Aunque no la recuerdo, seguramente sería una de las primeras caras que vi cuando llegué a este mundo por obra y gracia de mi señora madre, y seguramente me mostraría con el orgullo de Simba, el Rey león a los que esperaban junto a él ansiosos en la sala de espera. Y aunque no me llegaron a lavar nunca los «huevos» como él imaginaba que estarían haciendo, sé que me quiso desde el primer momento en que me sostuvo entre sus brazos para nunca soltarme.
A veces, cuando pasan los años se echa de menos… nimiedades y simplezas de un mundo que ha dejado de valorar las muestras de cariño y que tanto se necesitan.
Las acciones no son suficientes para demostrar el amor, en cualquiera de sus formas, a veces es necesario verbalizarlo, para ser consciente de que seguimos vivos y sintiendo, y para que el que tenemos en frente se sienta reconfortado, sabiendo que no todos nos hemos convertido en carne de redes sociales o en una vida robotizada en la que el poder de la palabra, cada día que pasa, es más insignificante pero no menos necesario.
Un abrazo, una palmadita en la espalda, pero de las de verdad, en las que sientes contacto físico, en la que transmites todo con un sólo gesto, un «bien hecho», «estoy orgulloso de lo que haces», «lo vas a conseguir», «eres una luchadora», «te apoyo»… No es complicado, pero es difícil, y sobretodo muy triste para la persona que lo espera.
Es sólo la falta de una muestra de verdad, de confianza que nunca llega, lo que hace que caigamos. Sé que estará orgulloso, sé que me querrá con locura, sé que fui su segundo amor, porque el primero fue ella, la irremplazable, sé que siempre será así, pero la necesidad de escucharlo me hace impaciente y pensar que quien volviera a aquella primera vez que escuchó mi llanto, que me cogió en brazos, que me dió mi primer beso de amor verdadero…
Quien pudiera volver a saber lo que tu corazón siente, quién pudiera descubrir si he llegado a la altura que tú querías para mi.
Quién pudiera saber entre tanta crítica superflua, y a veces cruel, lo que de verdad encierra tu corazón.
Pero no pierdo la esperanza de poder escuchar algún día y saber que aquel bebá, que nació queriéndose beber la vida, ha llegado donde tú querías.