Una bendita locura se adentró en el piso. Pinturillas, traje de flamenca, abanicos y un sinfín de fiambreras con la especialidad de la casa, rondaban cerca. Lole daba mil vueltas, la cabeza iba a mil. ¿No se me olvida nada? Pregunta que resonaba en su cabeza, una y otra vez, eran tantas cosas, seguro que algo se dejaría en casa. Demasiado ajetreo, pero sabía de sobra que entre una u otra, se apañarían sin más.
-María, ve a casa de Mari Carmen, que te coja el moño y te pinte el lunar, mientras yo visto al hermano. Sin decírselo dos veces, María cogió entre sus manos un lápiz de ojo negro, lo poquito que quedaba de él, ya gastado de tanta fiesta y sin necesidad de llamar al timbre, cruzó de puerta a puerta, gritando el nombre de su vecina predilecta.
El medio día ya le pisaba los talones a ambas vecinas, iban tarde, pero, justo cuando se disponían a esperar la cola del autobús, cargada de todo, de tanto y de niños, un alma caritativa, Antonio, el vecino del cuarto, bajó la ventanilla del coche y escucharon eso de ¿os llevo? Se dibujó una amplia sonrisa en sus caras, sin necesidad de contestar. En un tiempo record, sin creerlo, estaban en el Real.
Ahora comenzaba, la más grande de las peregrinaciones hacia el bendito destino, la caseta. A pesar de todo, la organización daba sus frutos. Los más adolescentes descargaban un poco a las madres y se ocupaban de coger sitio. Aún, cuando apenas la gente había llegado, había mesas y sillas libres, las mismas que juntaban en filas y acoplaban parte del cargamento. Ya allí reposaban la caminata y esperaban con ansia la llegada de las matriarcas.
Los peques de la casa mandaban. Esas madres se desvivían por ellos, por tanto, la calle infierno era la primera parada. Ya resuena el primer toque, “tiroriro, tiroriro, tirori”. Tenían que andar listos, fichita en mano para cuando pasara el revisor, esperando nerviosos a que sonara de nuevo y era cuando entonces daba comienzo la carrera en ese reducido circuito, los cochecitos locos, arrancaban sin piedad. Los más espabilados le cogían pronto el truco y se iban librando de los choques planeados con alevosía. Mientras ellos embestían, otros coleccionaban golpes resignados, en un intento de salvar su ego y poder escapar del próximo impacto, que estaba a la vuelta de la esquina.
Una vez se cumplía con los reyes de la casa, ya entraba el gusanillo del hambre. Así que ambas vecinas, caminaban exhaustas al encuentro de la caseta con la primera batalla ganada.
Y claro, había que saciar tanta adrenalina con los mejores manjares. Y los platos comenzaron a desfilar por la mesa, cual modelo en la mejor de las pasarelas. Una bolsa anudada guardaba el tesoro más preciado, el pan. Bollos y molletes saciaron el paladar de los más exigentes. Es cuando Lole y Mari Carmen, tomaban un respiro y satisfechas, viendo a todos sus retoños comer, esperaban la llegada de los maridos, que tras una larga jornada laboral, llegaba la recompensa de pasar un buen ratito en la feria con la familia.
Suenan los primeros acordes de un pasodoble, la orquesta se debate entre rumbas y sevillanas. Cuando ambas se disponían a bailar juntas, fueron sorprendidas por ellos y el cambio de parejas fue triunfal. Bailaron pletóricos como si no hubiera un mañana. Entre música y jolgorio les explicaban que tal había ido todo mientras los niños les rodeaban, queriendo participar en el baile.
Bien entrada la noche, cuando el cansancio hacía mella, observaban el panorama y era grandioso. Entre bostezos, contemplaban a los peques dormiditos en una cama inventada, dos sillas acopladas, según la estatura. Los trajes de flamencas y mantones de lana, hacían las veces de almohadas y sábanas. Tocaba pues recoger, la vuelta sería más llevadera con bolsas vacías, eso sí, con cuerpos destrozados por un día de feria. Porque, precisamente por ser un día, el único, se entregaban al máximo, dándolo todo. Ya el año que viene, Dios diría.
Da igual que empiece un lunes o un sábado, votaría mil veces por la feria de antes, de mucho antes, esa que no volverá aunque sus recuerdos perduren en el tiempo, como algo inolvidable. Eran otros tiempos…