Una mañana fría de invierno. Mis ojos, entreabiertos, esperando que suene ese odiado sonido que me despierta cada día; mis manos, con los dedos entrelazados intentando encontrar un poco de calor entre ellos; mis piernas, juntas, encogidas; mis pies, moviéndose rápidamente debajo de ese edredón tan gordo que intenta protegerme del frío, tapados con unos calcetines a los cuales se les nota que son viejos ya que el dedo gordo del pie derecho sale por un pequeño agujero; y, por último, mi corazón, que, como cada mañana, sigue un ritmo muy peculiar; deprisa, muy deprisa.
La comisura derecha de mis labios se eleva dejando entrever una pequeña sonrisa traviesa, sin significado alguno.
El odiado sonido comienza. Mi mano, que antes estaba entrelazada, ahora se desliza debajo del colchón para apagarlo. Mis piernas se separan, seguidas igualmente de mis pies que alcanzan a tocar levemente el suelo helado. Un escalofrío recorre toda mi espalda cuando me quedo sentada en la cama, todo oscuro, con el único sonido de mis dientes al chocar.
Alcanzo a ponerme las zapatillas y me levanto. Hoy parece que en lo primero que he pensado no ha sido precisamente en ti. “Será que, ¿te estoy olvidando? “Pero olvidar…¿el qué? “ me han preguntado ya algunos. Quizás la primera mirada que cruzamos cuando apenas era una niña que no entendía de amor; la primera vez que las palabras salieron como cañones de nuestras bocas para entrelazarse en una conversación que, para mí, jamás será olvidada; la primera vez que me miraste de verdad, viendo más allá de mi dura coraza; o aquella vez que mis labios sintieron la satisfacción de poder rozar tu mejilla; cuando mi mano pudo agarrar la tuya sin sentido; la vez que supiste la fecha de mi cumpleaños y lo celebraste conmigo; o todas las veces que hemos estado juntos, y he podido contemplarte a la perfección.”
Mientras desayuno, la música sale de mis auriculares y en mi cabeza, tú. Entonces caigo,” no te he olvidado, al fin y al cabo, estoy recordándote de nuevo. Quizás de otra forma, sí, pero sigues ahí. Cada mañana, tarde, noche, cuando duermo, en mis sueños, tú de nuevo; cuando bailo, en mis pasos, tú; cuando canto, en mis letras, tú; cuando sonrío, en mi sonrisa, tú; y cuando lloro, en cada lágrima, tú. No hay un solo día en el que tu sonrisa no la recuerde mi mente.
Detesto la situación a la que mi sentimiento me ha llevado, pero ¿qué hacer? Nadie me sabe aconsejar, nadie sabe como puedo resolver esto que me pasa…”
Sonrío, pienso en lo maravillosa que es mi vida desde hace algún que otro mes, en lo bien que parece marchar todo después de una pendiente tan resbaladiza como la ya pasada. Me coloco mi abrigo, mi bufanda y me dispongo a salir a la calle, con fortaleza, alegría y sobre todo esperanza.
Será que te has convertido en mi rutina….