por fin —dijo el señor Turig, entrando en las cocinas de la Fortaleza—. Vamos… vamos, pasen y comiencen a distribuir todo inmediatamente… ¡Ahí no, Merhug, esa es el ala norte! Recuerda que estamos de prestado, no quiero ningún problema con el jefe de cocina de los Amatis. Nosotros trabajaremos en el ala este.
—El ala ¿qué?
—Sigue a Didig, ella parece saber adónde ir —dijo el señor Turig, deseando tener algo de tiempo para hablar con su esposa.
—Señora Horig, ¿me concedería un momento?
—Por supuesto, señor Turig, deme diez minutos para darle unas instrucciones a la doncella y estaré con usted.
—Sube a la tercera galería, allí se encuentran las estancias que han destinado para su majestad… —dijo, comprobándolo en las instrucciones que le dejó la señora Zolarix antes de partir—. Sí, así es, galería este, tercer solado, primera fuente a la derecha, ¿lo has entendido?
—¡Sí, señora! ¡Tercera planta, primer portón a la derecha!
—Perfecto, y tú, Didig, acompáñala y ayúdala en lo que sea menester. Los mozos subirán en cuanto puedan para que hagáis lo mismo con los baúles, y baja en cuanto termines, me haces falta en la cocina.
—Sí, señora, se hará como ordena.
—Señor Turig, tengo un momento antes de empezar a prepararlo todo, ¿qué necesita?
—Vamos, mujer. ¡Cuéntamelo todo! ¿Dime cómo dejaste a la reina?
—¡Que te cuente! ¡Cuando lo haga, no te lo vas a creer! Esas viejas desvergonzadas nos han engañado; al parecer, la consejera real tuvo que hacer un segundo trato con la anciana Tanátik.
—¿Un segundo trato, y qué pasó con el primero?
—El primero solo aseguraba el transporte de la reina, estrictamente. Así como te lo cuento, caímos en su trampa.
—Pero si eso es así, ¿dónde está la reina? He preguntado al llegar y aún no se encuentra en la Fortaleza.
—Paciencia, querido, confiemos en la consejera. Ahora lo único que podemos hacer es ponernos el delantal y prepararlo todo para la cena de esta noche, cuando sepa algo más te pondré al cabo de los detalles.
—¡Sí, tienes razón! —dijo el cocinero, colocándose su gorro.
—¡Merhug, las verduras! —gritó dispuesto a comenzar con la rutina, pero con un sentimiento que retorcía su estómago como respuesta a la manipulación de las siniestras meigas.
Todavía en palacio, la reina se ajustaba los brazales; mientras recordaba las últimas palabras de la señora Zolarix.
«No estaréis pensando en visitar las manadas esta noche. ¡No debéis! ¡No podéis después de todo lo acontecido, majestad!».
«Debo hacerlo, Amma, necesito su orientación. Sabéis también, como yo, que solo allí me es permitido vincularme con sus almas».
—¡Majestad, estamos listos para salir hacia El Valle de Caux! —aseguró la Suprema, acercándose para ayudarla.
—Entonces, Zatex vendrá con nosotros, tengo que confesar que me sorprende lo del joven Merhug, pero me siento aliviada de que ese sea el único fleco suelto. Ahora sigamos el plan. ¿Se ha cerciorado de que Zatex lleve los mirlos?
—¡Sí, majestad!… Afortunadamente, el cetrero atesoraba uno. ¡Ha sido una suerte! ¡En estos tiempos son muy difíciles de encontrar!
—¡Perfecto! Ordénele salir ya, será mejor que se adelante y compruebe si está despejado el camino. Nosotros lo seguiremos tan pronto como el cetrero aviste la primera señal de que no hay peligro.
—¡Se hará como ordene, soltará el primer mirlo blanco tras la primera milla! —afirmó la consejera, devolviendo a Tahíriz a sus recuerdos:
«La reina de Hósiuz, ¿custodiada por solo una Sword? No es sensato, mi niña, ni prudente, y no os será fácil entrar y salir sin ser vista, ¿o creéis acaso que a vuestro enemigo le faltan recursos? Si sabe la mitad que el consejero Zeldriz, no le será difícil conocer cada uno de vuestros pasos…».
—Majestad, ¿se encuentra bien?
—¡En realidad, me siento un poco confusa! Pero nada que no se solucione con un poco de aire fresco, me vendrá bien cabalgar.
—Poco después, la reina salía de palacio, custodiada por sus Swords, y acompañada por la poderosa magia y conocimiento de la anciana Tanátik.
—Espero que le haya agradado mi presente, majestad… Gracias a las semillas de Zorenka que les he hecho comer a los caballos, estos recorrerán la distancia hasta el valle de Caux en un cuarto del tiempo habitual, y de esta forma podremos cabalgar igualando la velocidad del unicornio real.
Pero la joven reina no se encontraba tan bien como les había hecho creer y, tras una hora cabalgando, sintió que de alguna forma su subconsciente la alertaba, a través de las palabras de su Amma:
“—No he podido evitarlo, Amma…
—¡Pues debería! Solo hay una razón para que el poder de una reina bendecida con el crisólito no surja el efecto deseado, que esta se encuentre unida por un lazo de amor a la persona que desea ayudar. Sabe también como yo que no os está permitido ¡No, hasta que cumpla la edad! Y aún faltan muchos días para la primera luna de Tauro. ¡Por el cielo, mi niña, en qué estabais pensando!… Si esto se descubre, sería derrocada, y el pueblo caería en desgracia. ¡Tiene que olvidarlo! Si ama a su pueblo, lo hará. Solo así salvará su vida y las nuestras…”
Media milla más tarde…
—Majestad —dijo Zatex, devolviéndola a la realidad—. El camino está libre, la manada se encuentra al final de este sendero, pero…
—¿A qué espera? ¡Vamos, termine de explicarse!
—¡Será mejor que lo vea con sus propios ojos, majestad!
Fue entonces cuando Tahíriz decidió forzar la marcha, aunque en sus condiciones no era lo mejor, y de repente…
—¡Por la diosa, están todas enfermas! En este estado no se podrán unir a los jinetes; tenemos que buscar una solución. Sin los unicornios no volveremos a estar a salvo. ¿Cómo ha podido ocurrir? ¡Esto es un completo desastre! ¿Cómo he permitido que suceda? —se preguntó la reina, desmontando, y acercándose a una de las yeguas, se sentó a su lado y comenzó a acariciarla. Al cabo de pocos segundos el vínculo se había generado.
Las visiones eran horribles… En los ojos del unicornio se reflejaban las forestas ardiendo. Aldeanos asesinados, y un cuerpo flotando inerte junto al de Mivha en la poza mágica…
—¡Oh, no, no! ¡Él, no, por favor!
—¿Majestad? ¿Majestad?… —gritó la consejera—. Rompe el vínculo, Tanátik, rómpelo, rómpelo ahora —ordenó lady Alldora—. Rómpelo o no habrá trato alguno —juró al ver que la anciana no reaccionaba.
—Nunca quise mal alguno para la soberana, mi señora. Pero lo que me pide es imposible… ¡Si lo hago, ella también caerá enferma! Lo siento, pero la joven reina debe romper el vínculo por sus propios medios, y espero que lo haga antes de que sea demasiado tarde, porque tras ver lo que está ocurriendo en este lugar, ella es nuestra única esperanza.
—¡Zatex! —gritó la consejera.
Y este se acercó a la anciana y, sacando de su extraño zurrón un polvo verde, lo sopló sobre el rostro de la yegua, y el animal perdió la consciencia al instante, liberando a la reina del terrible vínculo.
—Hazlo ahora… —gritó la consejera—. Llévanos a la Fortaleza… ¿Me escuchas, Tanátik? Reacciona, anciana, tienes que hacerlo. Hazlo ya.