Una inconfundible silueta sobrevolaba el cielo sevillano, con su paraguas parlanchín y aquella maleta cargada de magia y fantasía. Con exquisito respeto, inclinó levemente su cuerpo a modo de reverencia a la mismísima Giralda y las campanas repicaron por tan esperada visita. Se recreó en sus cubiertas para divisar la ciudad escogida.
Se presumía ardua su misión, pues fue ella la elegida para encontrar a todos aquellos que decidieron jugar al entrañable escondite. La institutriz como siempre definió las reglas del juego, por tanto, cuando diera con todos, algo que daba por hecho, se reunirían en la Plaza del Triunfo, dejando constancia de ello con un maravilloso selfie. Sin más, cubrió sus ojos, contó hasta veinte y dio comienzo el juego.
La Dama y el Vagabundo, fueron los primeros en caer. Paseaban entre callejuelas estrechas del barrio de Santa Cruz, lugar idóneo para enamorarse y entre beso y beso, jugando al despiste, no lograron engañarla. La pareja, antes de acudir a la cita, visitaron a Misifú y Robustiana, los gatitos trianeros allá, en la orillita del río.
Hércules derrochando inteligencia, no salió de su zona de confort, haciendo creer a la institutriz que no lo encontraría por la Alameda. Quizá lo puso demasiado fácil, por ello dio tan pronto con él.
Pepito Grillo daba una larga charla a Pinocho en el Parque del Alamillo. Continuamente le preguntaba si le estaba atendiendo y la nariz del pequeño le delataba, crecía y crecía. Se podía confundir con la inclinación del puente atirantado. Al menos, tras encontrarlo, logró que esa naricita volviera a su estado original.
Pepito Grillo daba una larga charla a Pinocho en el Parque del Alamillo. Continuamente le preguntaba si le estaba atendiendo y la nariz del pequeño le delataba, crecía y crecía. Se podía confundir con la inclinación del puente atirantado. Al menos, tras encontrarlo, logró que esa naricita volviera a su estado original.
Peter Pan hacía de las suyas en el Parque de María Luisa. El sitio elegido para esconderse fue el Monte Gurugú, entre pinos piñoneros. Quedó embelesado y por momentos pensó estar en el País de Nunca Jamás, se le parecía tanto. Fue entonces cuando Campanilla, en una de sus distracciones, iluminó con polvos de hada el lugar escogido, dando con ellos en cuestión de segundos.
El Rey León tomó el azulejo del dintel de aquella puerta, pero al ser encontrado no pudo delatar la presencia bien cerca de Mary Poppins a las princesas. Sin perder tiempo se adentró en el Palacio por excelencia, el Alcázar. Entre arcos porticados se escondió Frozen, donde el Patio de Yeso simulaba su tan preciado hielo. Cenicienta y Bella Durmiente eligieron el Jardín de las Damas, entre variada vegetación. A pesar de guarecerse en los lugares más recónditos, todas quedaron al descubierto.
Y es que un siglo de magia con Disney no podía tener mejor celebración. La hispalense se puso a sus pies, brindándoles la mejor de las alfombras rojas, recorriendo los entresijos de la ciudad, cual musa de inspiración, entre un singular cielo azul y blanco azahar. Lugar predestinado para el próximo filme de la compañía. Podría perfectamente titularse algo así como: “Sevilla, ciudad donde los sueños se hacen realidad”…