Capítulo 25
Al norte, la Primera Guardia sobrevolaba la costa, con el fin de supervisar la llegada de los lanceros del mar. Híz se reuniría con ellos pronto. La breve reunión en la tienda del duende maestre había terminado, y se encontraba de regreso acompañada por Loum y su hermano.
—¡Parad! —gritó Loum, que por fin se había aventurado a liberarse al vínculo—. Resulta muy incómodo, ¿por qué no tenéis de una vez por toda, esa conversación que os hace tanta falta? —preguntó, malhumorada—. Mejor me avisáis cuando hayáis terminado… —bramó decidida.
—¡Noica’ aluna…! —pronunció, anulando el vínculo y, entonces, le volvió a ocurrir…
Pero en esta ocasión la visión fue mucho más clara. No era un fragmento, como en otras ocasiones, lo que le llevó a pensar que el vínculo le impedía ver. Sin embargo, y liberada de él, veía con claridad cómo Toxfat levantaba el vuelo desde las islas oscuras de las Trece Cimas. En apenas unos segundos todo parecía tener sentido. Había dejado de sentirse amenazada. Aun así, en el fondo lo sabía… Desde aquel incidente en el que su hermano resultó herido su destino había cambiado y, a pesar de apreciar la ventaja, aquello le enfermaba.
—Espera un momento —se dijo, girando la muñeca para comprobar que la cara interior no ofrecía ninguna marca… Pero no había signo alguno de mal en ella, entonces lo comprendió. Hasta ese momento se negaba a ver de lo que era capaz. Finalmente, decidió aceptarlo y fue entonces cuando su poder se liberó…
—Etece’ albat’ aser —pronunció para comprobar si el vínculo podía detener las visiones. Y como pensaba surgió el efecto deseado—. Preparaos —gritó—. Toxfat surca los cielos.
Poco después la batalla había comenzado. El ejército de la profetizada luchaba contra los elementos al intentar acceder por la peligrosa costa, y a pesar de la audacia y mesura de los feroces guerreros. Los ataques de Toxfat dificultaban la tediosa escalada, pero los lanceros llegaban por miles… Mientras, Páem, una gigantesca medusa azul provista de cientos de letales tentáculos, les concedía la licencia de salir a la superficie sin daño alguno, pues esta criatura sin precedentes estaba al servicio de Ax. Aun así, los lanceros debían enfrentarse a la bestia de una luna. Más bien, todo aquel que sobrevivía se transformaba al tomar su primera bocanada de aire, tras lo que su cuerpo se endurecía hasta formar una coraza natural que se adhería fielmente a sus esculturales cuerpos como única prenda. Una lanza cruzada a la espalda como arma de defensa y, como evidencia de su procedencia, dos hendiduras sobre sus mejillas que recordaban sus agallas. Sin sexo evidente, solo ofrecían una rareza a la vista: su tatuaje de luz que, al contrario de lo que se llegó a pensar en la alquería del señor Fixex, reflejaban la fuerte unión con la profetizada y revelaban su disposición a la batalla.
En el cielo, la primera guardia liderada por su joven reina atacaba a la bestia de una luna, una y otra vez con diferentes tácticas…
—Acabemos con esto —gritó Híz, levantándose sobre Laceit, y tirando del prendedor. Su cabello quedaba suelto al tiempo que lanzaba la joya. El arma se dividía como nunca lo había hecho antes, y uno a uno sus filos se iban clavando en el cráneo de la horrible bestia, que graznaba su dolor, al tiempo que caía.
—Esta vez no escapará— aseguró Híz, saltando al vacío para caer sobre el pecho del animal, y sacando una flecha de su aljaba la disparó al corazón de la bestia—. ¡Esto es por mis padres! —gritó, antes de volver a saltar sobre Laceit, que apareció a la orden de su nueva hermana de eclosión evitando formar parte del trofeo de Páem, que salía a la superficie rugiendo y extendiéndose en su totalidad y se tragaba a Toxfat de un solo bocado, robándole a la reina de las Trece Cimas su oscura criatura.
—¿Ves algo? —preguntó a gritos Xium, sobrevolando la costa, que bullía espuma blanqueando las aguas de Ax…
—No, la criatura se lo ha tragado —gritó Híz, esperanzada en que todo hubiera acabado—. ¡Por fin, hemos acabado con él! Pero no debemos relajarnos. Ahora la prioridad es acabar con Blazéri… Y al igual que la bestia debe haber una forma de dañarlo. ¡Regresemos! Nos espera una noche muy complicada.
—Híz tiene razón, ha resultado ser más duro de lo que creía —gritó Loum—. Los hombres están agotados, volemos a la Colina del Velo y descansemos antes de partir —dijo, dando una última pasada antes de volver.
Posteriormente, la primera guardia se preparaba para salir hacia la Fortaleza, donde se prepararían para la siguiente batalla junto al resto de los guerreros. Híz caminaba por la linde de la colina, cuando se encontró con Loum.
—Pareces preocupada, hermana, ¿te encuentras bien?
—¡Sí, ya me conoces, lista para la batalla! —contestó Loum
—Oye, soy yo, ¿eh, me escuchas? Puedes hablar conmigo, ¿es por Zeldriz? —afirmó Híz ante la reacción de su amiga, que se mantenía ausente—. ¿Es por la coronación?… ¡Si es por eso! Yo no he pedido nada de esto. ¡Lo sabes bien!
—No, hermana, te equivocas.
—¿Pues, entonces, de qué se trata? Cuéntamelo…
—¿Confías en mí? —preguntó Loum y alzó la vista buscando su mirada—. Quiero contártelo, pero me dolería tanto que dejaras de mirarme como lo haces ahora.
—¡Eso no pasará, sea lo que fuere, déjame ayudarte! ¿Loum? ¡Por favor, Loum!
—Tienes razón, pero antes… ¡Quiero que sepas que esto no ha sido idea mía! ¿Recuerdas la noche que desaparecí? Desde aquella noche mi vida ha cambiado:
«Durante la explosión que provocó el jinete Hecat, un fragmento, una astilla del cuerno de ese horrible unicornio, atravesó mi armadura y rozó mi piel.» En ese momento no le di la importancia que tenía, ¡quizá si hubiera acudido a la diosa encina tras el ataque! Pero lo cierto es que no lo hice».
—¿Qué intentas decirme? ¿Estás infectada? ¡Lo estás! ¿Por eso viste venir a la bestia? —aseguró, girándole la muñeca.
—Oh, por la encina… —Suspiró Híz, aliviada, al ver que no estaba marcada por el símbolo de las Trece Cimas.
—¡No, yo no he dicho eso! Pero desde entonces no soy como el resto de mi pueblo —susurró—. Un nuevo sentido forma parte de mí… ¿A quién quiero engañar? ¡Vi venir a la bestia! ¡Más aún, la vi levantar el vuelo desde la misma isla de las Trece Cimas!
—¿Puedes ver los movimientos de nuestro enemigo? ¿Cómo puede ser eso?…
—¿Qué hacéis aquí? —preguntó Xium que, tras un rato observándolas a lo lejos, decidió acercarse.
—¡Lo siento, hermano, yo no quería! ¡No, no quiero! Pero forma parte de mí. Y siento que todo esto sea irreverente para ti.
—No seas tan dura contigo misma —dijo Híz—. Tienes que ver la parte práctica. No te ha dañado y podemos sacarle partido.
—No me gusta cómo suena eso. Pero no creo que sea necesario que te sientas culpable por tus dones. Siempre han estado más desarrollados que los míos y me alegra que tu instinto terio albergue una conexión tan pura con la madre.
—¡No lo entiendes, hermano, hay algo dentro de mí! Algo que ya forma parte de mí —dijo Loum bajando el rostro, compungida, y cogiendo su mano— le permitió ver desde un vínculo exclusivo entre ambos.
—Es suficiente, hermana… —afirmó Xium, rompiéndolo—. Ahora solo quiero saber por qué me lo has ocultado… Bueno, supongo que es una cuestión de confianza —dijo, alejándose.
—¿Tú también te marchas? Vete, si quieres, puedo aceptarlo —dijo la princesa Nor, simulando una fuerza interior de la que carecía en ese momento.
—¡No, Loum, yo me quedo! —aseguró Híz, sentándose a su lado y estirando de la mano, le preguntó—. ¿Me permites verlo?
Loum cogió su mano cuando Híz pudo verlo con tanta claridad que se le erizó el vello—. ¿Cómo funciona, sabes si ellos pueden verte?
—¡No, no pueden! Si fuera así, la bestia lo hubiera sabido.
—Loum, esto no es un problema. Por el contrario… Piénsalo, ahora tenemos la posibilidad de ser parte de sus planes. Solo tienes que ejercitar este nuevo don, y cuando Xium lo comprenda, pensará lo mismo que yo. Estamos en guerra y esta será un arma muy eficaz, es una fisura, ¡una debilidad de la que sin duda sacaremos partido!…
Y en la Fortaleza. El gran salón estaba siendo preparado para recibir a sus comensales, mientras en las cocinas los fuegos desprendían un calor agobiante y, por tanto, poco aconsejable para los formidables platos fríos, que ya se encontraban preparados y eran transportados por tandas a una estancia contigua que daba al exterior con enormes estanterías.
Los sirvientes entraban y salían sin parar de ella, buscando el frescor que mantenía por su ubicación. Y cada vez que esto ocurría, el señor Turig levantaba la mirada—. ¡Por mil apestosos duendes! —gritó—. Me he vuelto a cortar, a este paso podré elaborar un enano tartar.
—Je, je, je! ¡Lo siento! —dijo Didig, que le observaba mientras amasaba desde el obrador, entre suspicaces risitas. Turig la miró, disgustado, dispuesto a regañarla una vez más. Pero antes cogió un trozo de ajo y le retiró la piel, apartando la peladura a un lado, para utilizar más tarde. Entonces frotó la semilla sobre el corte, mientras apretaba los dientes para aguantar el escozor. Luego, introdujo la peladura en aceite y la colocó sobre el corte—. Esto evitará que se infecte —dijo, caminando hacia el obrador, cuando la señora Horig entró.
—¡Ah, por fin! Su majestad ha llegado y al parecer se encuentra recuperada, pero…
—Pero ¿qué mujer?… ¿Qué?
—¡No sé, Turig! ¡Hay algo en su mirada! Algo que antes no se encontraba ahí… Ahora no tengo tiempo para explicaciones. Por favor, prepara algo para ella. No sé, ¡queso y fruta!
—¡Claro, mujer! Seguro que solo se trata de hambre y cansancio. No te preocupes, verás cómo después de comer y descansar volverá a ser la misma.
Poco después…
—Majestad, le traigo algo para comer, y en la entrada espera un joven mensajero que os trae un correo del rey Niels…
—Gracias, señora Horig. Déjelo sobre la mesa del salón y pídale al joven que la acompañe. La consejera se ocupará de atenderlo… Ahora déjeme y que nadie me moleste hasta que regrese Zatex. Necesito descansar.
—Sí, por supuesto, majestad —dijo la cocinera dando un paso atrás y cerrando la puerta del dormitorio para entrar en la estancia contigua—. Su majestad está descansando y desea que usted se encargue de recibir al mensajero que aguarda en la entrada. ¿Le hago pasar?…
—Sí, claro… Necesito como un segundo para terminar de hablar con Tanátik y me lo trae a mi presencia —dijo lady Alldora, percibiendo el desacuerdo en la mirada de la cocinera—. ¡Lo sé, no se preocupe! Después de lo que ha visto, estoy segura de que la anciana se encuentra de nuestro lado. ¡Como primer gesto ha conmutado ambos pagos, se le pagará cuando el consejero del tesoro regrese a palacio! Tendrá que devolver esto a su esposo. ¡Estoy segura de que se sentirá emocionado de recuperar su oro! Espero que tanto como lo estoy yo, desde que sé que no tendré que entregar a Lluvia.
—Gracias, seguro que será así, pero ¿qué ha pedido a cambio?… Puedo comprender lo del oro… Sin embargo, ¿desprenderse de una criatura tan excepcional como Lluvia?
—Esa información no le corresponde, como debe suponer, señora Horig. Solo puedo decirle que Tanátik ha demostrado que su actitud no es tan execrable como podría parecer.
Y añadió:
—Esto que le cuento es estrictamente para su tranquilidad, y solo porque me ha demostrado que puedo confiar en usted… Su mutismo ante lo que está ocurriendo en la yeguada, su prudencia, solo puedo felicitarla… Tiene mi respeto y mi admiración y, puesto que en ausencia de la señora Zolarix trabajaremos codo con codo, espero que no me juzgue por la dimensión del acuerdo. De cualquier manera, creo que debe saber que a la suma del pago se ha añadido un trueque…
—¡Un trueque! Después de todo lo que he escuchado en las últimas horas, esto no debería sorprenderme, ¿de qué se trata?…
—Tanátik quiere a Dameiza, asegura que ella tiene que ver con lo que ocurre en el Valle de Caux con la yeguada sagrada. Teme que la Deidad de las leyes no escritas quiera castigar al clan de las meigas. Por ello, exige que le sea entregada para ser juzgada según sus leyes…
—¡Por la diosa! No lo mencione siquiera. ¡Pueden estar escuchando!…
—Siempre lo hacen, señora Horig, y me resulta difícil creer que no estén de acuerdo con lo que se ha tratado dentro de esta sala. Hay algo más, la anciana asegura que durante su estancia en palacio sintió una poderosa presencia oscura, lo suficientemente importante como para que ni ella pudiera descubrir su origen. No tengo que decirle que esto no debe salir de esta estancia.
—Y así quedará… ¡Aunque es inquietante, cuando menos! Pero no se preocupe, mi señora. ¡No saldrá de aquí, tiene mi palabra!
… Y de la falta de ella, se trataba en la tienda del señor Fixex.
—¡No! ¡No! ¡No y no! —replicó el maestre, muy enojado.
—¡Por más que reniegue, el sello es auténtico! —aseguró el zahorí Vári—. Ah… Y no comprendo por qué le molesta tanto esta situación, ¡a mí incluso me divierte! ¡Y pensar que le mandó a Terax que lo vigilara! Vaya… —explicó, levantando las cejas—. ¿Y qué piensa ahora del relato de lady Ohupa? Ahora que sabe que Zatex trabaja para palacio.
—Así es… —dijo el duende, que había permanecido en silencio, en tanto debatían la veracidad del documento—. Siento habérselo ocultado señor Fixex. Pero la consejera real fue muy clara al expresar su deseo, ¡nuestro acuerdo no debía ser revelado! Sin excepciones… ¡Ah, lo olvidaba! El señor Turig me ha dado este pellejo de aguamiel para usted, zahorí mayor. En agradecimiento a su misiva. Y le manda a decir que espera impaciente la llegada del nuevo miembro de su familia.
—¡Ah, qué amable por su parte! ¡Espere, creo que lo tengo por aquí! ¡Ah, sí, aquí está! Y a punto de nacer. Como puede ver, su color ha variado de rosa claro a carmesí… Espero que la señora Horig se alegre cuando lo reciba, es muy especial y de cierta categoría.
—¿Categoría? No es sino un huevo de Ovalí… —espetó el señor Fixex.
—¡Sin duda lo es, amigo mío! Pero procede de las entrañas de Ram, la misma princesa Loum lo consiguió para mí.
—¡Por supuesto, la salvaje, no podía ser de otra manera! Para buscar a la profetizada, ¿no?! Pero para traerle un huevo… ¡Sí!… Y para colmo vuelve a tener aguamiel. Así, sin más, y por el sello del pellejo, no es una aguamiel común.
—¡Pues tiene razón, qué despistado! Si no me equivoco, es de la reserva secreta de Coreg… ¡Sí, justamente de eso! Le serviría un trago sin dudarlo…, pero no quiero que crea que pretendo manipularlo. ¡Así que lo dejaré aquí y leeré la misiva! ¿Supongo que su majestad espera una respuesta?
—¡Así es, esperaré fuera! Avísenme cuando la tenga… —dijo Zatex, que prefería no seguir escuchando las quejas del señor Fixex.
—¡Deme eso! —apuntó el maestre arrebatándole el documento al sabio—. Yo lo leeré, no quisiera que dejara de tomar su exquisito caldo por un simple documento —aseveró, dispuesto a hacerlo él, pero a su contacto algo lo detuvo—. ¡Por supuesto! No podía ser de otra manera, tenga… —dijo, entregándoselo de nuevo—. Solo usted puede leerlo, viene sellado con hilo real, así que si rompo el sello, su contenido desaparecerá.
—¡Vamos, vamos, no hay para tanto amigo mío, cada uno tiene sus dones! —aseguró cogiendo el documento y pronunciando:
Emeti’ amrep reel…
Un instante después, el gesto del sabio era un sinsentido de emociones, que no pasó inadvertido para el maestre—. Qué sucede, qué… ¡Por mil enanos, conteste!
—¡Esto, no…, nunca había sucedido!
—¿Adónde va? —dijo el maestre al verlo coger su cayado, decidido a salir de la tienda.
—¡Debo ir al Valle de Caux! Y tiene que ser ahora mismo.
—¿Ahora? ¡Tenemos un objetivo, el plan ya está en marcha! —gritaba Fixex—. ¡Hábleme! ¿Dígame qué ocurre?
—¿Y las pociones?… Aún no están listas, le prohíbo que se marche, se lo prohíbo terminantemente —aseveraba.
Pero el zahorí Vári había dejado de escucharlo y, al salir de la tienda, se acercó a Zatex para susurrarle algo al oído, luego volvió a entrar en la tienda y media hora después seguía concentrado elaborando varias pociones, en tanto el maestre buscaba el documento causante de todo aquello…
Poco después, Cuorhy y Thomas entraron en la tienda acompañados por Zatex.
—¡Bien, por fin han llegado! Necesito como unos segundos… Sí, ya está preparado… —dijo el sabio, tómenselo de un trago.
—Señores… tengo el tiempo justo para darles unas instrucciones que deben seguir al pie de la letra. Después caeré en un sueño del que no regresaré hasta obtener una respuesta:
—Cuorhy, saldrá con los suyos a por estos ingredientes… Sé que ya han estado buscándolos no hace mucho. Pero, ¡me he visto obligado a utilizarlos con otros fines! Por suerte no tardarán mucho en encontrarlos…
Y añadió:
—Ya que ahora saben dónde buscarlos, y tan pronto terminen, se ocuparán de vigilar a la reina. No deben separarse de ella durante la cena y si, en algún momento, corre peligro, deberán separarla del resto y darle de beber esto… ¡Es un velo de protección, elaborado con fruto de la diosa encina! La mantendrá oculta…
—Thomas, doy por supuesto que conoce todas las entradas a la Fortaleza, movilice a la guardia, que busquen a Dameiza y, una vez lo hayan hecho, oblíguenla a beber esto. ¡La atontará! ¡Después enciérrela!
—¿Con qué excusa podría hacerlo? —concretó Thomas, sorprendido por las demandas del sabio.
—¡Con ninguna! Está acusada de traición. Al parecer está utilizando magia oscura contra la yeguada. Si no la detenemos, los unicornios se extinguirán…
—Zatex… Según este documento, está en conocimiento del ataque contra la vida de la reina Tahíriz ocurrido en palacio esta misma mañana… ¡Sí, yo también estoy superado por esto! —aseguró mirando a los presentes—. Sin embargo, no hay tiempo para preguntas o explicaciones —afirmó—. ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí!… La anciana Tanátik asegura que entre los presentes se oculta un poder oscuro. ¡Averigüe de quién se trata! Tenga, puede que esto salve su vida. Tómeselo… ¡Ahora! —concretó, esperando hasta que el duende lo ingirió en su totalidad—. Bien, eso evitará que le marquen con el sello de las Trece Cimas…
—Terax, cuento con usted para que alerte al señor Fixex de cualquier cosa que llame su atención dentro del recinto del festival.
—¡Mi querido amigo! —dijo mirando al señor Fixex—. Para usted no tengo poción alguna, a pesar de que su cometido alberga un gran peligro. Pero como en su día custodió la Llave, hoy le pido que haga lo mismo con esto… —concretó, extrayendo la piedra Ónix de su cayado y entregándosela—. No puedo llevarla conmigo… —aseveró—. ¡Allá donde voy no se puede ostentar más poder que la verdad!
—¿Está loco? —gritó el señor Fixex sabiendo a qué se refería—. ¡No puede hacerlo! La Deidad de las leyes no escritas es un laberinto… Al menor error quedará atrapado.
—¡Lo sé!… Pero solo ellos conocen la ubicación del Grimorio del crisólito. Sin él, Hósiuz no será, sino un cuento para dormir… Una historia de nodrizas.
—Ahora, sellemos este pacto de la mejor forma posible —afirmó, retirando el precinto de la aguamiel que le había traído Zatex, que dando un trago lo pasó a Thomas, este a Cuorhy, que a su vez se lo pasó a Horhy, Terax, Deorhy, Ázdeli y, por último… se lo puso en las manos del señor Fixex, quien agarrando el pellejo con fuerza, dijo:
—Por fin…
Esas fueron las últimas palabras que escuchó el zahorí Vári antes de desmayarse con una sonrisa.
—Vamos, sujétenlo —se quejó el señor Fixex—. ¡Entretanto, déjenlo ahí en mi mecedora! Y ahora vayan, vayan y hagan lo que ha pedido —ordenó, echándolos de la tienda sin soltar el pellejo en ningún momento—. ¡Este trago es en tu honor mi buen amigo! —dijo empinando el codo, y en ello invirtió su tiempo hasta que la luz del exterior cegó sus ojos—. ¡Por mil enanos! ¿Es que no puedo tener un segundo de tranquilidad?
—Perdóneme, maestre, pero ya tenemos todo lo que pedía el zahorí en su lista…
—Bien —gritó el maestre—. Ahora solo falta él —añadió, dando otro trago.
—¿Él?… ¿Qué quiere decir con él? ¡Pensábamos que ya se habría despertado!
—Sí, maestre, estoy de acuerdo con ellos —afirmó Ázdeli—. ¿A qué está esperando? ¿Por qué no lo despierta?
—¡Ahí solo está su cuerpo! —señaló el señor Fixex, mirándolo—. Lo siento joven, pero tendrás que preparar las pociones tú solo. Él está haciendo algo mucho más importante para todos… Algo primordial para evitar al reino grandes sufrimientos —dijo pensando que él ya estaba sufriendo, pero por fortuna su estimado amigo, al que no estaba seguro si volvería a ver, le había dejado un generoso obsequio, ¡la bebida! Y con ella pensaba aliviar su pena, y lo haría buche a buche… —Vamos, ¿a qué están esperando? Terminen de entrar. Sobre la mesa están las indicaciones de los pasos que deben seguir, en tanto yo gestionaré algunos asuntos personales —aseguró, dando otro trago.