Algo está cambiando desde que llegó don Manuel Pelegrín al Real Betis Balompié, una entidad en crecimiento, un proyecto con visos de seguir adelante. Pero no nos quedemos con este leitmotiv etéreo, que al fin y al cabo no es más que una interpretación positiva de lo que la entidad palmera ha estado experimentando en los últimos años. Vayamos al último gran derbi, un Real Betis que afronta desde la más absoluta irregularidad en la Liga, un equipo con metas y que objetivamente está algo por encima en función de su presupuesto y límite salarial. Pero claro, llegaba aquel que llaman «el grande de Andalucía», el Sevilla Fútbol Club, más bien un gigante con pies de barro, el adalid de la exigencia. Llegaron al Benito Villamarín en medio de la más absoluta mediocridad, y si nos atenemos a lo que se supone que deberían ser y no son, se vio reflejado con un empate a uno, con un juego de equipo recién ascendido que lucha por mantenerse en la categoría. Es lógico pensar que eso supo a gloria por el barrio de Nervión. algo está cambiando.
Pero vayamos a lo importante, que es lo que hemos venido aquí a analizar, y es que, al fin y al cabo, un derbi es un derbi, imagen de Sevilla, por lo que históricamente cada uno de ellos que se juega en esta bendita ciudad se caracteriza, en su gran mayoría, por no ser precisamente partidos de fútbol. No huele a la palabra del deporte que los denomina y que mueve tantas pasiones.
El inicio de la primera parte tuvo como protagonista al árbitro Sánchez Martínez, empeñado en ser uno de los protagonistas de la noche. El equipo de Manuel Pellegrini no lograba tomar el control del partido desde el principio, y el plan de someter al equipo de Quique Sánchez Flores parecía que no se iba a llevar a cabo. El equipo sevillista tenía un plan bien trazado: jugar compacto y competirle la posesión al equipo de Manuel Pellegrini, y durante toda la primera parte lograron hacerlo. Hasta que llegó una de las primeras polémicas del encuentro, cuando un centro al área de Pablo Fornals fue interceptado con la mano en posición natural para muchos, pero que en este caso el árbitro lo señaló como penalti, subiendo así el marcador a 1-0. El Real Betis comenzó a despertar y se hizo dueño del partido, pero llegó el descanso y tras él siguió el dominio bético, llegando incluso a materializar el 2-0, pero un balón a la espalda de la defensa dejó solo a Cedric Bakambu, quien desafortunadamente se lesionó antes de batir al portero sevillista. El partido continuó y parecía que el Sevilla Fútbol Club se llevaba el partido a su terreno, unido al error defensivo del Real Betis que permitió el empate por medio del canterano Quique Salas. Más ocasiones para el Real Betis, pero poco acierto y poco fútbol, como suelen caracterizarse estos partidos.
Pero el espectáculo del árbitro continuaba, en este caso condicionado completamente por la intervención del VAR (primera vez que se ve en la historia de la herramienta). Sánchez Martínez anulaba un penalti que había pitado por una falta del futbolista sevillista Badé a Isco, lo que impidió que el equipo verde y blanco se adelantara en el marcador. Entonces comenzó el carrusel de jugadas enmarañadas, patadas, pérdida de tiempo y protestas, como ha sido habitual durante todos estos años, al más puro estilo de Nervión.
En definitiva, un empate que sabe a poco para el equipo verde y blanco, pero que aún lo deja en posición de cumplir el objetivo frente a otro equipo que «soluciona»en lo que resta de temporada, y por ende frustar aunque solo por unas horas a la hinchada bética. Pero no se dan cuenta de que, en este caso, lo mejor no está por llegar para sus intereses, sino que lo peor está por venir. Están decepcionados por el caos a nivel accionarial y la histeria colectiva en su afición, que no hace más que pensar que «algo está cambiando.»
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