
Me enfrento a ti, temeroso, por el respeto.
Me siento frente a ti, y aún con las ganas intactas, siento como los nervios me devoran.
Curioso cómo es ésto de la ilusión, de tener ganas de hacer algo perfecto y que el agobio no te deje disfrutar del camino. Nervioso por llegar y ver el resultado.
Entonces, cuando todo acaba, echas de menos lo vivido, con sus tropiezos incluidos y sus «vamos palante» como el mejor de los digestivos para el alma.
El cambio, la presión, el intento fallido, la tristeza y el volverlo a intentar con más presión encima.
Mirar a los lados y que no haya nadie contigo.
Mirar al frente y ver solo el camino, vacío.
Sentarse en una habitación, sólo, contigo. Viendo brillar el blanco de tus entretelas, y ponerme nervioso pensando que podré ofrecerte, viejo amigo. Sin poder disfrutar del camino.
