Nocturnidades de lentitud al caminar. La cohorte dormita cada unicidad según los gritos de su conciencia y su consciencia. Las callejuelas se iluminan al desgarbado deambular de este Rey Santo en adoquinado pavimento bajo esa inigualable, celestial y estrellada techumbre.
Diestra y siniestra que persiguen semejante linealidad curva mientras luchan por alcanzarse sin mayor ruido que el de ellas mismas al contactar con el solar de este paraíso denominado Reino de Sevilla.
Ventolina remueve cabello Real y Santo; Real y sin tonsura; Santo en santidad y quizás en intencionalidad. Sobretodo vetusto y sobre todo, la calma.
Alcanzar la plenitud del gozo como objetivo único de la existencia de este Reconquistador conquistado es sinónimo de vivir y sentir.
Perderse sin anhelo de encuentro, a sabiendas de que el final posee un horario establecido; cuando las alicuotas justas sufran el efecto gravitatorio newtoniano desparecerás ante mis ojuelos y el homónimo Astro de este que manuscribe se izará con su complejidad y completo esplendor y esta oscuridad iluminada solamente se plasmarán en postales grabadas a fuego en las retinas.
Sigues ahí, presiento y siento tu presencia; más viva que nunca.
En la lejanía un banco, una plazuela, una farola fernandina que compite contigo en luminosidad y este Rey Santo.
Sevilla, sus noches y su Luna…
¡Ay, su diosa Selene!
