
Otra mañana. No nueva sino cotidiana, similar al del día anterior y a la de los últimos años.
Cruce los pasadizos de la plaza, los árboles quejosos. Dispersos pájaros en celo me chistaban pretendiendo tener otro diálogo, el reloj me apresuraba.
Estaba demorado un día y medio, pero intuía que aún me aguardaba.
Me detuvo el semáforo de la avenida, en la vereda opuesta una señora de cabellos grisáceos hasta los hombros y pollera tubo cambiaba sus zapatos; otros, intimaban a la esfera roja, pretendiendo cambiarla , yo azotaba una baldosa floja con las suelas de mis mocasines mojaba el ruedo de mís pantalones mientras contemplaba las nubosidades del cielo.
Mire el semáforo que dio luz amarilla. La señora guardaba los zapatos en una bolsa de consorcio, mí ojo izquierdo me observaba aguardando en el final del pasillo de la plaza, mirando el cielo.
Poco me extrañaba verme en distintos tonos de grises.
Cabello gris claro, un saco gris perla con un trasfondo gris oscuro, habitual en los años que corren.
Caminé en mi búsqueda yendo a prisa, escapando quizás de mí, lo que me imposibilitada encontrarme.
Al final del pasadizo, un bosque colmado de cadavéricos árboles proyectaba sus ramas secas como tentáculos infinitos de un desierto de espesa niebla.
Continúe entre hojas caducas que se perdían una tras otra.
Mis mocasines también eran grises al igual que toda mí vestimenta y similar a la piel de mis manos.
Escuché ruidos cercanos, volteé.
Solo el bosque perpetuo.
Sabía que no debía demorarme, continúe en la búsqueda de aquel hombre que ya se había encarnado en mí, suficiente motivo cómo para no seguir rastreándolo, pero mi mente me obligaba a continuar.
Caminé unos metros sin saber el rumbo.
Ruidos de hojas secas por detrás.
Entre los tentáculos perennes, unos hombres de trajes negros y rostros persuasivos se dirigían hacia mí.
Mis pies marchaban tan rápido que se trababan uno con el otro. Sus pisadas parecían no confundirse y sus respiraciones tronaban sin piedad. Por momentos pensaba en detenerme e interrogarlos.
¿Por qué está persecución?
Pero comprendía que ellos harían las preguntas, ellos quemarían mis dos libros y harían de mí el final cerrado de su presentación del día.
Los pasos parecían retraerme, las puntas de sus zapatos herían mis tobillos.
Inmerso en la desesperación continuaba arrastrando mis pies sin darme por vencido. Elevé mis ojos en busca de un salvataje ficticio y propio de esa búsqueda.
Un micro se detuvo entre los árboles.
Inhalé profundo, desconozco cuántas veces; los pies parecían volver a tomar su formato destrabando mi andar.
El corazón a punto de desprenderse. Mis ojos, el micro, los pasos arrasando cómo la sangre por dentro.
Más aprisa, cada vez más aprisa y ellos lejos.
La figura de mi amplia sonrisa subiendo los escalones de la salvación y la puerta cerrándose de inmediato.
Un suspiro leve y la aflicción de ver quienes me estaban esperando .
