Te puedo asegurar que lo intento, que no creo que sea tanta la culpa mía. Al fin y al cabo, ¿quién soy yo para hacerme responsable de nada?
Perdona que haya empezado tuteando, me volverá a pasar. Por eso, me disculpo de nuevo.
Vivimos tranquilos de día, pasando miedo de noche. Nos entretenemos y buscamos quehaceres, para evitar vernos por dentro, para evitar sentirnos. En cambio, cuando aparece Morfeo, somos libres y somos esclavos de nuestros sueños.
Volamos, saltamos, reímos y tocamos las estrellas. Pero también sufrimos, caemos, lloramos y palpamos las miserias, gozando con ellas.
A plena luz nos sentimos fuertes, ya sea rodeado de gente o solos viendo la tele, en un parque o dando un paseo. Estamos acompañados, o nos sentimos así. El decorado cambia y hace más ameno el trasfondo argumental. Retorcido a veces, para premio de la academia de cine.
En la noche, mirando a ciegas, todo cambia. El forillo se convierte en un universo artificial creado por tu mente, donde todo ocurre, donde todo vale. Las leyes no existen, las verdades no se saben y las mentiras se preguntan.
Y ahí salen tus instintos más humanos, más miserables. Es en ese momento de libertinaje en el que nos convertimos en siervos. Tan libres somos, que nos sentimos culpables. Son sueños tornados en pesadillas o pesadillas que acaban en sueños. Depende del prisma por el que se quiera mirar, si es que se quiere mirar. A veces, la vergüenza lo impide y evita el disfrute total, condicionando la vuelta al universo de luz y trayendo la decepción consigo.
Si sueñas con el mal o con el bien, da igual. Al fin y al cabo, como te dije antes, ¿quién soy yo para hacerme responsable de nada?
Y sí, te he vuelto a tutear.
Sueña despierto, vive dormido.