Aunque cada cosa depende del cristal con que se mira, el buen vino, siempre en vaso fino.
Dichos, refranes y palabrería de barrio a un lado, y aunque ni al agua ni al cristal se le golpea, su fragilidad, la del cristal, es tan elevada como el de la felicidad, me surge una duda: ¿en cuántos añicos se puede destrozar la felicidad? ¿Y el cristal?
No poseo bola de cristal, y encima mis dos ojos son naturales, tampoco es que sea niño de dicho material, sin embargo, tengo la suficiente capacidad para deciros que llamáis vidrio a todo lo que parece cristal.
Jarrones de cristal, cerveza del Perú, lunas con dos superficies con una sola cara, no como tú, un Palacio. En pequeñito, un grupito de carnaval; un club, el Sporting, incluso pan… ¡menudo culebrón!
No sé cómo llegué aquí pero os confirmo que hay mucho ser vivo con cristales en la barriga, y no hablo de faquires altamente capacitados.
Descorchemos una botella de Champagne cristal, con Belen Aguilera de fondo, dibujemos sobre él, todos los corazones revoloteando que sientas y veas y brindemos por la felicidad, que ya hemos dicho que es tan frágil como el propio cristal. Y en la tele: ¡menudo culebrón!