
Hay una Sevilla que no sale en los carteles, que no desfila con incienso ni se adorna con farolillos. Una Sevilla silenciosa, con bata blanca o con un teclado bajo los dedos, que no busca aplausos, sino progreso. Esa Sevilla —la de los laboratorios, los quirófanos y los centros de investigación tecnológica— está al alza, pero nadie parece querer mirar hacia ella.
Mientras los titulares de la prensa se llenan de costaleros, vírgenes coronadas y balances de Feria, los auténticos pilares del futuro trabajan en silencio. Ingenieros que desarrollan inteligencia artificial aplicada a la salud, médicos que investigan tratamientos pioneros en oncología, biotecnólogos que publican en revistas internacionales sin que su nombre llegue nunca a las portadas locales. Sevilla está llena de talento, de genios discretos que convierten la rutina en milagro científico. Pero su recompensa es un aplauso que no llega y un contrato que no llega tampoco.
Y es que la Sevilla política vive instalada en un romanticismo casposo rentable, alimentando el mito de la ciudad eterna del folclore, mientras descuida la Sevilla que innova. Se invierte más en levantar arcos efímeros que en sostener proyectos de investigación. Se llena la boca de “orgullo de ciudad” pero se deja escapar a médicos, ingenieras y científicos que, cansados de chocar con un sistema rácano, hacen las maletas rumbo a Europa. Allí, donde no se les exige devoción, sino resultados.
No se trata de negar la belleza de lo nuestro. Nadie quiere arrancar las raíces de una ciudad que vive su fe y su arte con una intensidad única. Pero la tradición no puede ser coartada del estancamiento. Sevilla merece poder presumir tanto de sus cofradías como de sus científicos; tanto del oro de sus pasos como del brillo de sus patentes. Porque una ciudad que solo mira al pasado, acaba por convertirse en postal; y una postal, por muy hermosa que sea, no genera futuro.
La Sevilla que cura y crea existe. Respira en cada hospital, en cada aula universitaria, en cada pequeño laboratorio del Parque Científico Cartuja. Solo necesita una cosa: que la ciudad, y sobre todo sus dirigentes, la miren de frente y le den el lugar que merece. Porque de nada sirve tener devociones si olvidamos a quienes, con su inteligencia, están escribiendo el mañana de Sevilla.
Y cuando llegue el próximo Domingo de Resurrección, ojalá también resucite el reconocimiento a esos héroes sin procesión: los que hacen de la ciencia, la medicina y la tecnología la nueva fe del progreso.






