Qué no daría yo por volver a la quincalla donde mi abuela compraba los hilos de sus labores…. El olor, el mostrador de madera, y tú allí, tan majestuosa. Un tesoro divino que algunos ni reconocen, qué pena me da pensarte e incluso escucharte si me lo propongo al cerrar los ojos.
Descansa, queda, en tu lugar privilegiado, relegada a algún trastero o algún altillo olvidado.
Con los tornillos flojos,
por el pasar de los años.
Resiste, férrea, al desengaño
con miradas de despojo.
Sin parar, cuenta a cuenta,
marcando el precio de la vida.
Siempre, a ti, agradecida,
con una sonrisa en cada venta.
Clin clin… caja!! Y a seguir sumando… decía el Tío Gilito mientras nadaba en la abundancia.
– ¡Niña, ponme una sandía bien hermosa!
+ Espera que con estos precios se me ha estropeado hasta la caja registradora.
Con cada gesto marcas una cantidad, una señal inequívoca e inseparable de su ser.
Solo es mercancía, puro materialismo; tú das a cambio de lo que recibes.
Ojalá la vida fuera muchas veces así de justa.
2.18 €/l – 0,2 €/l de descuento = nos siguen robando.
Eso me sale al echar las cuentas.
Abone su compra antes de envolver y por favor, recoja sus tornillos y ¡márchese!
Tabernas y tascas bien sabe Dios que conocí,
secos dejé cientos y algún que otro barril
No pretendía destacar por nada en especial
Yo solo seguía buscando mi felicidad.
Tabernero ponga más vino…