
La vi hermosa con las alas abiertas, colgando del techo por un alambre. Una pardela en el museo de Historia Natural. Entonces el apodo que nos daban me resultó elegante, los pardelas, pero Claudia me explicó que en el pueblo se usaba para los cortos de entendederas. No hay piedad.
Calila
Volar bien alto, más aún si cabe. Para luego, en caída libre, ante aguas sumamente cristalinas, planeando de forma perspicaz, aquella sutil pardela, confundir con el mismo cielo tan perfecto reflejo…
Patricia Delgado
I
Con una pluma de pardela y un tintero, escribo este microrrelato sin salero.
II
De lejos parecía pardela, de cerca lo confirmó.
Juanma García
Desde un acantilado atlántico partió la pardela cenicienta. Cruzó mares sin mapa ni motor, guiada solo por la herencia del viento. Volverá, dicen los biólogos. Pero nadie le enseñó a marcharse: lo lleva en la sangre, como un periodista lleva el verbo, sin saber bien por qué.
Nemesio Laverde
En el susurro del viento, batían sus alas negras, buscando apoyo para descansar, las pardelas en silencio soportan la tempestad.
Manuela Sánchez
I
La pardela voló sin decir adiós. Me dejó el cielo abierto, el nido vacío y una pluma en el alféizar. Dicen que va donde el sol no duerme. Yo creo que huyó de algo más profundo: del miedo a quedarse.
II
La pardela migró. No dejó WhatsApp, ni ubicó GPS. Ni un “nos vemos”. Solo desapareció como hacen los que entienden que volver no siempre es obligatorio. Yo, en cambio, sigo en este pueblo con WiFi lento y alas de papel.
III
Persiste el viento en su pecho abierto,
Alza el vuelo sin mirar atrás,
Rompe el horizonte, leve y cierta,
Dibuja rutas sobre el mar en paz.
En su canto viaja la memoria,
La sal del tiempo, la sed de andar,
Amar es irse, y luego regresar.
Anita