
Un desafío fascinante se debatiría en el Congreso de Expertos de la hispalense. Tan solo el título apuntaba maneras: “Sevilla recreada por la IA”. ¿Acaso esta loca combinación de algoritmos, verdaderamente, podría imitar la inteligencia humana?
Todo daba comienzo con el plano de la ciudad, Olavide por excelencia, primera cartografía que reproduciría la ciudad de Sevilla al minucioso detalle, en aquellos tiempos. Sin embargo, en escasos segundos, la IA construiría una representación gráfica que respondiera de forma óptima a la densidad de la población, la accesibilidad, incluso eficiencia energética. Muchos se echaban las manos a la cabeza. Verdaderamente, no podría representar ese espacio urbano intramuros, esos trazados que se perdían en ese laberinto de calles, entre iglesias, mesones, tabernas, palacios y ruinas, e incluso los efectos de un terremoto podían apreciarse. Arte inaudito que reflejaba la grandiosidad de construir una ciudad de bien, con escasos recursos sin apenas materiales.
Estos expertos contaban que sería una poderosa herramienta, que integraría la luz natural de manera óptima. Algo que se da sin más en cualquier recoveco de la ciudad: la luz del sol acaricia las vidrieras de la catedral en la mañana, el parque de María Luisa lo acoge a pesar de su arboleda de infinitas sombras, Triana y Sevilla se reflejan a la orilla del Guadalquivir. Incluso los atardeceres regalan luz por doquier. La IA de nuevo, no convencía a los más incrédulos.
Que los edificios se ajustarían a las condiciones climáticas del entorno. Ingenuos, a estas alturas todo sevillano sabe que solo contamos con dos estaciones. Esa donde el frío cala profundo y esa otra donde la calor te atrapa con sus garras dándote un tímido respiro en la sombra. Señores, ya estamos hecho a esto, no hay más. Bienaventurado aquel que cuenta con toldo pues entrará fresquito al reino de los cielos.
Que la construcción de un edificio mediante robots o impresoras 3D se integrarían de manera más armónica en el ámbito urbano. Y no saben que la armonía juguetea día a día, a pies puntillas, entre la Giralda y la Torre del Oro, entre el Alcázar y la inmensidad de la Plaza de España, entre los cantos de la madera de las Setas, entre las puertas de la Catedral. Que no la toquen, que la dejen entre sus calles adoquinadas, los colores de los azulejos de ese artesanal alfarero. Si hay una pizca de desgaste, déjenlo, pues también embellece.
La movilidad inteligente podría optimizar muchos aspectos de la ciudad, se adentraría por sus calles, coordinando a la perfección los vehículos. Pero, si no hay nada como pasear por Sevilla entre un esporádico caos, llamémoslo así. Por momentos los coches tienen prioridad y no el viandante, el lento trotar de los coches de caballo, es quizá la mejor de las bandas sonoras. No sales vivo del carril bici, no sabes si verdaderamente estas en el lugar correcto, pero que bien sienta ese pitido colocándote en tu sitio. Eso es movilidad inteligente, lo demás es tontería.
Con la participación ciudadana, habría plataformas de votación para procesar las opiniones y sugerir soluciones. Pero ¿acaso no hemos votado ya por el clásico lunes de pescaito, y no nos hizo falta tanta inteligencia?
Nada ni nadie, ni mucho menos una Inteligencia Artificial podría de nuevo crear a Sevilla. Porque ya se creó y simplemente es única. No se puede copiar, no se puede repetir ni imitar, ni recrear y mucho menos inventar. Desde su fundación a su conquista, desde cuando cae el relente o llueve intermitente, dejando su rastro entre charcos, desde un hermoso palio al color del albero en Maestranza o el recinto ferial… Esa interacción constante con la tecnología no puede ser buena. Que no me la toquen, déjenla estar, déjenla…
