
Llegado el momento, se puso en pie y con lágrimas por dentro de sus ojos, tratando de mantener la compostura, alzó la copa y dijo: «¡Gracias!, gracias por todo.
Ni una palabra más salió de su boca.
Se quedó mirando, uno a uno, a todas las personas presentes. A los ojos, milésimas de segundo.
Los recuerdos que de cada uno de ellos le venían, le fue sobrepasado. Hasta tal punto que comenzó a tambalearse y casi pierde el equilibrio por completo.
Se sujetó con la mano que tenía libre, manteniendo la copa en su mano derecha, agarrándose con fuerza al atril que le acompañaba durante su breve discurso.
Se le hizo eterno ese breve momento. Lo pasó mal mientras toda la gente allí congregada aplaudía, reía y sonreía amablemente.
Ni sus verdaderos amigos lo llegaron a notar, el resto, los compañeros, solo querían que acabara aquel instante para volver a sus quehaceres rutinarios.
Ya recuperado, volvió a agradecer el cariño y comenzó a llorar. Se giró sobre sí mismo, respiró y dio las gracias a sus adentros por todo.
En ese momento, tras volverse de nuevo cara al público, sacó la mejor de sus sonrisas y con el llanto desconsolado comenzó a gritar… Era libre.
