
Ricky Rubio ha vuelto. Y no hablamos solo del base mágico capaz de ver líneas de pase donde nadie más lo haría. Ha vuelto el hombre, el ser humano que un día necesitó parar, alejarse, respirar. Y qué importante es eso en el mundo que vivimos. Ricky se fue cuando más lo necesitaba. Y hoy regresa con la misma naturalidad con la que siempre ha jugado al baloncesto: siendo él.
Después de un año alejado de las pistas, Ricky ha decidido volver a hacer lo que ama. Lo anunció sin ruido, como es él, como lo expresó también en su emotiva conversación con Jordi Évole: “Mi objetivo no es volver al baloncesto, es volver a ser yo”. Palabras que resumen un proceso mucho más profundo que una simple recuperación física. Hablamos de salud mental, de poner límites, de valentía. Porque sí, Ricky fue valiente. Supo decir “basta” cuando otros habrían seguido por inercia. Y eso no solo lo engrandece como deportista, sino como persona.
Su vuelta no solo tiene un peso deportivo incalculable para el baloncesto español. Es también una lección de vida. Un espejo donde mirarse para todos aquellos que, alguna vez, han sentido que el mundo va demasiado rápido. Ricky nos recuerda que parar no es rendirse, es respirar. Y que volver no siempre significa ser el mismo, sino ser mejor. Más entero. Más libre.
Los aficionados, los que crecimos viendo su magia en la pista desde que apenas era un niño en El Masnou, sabemos lo que significa tenerlo de nuevo entre nosotros. Cada pase suyo, cada finta, cada mirada cómplice con el balón es un regalo. Pero más allá del juego, Ricky representa valores que trascienden la cancha: honestidad, sensibilidad, compromiso y coraje.
Lo seguiremos y apoyaremos donde sea. Porque Ricky Rubio no es solo un jugador. Es una inspiración. Bienvenido de nuevo, Ricky. Te estábamos esperando.


