
La derrota ante el Athletic Club (0-1) en el Sánchez-Pizjuán es mucho más que otro tropiezo en una temporada decepcionante. Es el reflejo de un Sevilla que ha perdido su identidad, su ambición y su capacidad de competir al más alto nivel. Aquel equipo que se acostumbró a mirar a Europa cada año, a disputar y ganar finales y a desafiar a los grandes, parece hoy atrapado en un limbo, sin objetivos claros y con un futuro incierto.
El partido contra el conjunto bilbaíno fue una muestra más de las carencias de este Sevilla. Se tuvo la posesión (61%), se generaron algunas oportunidades, pero faltó claridad, pegada y, sobre todo, convicción. El Athletic, sin hacer un partido brillante, supo esperar su momento y aprovechar un error defensivo para llevarse la victoria con un gol de Yeray en el 85’. La historia de siempre en esta temporada: un equipo sin alma, sin chispa y sin reacción.
Sin Europa, sin dinero, sin rumbo
Lo más preocupante de esta crisis no es solo lo que ocurre sobre el césped, sino lo que ocurre fuera de él. El Sevilla ha perdido el norte. La planificación deportiva ha sido un desastre en los últimos años, con fichajes que no han rendido, una plantilla sin margen económico para reforzarla con garantías. La deuda ha obligado a maniobras desesperadas, como la financiación de 108 millones de euros con Goldman Sachs, que no ha servido para revitalizar el proyecto deportivo, sino para tapar agujeros.
Sin dinero para grandes incorporaciones, sin un equipo capaz de competir por Europa y sin una idea de juego definida, el Sevilla parece haberse resignado a ser un club del montón. Hace no tanto, esta entidad se reía de la mediocridad, la consideraba su enemigo natural. Hoy, la mediocridad ha llamado a la puerta, y lo peor es que parece que se ha instalado cómodamente en Nervión.
Pérdida de ambición
Este equipo, que se acostumbró a desafiar al destino con su espíritu competitivo, ha dejado de creer en sí mismo. Las temporadas en las que el Sevilla era temido en Europa y aspiraba a algo más que la permanencia parecen ya lejanas. No es solo cuestión de fútbol, es una cuestión de identidad.
El Sevilla siempre ha sido un club que vivía con hambre, que no se conformaba con ser un actor secundario en LaLiga. Y ahora, ¿qué es? Un equipo sin ambición, sin un proyecto claro y con una afición que pierde la paciencia mientras sigue maniatada. Porque lo más doloroso no es perder, sino hacerlo sin orgullo, sin carácter y sin un horizonte claro.
