En las inmediaciones de la Fortaleza, todo se preparaba para la prestigiosa cena Amatis.
«Estoy aquí, majestad, disculpe la demora», dijo Eleris entrando en la habitación con varios vestidos.
—Seleccioné el gris, majestad. Pero si no le gusta, he planchado estos dos modelos más. Aunque estoy convencida de que este le quedará perfecto, mi señora.
—¿Majestad? —se escuchó de repente—. El rey Niels le manda una flor de la pasión para que la luzca durante la cena… ¡Majestad! Soy Didig, me envía la señora Horig.
—Eleris, por favor, ¿podría dejarla pasar?
—Perdone, majestad, pero abajo están muy ocupados y la señora Horig me ha pedido expresamente que la traiga.
—¡Está bien, está bien! La luciré con gusto, aunque no voy a aceptar ninguna propuesta de matrimonio. De cualquier forma, ¿sería usted tan amable de dejarla por ahí?
—Oh, sí, claro, pero…
—¿Sí, Didig?
—Oh, sé que es un atrevimiento, pero ¡me gustaría tanto ponérsela yo misma, mi reina!
—Pero ¿cómo se te ocurre, jovencita? —preguntó Eleris, muy molesta—. ¡Baja a ocupar tu lugar y no seas tan atrevida!
—¡No, no tiene importancia! Didig, ¿verdad?
—¡Sí, mi señora! —dijo, acercándose con timidez, sin levantar la mirada, que como en otras ocasiones era oscura, y levantando los brazos, se acercó al hombro de la reina para clavar el delicado alfiler que la sostenía, dispuesta a atentar contra su vida una vez más…
—Gracias, Didig, ¡yo me ocuparé! —dijo Zatex, saliendo de una esquina en la que permanecía cumpliendo con su responsabilidad, y retirando la flor de sus manos, la invitó a salir—. Ahora, ¿podrías marcharte? La señora Horig te necesita abajo. Estoy seguro de que el rey se sentirá igual de complacido al ver a la reina lucir su blasón —aseguró, dejando la passiflora sobre el tocador.
La reina lo observaba todo en silencio, y esperó pacientemente hasta que la agradable joven saliera de la estancia para dirigirse a Zatex.
—¡Espero una explicación, señor!
—¡Mis disculpas, majestad! Pero cumplo órdenes del sabio. Al parecer hay una presencia oscura en la Fortaleza y hasta que consiga más información nada punzante por pequeño que fuere se acercará a su majestad… Y hablando de pequeño, le presento a Cuorhy, tiene la absoluta confianza del sabio y esta noche cuidará de su persona.
—Así es mi señora, seré su sombra durante la cena —aseguró Cuorhy, intentando disimular la femenina naturaleza de su voz.
—Bueno, Eleris, según parece esta noche estamos en el lado del vencedor… Lady Ohupa se encargará de proteger mi persona, ¡y al parecer el señor Cuorhy hará lo mismo con mi sombra! —dijo con un tono improvisado y que de ninguna manera la definía, por lo que Eleris la miró muy sorprendida.
«Aquella noche la poderosa Fortaleza lucía los estandartes de los Ocho, cuando los principales señores de todas las casas iban presentándose en el gran salón de la herradura, que servía también como salón de tribunal o reuniones… Pero no en esta ocasión, que se había dispuesto para el banquete, por lo que contaba con grandes mesas, precedidas por los blasones pertinentes cuidadosamente situados en los muros junto a los grandes ventanales de vidrio fundido, que permitían a los invitados disfrutar de las luces del festival y, en gran medida, de las extensiones del reino. Los comensales también se reunían cerca de las puertas, en el pasillo central. Junto a la enorme chimenea, o sencillamente paseaban para conversar. En tanto, los lacayos llenaban sus copas con las mejores recetas del famoso Coreg, y entraban y salían con bandejas de todo tipo de asados, que consumirían en breve. Pero por el momento los nobles más populares y jóvenes bebían haciendo planes para reunirse tras la cena y mezclarse con los burgueses para el nombramiento. Mientras, los mayores preferían verlo desde el interior de la Fortaleza, y solo unos pocos acudían a la Llanura».
—Estáis realmente hermosa, mi señora —dijo Xium al ver a Híz en la entrada del gran salón.
—¡Solo Híz, por favor! —dijo ella, inclinándose ante la reina Nor y el príncipe salvaje, con la intención de proteger su tapadera.
Ser Neri Onnei se encontraba en el salón junto al consejero Edésis y la consejera Dilhay, intercambiando información con el señor de la Fortaleza:
—¿Se sabe algo? —señaló lord Adomas, fingiendo beber de su copa.
—No, aún no he podido hablar con la reina —contestó la consejera de defensa—. ¿Y usted consejero del tesoro?
—No, pero haré lo posible para sentarme a su lado durante la cena —aseguró Neri, sin perder de vista el umbral del gran salón. Pocos minutos después, la reina Tahíriz hizo acto de presencia.
El rey Niels se interesó por ella nada más verla, al igual que Neri, y ambos caminaron hacia la entrada con la misma intención: presentarles sus respetos y solicitar un lugar en su mesa. Niels quería hacerla cambiar de opinión, porque sus consejeros insistían en que el compromiso tuviera lugar, a pesar de la negativa de esta. Y puede que el rey de los hombres no tuviera más interés que el político hasta ese momento, pero lo cierto es que no la veía desde su coronación. Y ahora que la volvía a ver, comprendía que era difícil no desear que fuera su reina. Por otro lado, Neri era consciente de que para él solo había un lugar al lado de Tahíriz Alemrac, el de la confianza.
—¿Majestad? ¿Me permite que le ofrezca mi brazo? ¡Espero que me conceda el honor de acompañarla durante la cena!
Los ojos de la reina Tahíriz se iluminaron con un fugaz color violeta al oír cómo la voz de su enemigo sellaba el conjuro. Asimismo, relajó su gesto fruncido para adornarse con una sonrisa, y colocó su mano con delicadeza sobre la de él.
—Nada me complacería más —aseguró caminando de su brazo, e inclinando el gesto ligeramente al cruzarse con el rey Niels entre otros cargos importantes—. Me place encontrarlos en tan buena compañía —afirmó con elegancia la soberana—. Estoy segura de que ya conocen a Ser Blazéri Onnei, mi futuro esposo —afirmó Tahíriz con una sonrisa.
Todo el salón quedó en silencio ante semejante revelación… En el aire se respiraba desconfianza y muchos de los presentes murmuraban, en tanto otros solo se atrevían a pensar que aquello no era bueno para nadie. ¡Por lo que fue una desagradable sorpresa para la mayor parte de los invitados!
—¡Con esto no contábamos! —murmuró Híz mirando a Xium—. Ha conseguido llegar hasta ella antes que nosotros, ciertamente creo que no es el momento más apropiado para ser presentada en sociedad… Debemos retirarnos y elaborar un nuevo plan.
—Estoy de acuerdo con ella —aseguró Tiulem Nor, acercándose acompañada por Loum—. ¡No creo en las causas perdidas y esta lo es! Ha llegado el momento de la retirada, ¿qué opinas tú? —concretó, mirando a su hijo.
Xium no encontró la necesidad de hablar. Su madre se había expresado con rotunda claridad y confiaba ciegamente en su experiencia. Así que se adelantó y cogió a Híz del brazo para acompañarla a la salida. Pero antes, se detuvo un momento para hablar con su hermana.
—Loum, saca a nuestra madre de aquí… ¡Intenta no llamar la atención! Nosotros nos marcharemos en cuanto sea posible. Avisa a la Primera Guardia. No seguimos adelante con el plan. Al parecer, hemos vuelto a subestimar al jinete.
—Sí, una vez más va un paso por delante —dijo Loum—. O él es demasiado listo o nosotros somos realmente torpes. De cualquier forma, estoy de acuerdo contigo, ¡la fiesta ha terminado para nosotros!
—Ya, eso es lo que me preocupa. Ojalá hubiera una forma de saber qué ocurre dentro de su cabeza, ¿podrías pensarlo?
—Lástima que eso no sea posible —dijo Loum, rechazando la idea, porque no soportaba pensar que su unión con el lado oscuro pudiera llegar a ese punto.
—¡Ah…! ¡Qué inesperada sorpresa, la realeza Nor y la Tidartiz! ¿Qué te parece, querida? ¿No sería un honor que nos acompañaran durante la cena? —apuntó, alzando la voz, de forma que todos los presentes lo escucharan—. Guardias, vayan a su encuentro y acompáñenlos a la mesa de la reina —espetó simulando con una sonrisa que la custodia impuesta era una deferencia, pero ¡aquello no se trataba de respeto sino de poder!
No muy lejos de allí, en la tienda del duende maestre…
—¡Sí, creo que está todo! —aseveró Ázdeli—. ¿Yo? Pienso que deberíamos despertarlo, Horhy…
—¡Yo no lo creo! En su estado no nos será de gran ayuda. Quién lo iba a decir, ¿verdad?
—¡Ya estoy aquí! —dijo el viejo Deorhy casi sin aire—. La gente pregunta por vosotros, os he disculpado. Pero creo que Tirseg puede darnos problemas. Ha venido alguna vez para hablar con Lidot. Al parecer, Coreg se ha quedado sin beleño blanco para su receta de aguamiel. Pero si me dices dónde está, yo mismo se lo daré…
—¡Ahora no, abuelo, que espere! Necesitamos que nos ayudes con el maestre, ¿tú cómo lo ves?
—¡Yo diría que nunca lo había visto tan feliz! Solo hay que mirarle la cara, y por el olor de este pellejo, con el mejor de los caldos, ¡casi lo envidio!
—Bueno, si no podemos contar con él, lo mejor será que compruebe la lista una vez más… —replicó Lidot, repasándola:
Dientes de hormiga panda, machacados, cocidos, y apartados del fuego. ¿A ver? Sí, ya están a temperatura ambiente. Ahora, la semilla de Huayruro de esta probeta. ¡Una y dos gotas!, que junto con la coraza de grillo topo, debería. ¡Uf! Sí, ese olor insoportable es la prueba de que todo está correcto. Después, lo incorporo a la probeta grande calentada a fuego lento, con la llama de una vela de pino real, remuevo y lo vierto sobre… Por favor, Horhy, necesito un platillo de intensidad. ¡No me mires así, está en su cuello! No, no, no lo extraigas por su cabeza; si lo hace, perderá su poder. Tienes que sacarlo con mucho cuidado mientras que permanezca colgado de su cuello.
¡Sí, así! Ahora, ¿podrías dármelo con cuidado, es muy delicado? Lo vierto sobre el platillo, agrego una pizca de cristal de lapislázuli, un poco más, y… ¡Uf!
—¡Por la diosa, joven! ¿Seguro que eso es para salvar la vida, del consejero y de la señora Zolarix? Yo diría que más bien es para quitarles las ganas de vivir. ¡Demonios!
—¡Uf! Tiene razón mi abuelo, eso huele peor que un huevo de Ovalí podrido.
—¡Pues aún tiene que oler peor, ya me lo diréis cuando le añada esto! —concretó echando abdomen de escorpión emperador.
—Por la diosa, Lidot, has hecho llorar a mi abuelo… —gritaba Horhy, haciendo lo posible por controlar sus propias lágrimas.
—Creo que podré solucionarlo con dos gotas de esencia de flor de Bach. ¡Uf! ¡Uf! No, no es suficiente —aseguró retirando la cara—. Estoy seguro de que lo he puesto todo. Piensa, piensa Lidot. Piensa, ¿qué se te olvida?
—¡Oye… este olor me está volviendo loco! ¿De verdad no tienes algo para limpiar el ambiente?
—Bueno, yo me conformaría con lo que fuera —dijo Deorhy, registrando su zurrón—. ¡Sí, esto servirá! —aseguró, retirando el tapón de un frasco y metiendo literalmente su fina nariz en él—. Oh, no sé de dónde lo he sacado, pero…
—¡¿Podrías dármelo! —gritaba Horhy con dos lágrimas enormes sobre sus mejillas—. Oh, sí. Esto es…
—¡Agua de equinoccio de luna rosada! —suspiró el joven aprendiz, quitándosela de las manos—. Es el ingrediente que faltaba—. ¡Mmm! Mucho, mucho mejor. ¡Listo! —afirmó, secándose las lágrimas con los puños—, y ahora tres ampollas de cristal hervidas con la astilla del unicornio oscuro, relleno con la pócima… y… ¡La poción está terminada!
—¿Seguro? ¿No tiene que desprender ninguna bruma brillante? O no sé, ¿quizá una pequeña explosión mágica? ¡Mira, algo como eso! —dijo el joven elfo mariposa señalando una extraña bruma oscura que se filtraba al interior de la tienda a través del cortinaje de la entrada, tras la cual apareció la hermosa Didig.
—Lo sabía, ese olor solo podía significar una cosa, ¿podrías dármelo…? —ordenó Didig, revelando su verdadero ser.
—¡Podrías alejarte de ellos! —grité, apareciendo físicamente a través de un deslumbrante haz de luz—. Cambiando la ubicación de los dos elfos mariposa y de su joven oráculo y trasladándolos junto con las valiosas ampollas a la poza mágica, en tanto me dirigía a mi enemiga—. Sacerdotisa Tánder. ¡Cómo te atreves a violar la paz de mi reino! ¡Siembras el mal allí donde vas!
—¡Así es, querida! ¿De verdad creías que la Deidad de las leyes no escritas podrían detenerme?
—¡Sí, lo creí! ¡Y aun ahora no lo descarto! Libera a la joven de tu maldad —le ordené por medio de un conjuro—. Ecelb’ aatser us azela’ arutan.
—Mi señora, no, mi señora, la joven no podrá sobrevivir, debe parar —gritaba el zahorí Vári, tras un fuerte espasmo que lo volvía a su ser—. Podría usted detenerse, la Deidad la castigará. No debe utilizar sus dones, no debe hacerlo…
Pero yo ya sabía de mi posible final, al igual que estaba al corriente de que aquel sacrificio era necesario, y ciega de dolor, renovaba el conjuro hasta sus últimas consecuencias…
—Ecelb’ aatser us azela’ arutan… Ecelb’ aatser us azela’ arutan… Ecelb’ aatser us azela’ arutan…
Fue entonces cuando una fuerte luz emergió del vientre de Didig, envolviendo su cuerpo hasta que solo se distinguía una brillante silueta. Luego, cayó al suelo de la tienda sin vida.
—Está hecho, la sacerdotisa se encuentra ante la Deidad para ser ajusticiada por las leyes no escritas, y pronto yo también seré reclamada. Siento que mi decisión sea la causa de que os hayan denegado el Grimorio y… también lo de la joven —dijo, mirándola—. Pero, Tánder, nos llevaba demasiada ventaja y este es el camino por desagradable que parezca —aseveré, mirando al maestre—. ¡Levantaos, anciano! ¿Cómo ha podido caer tan bajo?
—¡Mi señora, no, por favor! —suplicó el zahorí Vári—. ¡Su falta no es más que el resultado de mi burla! El maestre tiene sus defectos, pero entre ellos no se encuentra la falta de compromiso para con el reino… Le ruego clemencia, el maestre pertenece al linaje custodio.
—Os la concedo porque esta será mi última gracia hasta que la Deidad decida qué hacer conmigo. Ahora os dejo… Estoy siendo reclamada.
—¿Qué, qué sucede? He tenido un sueño horrible. ¿Y los chicos? ¿Dónde están los chicos?
—¡Todos están bien! Ahora, ¿podría usted levantarse? Le prepararé un tónico que le vendrá bien para despejarse. Ya no falta mucho para el cuarto nombramiento. Es necesario que se recupere lo antes posible, aún tenemos que cruzar todo el festival para llegar hasta la carpa de eventos…
—¿La carpa de eventos, el festival, que hace esa chica en el suelo? ¡Está muerta! ¿Quién la ha matado? Ha sido usted, no habré sido yo, ¿verdad?
—Deje de hacer preguntas, lo de esa joven ya no tiene remedio. Dé gracias que no se encuentra en su misma situación y colabore…
—Hacha y fuego, maestre —dijo Lady Ohupa cruzando el umbral—. Traigo malas noticias. Nuestra reina está bajo la influencia de Ser Blazéri Onnei. Me manda Lady Alldora para ponerles sobre aviso. La cena casi ha terminado, y pronto su majestad se dirigirá a las ruinas para presidir el nombramiento. Ha dado instrucciones a la consejera para que, durante este, incorpore esta proclama.
—¿Proclama? ¿De qué se trata? —inquirió el sabio abriendo el documento—. Por el cielo, ¿cómo es posible? ¡Esto tiene que ser una broma!
—Le aseguro que no lo es. ¡La reina desea que se haga público esta misma noche!
—Debemos parar esta locura de inmediato, ya ha costado una vida, entre otras cosas irremediables —aseveró el sabio, retirando la piedra Ónix de las manos de su atontado amigo para colocarla en su lugar con la ayuda de un leve susurro:
—Recel’ abats’ aer… —pronunció, y el cayado se completó al instante—. Vamos, vamos… Hay que detener este desatino lo antes posible. incorporarse, amigo mío, y tomé un trago, lo necesito, lúcido —replicó, tirando de él—. Vamos, vamos, muévanse, hay que subir a la Fortaleza y detener a Ser Blazéri Onnei, o no quedará nada por lo que luchar?
Muy lejos de allí, en palacio…
—¡A mí la guardia! —gritaba Mivha corriendo por el puente.
—No le permitas dar la voz de alarma, Horhy, que no cruce el puente —gritaba Ázdeli.
—¡Abu’, que no se escape…!
—No lo hará —aseguró Deorhy, como un enorme guerrero tras el cambio—. Extrañaba esto —dijo extendiendo los brazos para acariciar sus alas—. Mis viejas aliadas, de nuevo en la batalla… Bien, ¿a quién hay que matar?
—¿Qué? —gritó Horhy, desconcertado—. A nadie… Estamos, de su parte, solo hay que conseguir que lo entienda. Vamos, utiliza tus recursos, ¿podrías detenerla?
—¡Oh, bien! —dijo, calentando los hombros—. Esto es increíble, me siento ágil como antaño…
—¡’Abu’! ¿Serías tan amable de darte prisa, está a punto de cruzar?
—¡Ven, pequeña! ¿Qué eres tú? Nunca había visto nada parecido.
—¡¿Podrías soltarme! ¡No me toques, bestia horrible! —gritaba Mivha, revolviéndose.
—¡Bestia horrible! ¿Yo? ¡Soy descendiente de quinta estirpe! Hijo de Durthay, descendiente de la primera era… ¿Cómo te atreves?
—¡Ya, ya, bu’! Deja el árbol genealógico, ¡no ves que la aburres!
—Mis respetos, belleza —dijo Horhy—, mientras hacía terribles ruidos, en su esfuerzo por provocar el cambio.
—¿Quiénes sois y por qué me retenéis? —gritaba Mhiva con insolencia, cruzando los brazos y frunciendo la boca.
—Yo soy Ázdeli…
—¡Sí, es el oráculo de la diosa! ¡Y yo soy su protector! —aseguró, contrayendo todo su cuerpo, pero sin conseguir provocar el cambio.
—¿Tú? ¿Su protector? Pero si te saca tres cabezas de altura. Además, ni siquiera eres un elfo mariposa de verdad, ¡hasta este viejo horrible se ha convertido! Y tú… Pues no sé, creo que aún estás más pequeño que cuando apareciste.
—¡Qué simpática!, ¿no? Si quieres, te muestro lo que puedo hacer con esta daga. Al igual que yo, es pequeña, pero realmente efectiva.
—¡Horhy, no lo estés empeorando! ¡Deorhy, por favor! ¿Podrías dejarla con cuidado en el suelo? —suplicaba Ázdeli mostrando su mano abierta, sobre la que brillaban tres ampollas, ¡son para el consejero Zeldriz y la señora Zolarix!
—¿Y la tercera? —preguntó Mivha.
—¡La tercera es para Záun! —aseguró el joven aprendiz.
—¡Por la reina! ¡Traidores! ¡No lo permitiré! —dijo Mivha, golpeando la mano del joven y provocando que las tres ampollas se precipitarán al suelo.
—¡No-no! ¡Qué has hecho! —gritaba Ázdeli, levantando su mano para evitarlo con un conjuro, pero lo cierto es que no fue necesario. Pues solo su gesto en alto las mantenía flotando… Fue entonces cuando Mivha lo miró preguntándose cuánto de verdad habría en las palabras de aquel desconocido.
—Si eres el oráculo de Ajbhó, ¡¿podrías demostrarlo?
—¿Cómo? —dijo Ázdeli—. No te dan un documento sellado, ni nada parecido —aseguró.
—¡¿Podrías permitirme que toque tu alma, si has tenido contacto o visión con la diosa, lo sabré! —aseguró la joven Atydhia extendiendo su blanca y regordeta manita.
—¿Podrías hacerlo?, Ázdeli, no tenemos tiempo. La diosa está en peligro. Vári en un viaje astral a las leyes no escritas. El señor Fixex, borracho… ¡Ella es nuestra única esperanza! —aseguró el rejuvenecido Deorhy.
—Estoy de acuerdo, ¡deja que la pequeña te toque y haga ese numerito de la mano! Tenemos que volver para entregar la última ampolla, y así acabar con el unicornio oscuro —replicó Horhy, que se encontraba muy molesto. Porque a pesar del trato que había recibido por parte de la joven Atydhia, de alguna forma sentía simpatía por ella. Tenía carácter y había algo en ella que le resultaba interesante… ¡Y eso le molestaba!
En ese momento, Ázdeli solo podía pensar en cumplir con su objetivo, no tenía otra elección. Así que sin dudarlo se acercó a ella y, mirándola a los ojos, añadió.
—Adelante, pero te advierto que puede que no te guste lo que veas. ¡Yo aún intento hacerme a la idea!
Mivha lo miró con desconfianza y, sin dar importancia a su advertencia, colocó la palma de su mano sobre el esternón del joven aprendiz. El contacto fue inmediato…
Al cabo de pocos segundos, Mivha se encontraba transportada al interior de sus visiones:
«Caminaba desolada ante el horror de una nueva guerra. El fuego lo envolvía todo, de debajo de una calesa salía una pequeña tiznada de hollín, que lloraba llamando a su madre. Mivha se acercó para prestarle ayuda, y cuando se agachó para cogerla en brazos, la pequeña la miró a los ojos. Y ante la desconcertada Mhiva, cambió; de la inocencia más pura a la maldad más absoluta».
—No… —susurró Mivha, retirando la mano.
—¡Os lo dije, es el oráculo de Ajbhó! Ahora, ¿podrías llevarnos junto ellos?
—¿Cómo has hecho eso? —dijo Horhy, al encontrarse en el interior del palacete sin saber en qué momento había entrado allí o por dónde…
—¡Silencio, es por aquí! El consejero está en este aposento, en ese otro está la señora Zolarix.
—¡Quizá sea mejor que entre yo solo! No debemos subestimar el mal que se oculta en su interior. Puede que una vez lo expulse quiera buscar otro huésped —aseguró Ázdeli, que después de todo lo que había visto no arriesgaría la vida de nadie más si no era necesario.
—¿Podrías relajarte? —le aconsejó Horhy—. Es evidente que todo esto te supera, pero no tienes que preocuparte más. Estoy aquí para protegerte.
—Querido nieto, sabes que te aprecio, pero ¡deja de decir necedades y escucha al joven Lidot!
Fue entonces cuando el joven aprendiz se acercó al consejero. Su piel era de color grisáceo y la primera intención de Lidot fue la de salir corriendo. Sin embargo, sabía que había llegado hasta allí para cumplir con su destino y, tras ello, debía volver y hacer lo posible por liberar al reino del terrible animal.
—¡Beba, esto le hará bien! ¡No, tranquilo, con cuidado!… —dijo el joven Ázdeli ante el rechazo del consejero que en su negativa estuvo a punto de verter el líquido sobre su rostro—. Me temo que necesito ayuda… Horhy, ¿podrías acercarte, por favor, y ¿serías tan amable de sujetarle la cabeza? ¡Tenemos que conseguir que se la beba!
—Horhy, espera, lo haré yo… —intervino el enorme elfo mariposa al ver que su nieto se encontraba en clara desventaja, si lo que suponía Lidot era cierto. Pero Horhy le hizo un gesto negándose, estaba tan entregado prestando su ayuda que se sentía parte de todo el proceso por primera vez desde que toda aquella locura había comenzado.
—¡Un poco más! Está bien, ahora la anciana —dijo Horhy—, levantándose, y tras cruzar la estancia salió de ella, mientras el joven aprendiz aún permanecía junto a Zeldriz esperando.
—Lo dejo bajo su supervisión. Por ahora, no parece tener ningún efecto secundario —expresó Lidot al pasar junto a Mivha para entrar en el aposento de la anciana. En su caso, todo fue más sencillo. La milenaria, duende, bebió sin ningún tipo de rechazo.
Una hora más tarde, Zolarix se encontraba totalmente mejorada, pero el consejero no solo no había mejorado, sino que le había subido tanto la fiebre que padecía convulsiones en bruscos episodios…
—¡Ha muerto, el consejero ha muerto! —dijo el joven Ázdeli, embargado por un terrible sentimiento de culpabilidad—. ¡Ha muerto por mi culpa!
En la Fortaleza, todo lo planeado se había anulado ante la evidencia. El secreto de Híz seguía en posesión de los suyos:
—¡Tranquila! —susurró Xium, sujetándole la muñeca a Loum para evitar que desenfundara su daga—. Sé que puede parecer fácil matarlo estando tan cerca de él —dijo quitándole el puñal, y utilizándolo para cortar la carne de venado que tenía en su plato—. Si lo haces ahora, todos creerán que los terios hemos roto el tratado, él saldría ganando y conseguiría su guerra. ¡Piensa, es un Hecat! Y este alfiler tuyo, no le dará más que una solución rápida—. En fin… Está claro que en esta ocasión hay mucho que celebrar —dijo mirando a Blazéri—. Estoy seguro de que le sorprenderá el presente que el pueblo terio le ofrecerá para su boda, no permitiré que sea menos de lo que merece. De hecho, estoy impaciente —afirmó, cogiendo la servilleta. Y limpiándose la boca, se levantó y extendió la mano—. Princesa Híz, sería para mí un gran placer acompañarla hasta el festival, mi familia se sentiría muy honrada.
—Por supuesto, alteza… Estaría encantada —dijo Híz, sonriente, justo en el momento en el que el sordo sonido de los aplausos dio paso al espectáculo de las ninfas alzadas.
Una hora más tarde. La comitiva se dirigía hacia las ruinas para ocupar un lugar preferente durante la celebración del cuarto nombrado, cuando Vári se disponía a salir de la tienda de eventos. Su semblante era serio, al igual que el de Fixex. En el exterior, la reina Híz se encontraba esperando para hablar con ellos.
—¡La madre nos protege! —dijo antes de recibir su primera vinculación con la diosa encina, que le anunciaba la triste noticia… «¡Su hermano había muerto!».
Tras ella… Híz caía desplomándose sobre Xium, que la levantaba mientras la primera guardia formaba un círculo a su alrededor para protegerla, en tanto Loum retiraba la cortina para meterla en el lugar más cercano, ¡el Unicornio azul!
Coreg, muy avispado por sus años de mesonero, les dio paso al instante a su sala privada—. Recuéstenla ahí, traeré algo para hacerla reaccionar.
—¿Hermana, qué te sucede? —gritaba Loum, preocupada. Mientras, Xium salía detrás de Coreg. Poco después regresaba con extracto de estrella de Bethlehem. Loum estiró la mano y cogió el frasco con rapidez para colocárselo debajo de la nariz, pero Híz retiraba el rostro defendiéndose del olor…
Fue entonteces, cuando Loum le sujetó la mandíbula, el vínculo la conectó. Esta se puso en pie y empezó a caminar de espaldas, retirándose de su reina un poco más con cada paso, ¡como si del mismo mal se tratara! Abstraída por lo profundo de su dolor, no contestaba a las insistentes preguntas de su hermano que, ante su reacción, la agarró por ambas muñecas para detenerla. Ahora… él también sabía la causa que desencadenaba aquel extraño comportamiento.
—¡Debes calmarte! ¿Me oyes? Ya no se puede hacer nada Loum… Loum… —gritó al verla salir muy rápido de la estancia. Pero lo cierto era que tampoco por ella se podía hacer nada. ¡Así que la dejó marchar! Todos habían perdido una parte importante de sus vidas… Híz, un hermano. Loum, un amor, y Xium… Xium necesitó un instante para hacer lo que debía. ¡Luego, se arrodilló ante Híz y con dulzura le susurró al oído!
—Lo lamento, mi reina, las nodrizas contarán historias sobre él. ¡Y algún día! Podréis ver su alma reflejada en un valeroso unicornio.
¡Híz abrió los ojos! Pero algo faltaba en ellos. No pronunció palabra. Ni derramó lágrima alguna… Se incorporó y mediante el vínculo ordenó a Loum que regresara. De la misma forma, ordenó a Xium que las dejara a solas, ¡cuando esta apareció en el umbral!
—¡Mi reina! —obedeció Xium, inclinándose y abandonando el lugar.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó el sabio al ver el rostro del príncipe—. ¿Se encuentra bien la reina terioense?
—No, ni lo hará en un futuro próximo. Vaya, comience el nombramiento. Yo me quedaré aquí con ella —dijo en tanto cogía su madre por la muñeca de forma discreta—. Madre, Zeldriz a cruzando el arco.
—hijo mío, comparto tu dolor. En honor a él, nada de lo planeado se llevará a cabo hasta que sea despedido como se merece… Ya habrá tiempo para la batalla. Ordenaré a la Primera Guardia que recoja su cuerpo y esta noche, tras el nombramiento, le rendiremos honores en la Colina del Velo.
Vári caminaba erguido con rapidez. Parecía no escuchar las preguntas del maestre, que apuraba el paso para igualar las zancadas del enorme zahorí mientras insistía en su verborrea.
—¿Qué sucede? Sé que ha ocurrido algo importante. ¿Podría usted contestarme, no me obligue a levantar la voz?
Entonces el zahorí Vári se detuvo, ¡y sin bacilar lo miró a la cara!
—Ya ha hecho suficiente por esta noche, ¿no le parece?
—¿Me culpa de algo? Si es así, creo tener derecho a saber de qué se trata. ¡Si no es por amistad, que sea por respeto! —aseveró el anciano con tono brusco.
—¡Podrías perdonarme, viejo amigo! La frustración me hace decir necedades. Pero es que no puedo aceptarlo, el consejero era un ser íntegro. Siempre dio honor a su apellido, que por desgracia se perderá con él, porque era el último Tidartiz… Hoy, no solo ha muerto un príncipe de Turmalina, con él ha desaparecido uno de los linajes más antiguos del Alcázar de los elfos reales y eso, amigo mío, eso ya no tiene arreglo.
Katy Núñez