
Había tomado el tren, en la estación Apeadero Sur.
En la profundidad de su tierra, de su escalera, ponía a prueba sus propias decisiones, esas determinaciones que lo arrastraron a llevar a cabo este viaje. En verdad, desconocía si era solo para probarse a sí mismo como espíritu dentro de un ser o del amor lejano que lo llevaba a las profundidades de su alma.
Eran las veintiuna y diez, se encontraba sentado en la butaca cuarenta y seis junto a la ventanilla, que lo llevaría quizás, hasta Choele Choel, donde finalizaba el recorrido el tren o tal vez bajaría en algún pueblo desconocido para él.
A las veintiuna y quince, cerraron las compuertas y un minuto más tarde las ruedas de acero comenzaron a chillar sobre los rieles limados por el transcurso del tiempo.
Él sabía que su elaboración mental podía dar sus primeros pasos ni bien los vagones entraban en movimiento, intentaría tomar un atajo en caso de que eso se llevará a cabo, desconociendo si esa senda lo llevaría a buen resultado.
Unos cuantos kilómetros habían quedado atrás, mientras unía a través del vidrio de la ventanilla del tren, el descampado campo cómo parte de las estrellas de un cielo oscuro y manso. Sus pensamientos comenzaron a fluir entre los caminos y senderos de su propio ser.
El alma que había elegido su cuerpo para habitar; ese cuerpo, con sus deformidades y limitaciones físicas, un cuerpo independiente de los que lo rodeaban y de su alma pura, con sus bondades y otras, malísimas, que lo llevaron a estar donde está.
Quizás inmerso en plena libertad de ser quién es, más allá de los criterios externos.
Intuía que la información le llegaba, a través de túneles invisibles de energía; su propia construcción que se desplazaba desde el subsuelo de sí mismo, hacia los cuerpos celestiales existentes en una elaboración macro cósmica que daba sus primeros pasos en su iniciación universal.
Abstraído del tren, su cuerpo, su figura, se desdisbujaba en la butaca del vagón; ya no se distinguía la belleza natural que le brindaba el universo a través de los vidrios del tren.
Sabía del desplazamiento de su ser interior hacía los espacios suspendidos, donde encontraba su plenitud, pues amaba su soledad, ella le permitía aproximarse a lo que reconocía como felicidad.
Esto lo llevo a preguntarse, que tan cerca o lejos se encontraba de ella?, no tan solo para él, sino también para aquellos que no transitaban esos caminos.
imaginaba dos manos enfrentadas desde sus palmas que no llegaban a tocarse, solo las separaba el hilo del aire de una respiración pura.
Entre ambas palmas enfrentadas, existían senderos que se comunicaban entre sí, en momentos en que se detenían en los extremos de dichas sendas, se producía un desequilibrio en lo puntual y en el plano general.
Un planeta de senderos que se encuentra dentro de uno mismo, que pueden bifurcarse, y terminar siendo opuestos; dos bifurcaciones de un mismo camino. La existencia de un plano blanco y el otro negro.
Dependiendo de sus acciones, ese sendero visualizado blanco en verdad es oscuro, negro, así puede suceder con el que frente a nuestros ojos es negro y finaliza siendo blanco.
Aquí también podemos incursionar en el plano de las apariencias y verdades, de la información que recibimos y de la que en verdad es.
Regresando a los colores de los senderos, le llevó a analizar la situación del viaje que estaba realizando, se transportó a la siguiente pregunta , se estaba alejando o acercando?
Alejando de quién o de quienes?
Acercando de quién o de quienes?
Esperaba obtener respuesta cuando estuviera aproximándose a Choele Choel.
Gustavo Bianchi