
De entre la jerarquía angelical, los querubines han cobrado siempre un cierto protagonismo. Quizá su anatomía infantil unida a la ternura que derrochan forman un compendio armonioso, donde el sosiego se despliega a sus anchas. Proteger la gloria divina es uno de sus quehaceres celestiales, siguiendo atentamente los pasos del Señor, allá, donde quiera que vaya.
El séquito de los veinticuatro, revoloteaban traviesos como de costumbre entre risas, cual niños alados, jugueteando en el paso procesional de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder. Unos contemplaban las cartelas que hacían alusión a distintos pasajes bíblicos. Otros se perdían en la profusa trama vegetal y hojarasca, intentando seguir sus formas enrevesadas sin entenderlas. Pero Dumas, ¿dónde estaba Dumas, ese ángel príncipe de los sueños?
Llevaba unos días un tanto inquieto, más de lo normal. Encontró cobijo bajo la sombra de una de las águilas bicéfalas coronadas, que custodiaban las esquinas de tan portentoso paso. Allí, cual rincón de pensar,sencillamente soñaba. A sabiendas de ser bienaventurado y dichoso por ocupar ese privilegiado lugar, un sentimiento de tristeza y reconcomo le invadía últimamente y no podía más que confesarlo entre susurros: “más cerca aún”, se decía.
Ese era el sueño de Dumas, estar junto a su Dios, más cerca. La posición de aquellos seis ángeles pasionarios,podía ser una de las mejores opciones. Los examinaba al detalle y su ubicación era perfecta, distaba un escaso metro del Señor, si, sería maravilloso subir ese diminutopeldaño, pero grandioso a la vez. Abandonar el segundo coro, de escolta y pasar a consejero directo, cual serafín, y cantar su gloria infinita sería mágico. Regularía el movimiento del cielo, algo especial en esta bendita ciudad. Contendría todo su ser para obtener la vibración del amor, un sentimiento poderoso que no todos llegan a alcanzar. Pero lo más importante, era ver con absoluta claridad el rostro del Nazareno del barrio de San Lorenzo, para él, algo primordial.

Dumas no alcanzaba a verlo. Bajo la canastilla tan solo podía a veces apreciar su silueta entre las callejuelas, no más y no era suficiente. Sabía a ciencia cierta cuánto se estaba perdiendo. Si por momentos pudiera ocupar ese nuevo lugar. Sería sublime verlo de frente, sin importarle el lugar, delante, atrás, en los laterales, daba igual. Embelesarse con su rostro, intentar descifrar su mirada, su paso lento y certero, ver sus manos maniatadas o en el madero, que el viento acaricie su túnica y ser testigo de ello. Ser partícipe de la misericordia de su devoción eterna. Sin duda, sería otra historia.
En la última estación de penitencia, algo un tanto singular sucedió, apenas apreciable para muchos. Una simple lágrima se convirtió en un sueño cumplido, esa que Dumas derramó viendo de frente y rindiendo pleitesía al Señor de Sevilla…

Artículo patrocinado por
