Dejo mi hacha olvidada,
en una esquina cualquiera,
si por enterrar mi hacha
ya no corto más cabelleras,
y así, con ello, dejo de sentir la guerra.
La venganza olvidaré,
en un rincón cualquiera.
Agazapado tras la última muralla,
mirando al cielo rezaba.
Exhausto por el fragor de la batalla,
resoplando se santiguaba.
"Maldita reacción del enemigo,
su ataque nos cogió desprevenidos.
Bendita defensa, menudo castigo,
tantos compañeros vencidos".
Un nuevo aliento, una nueva bocanada.
¡A por ellos!, cogió su hacha a la desesperada.
Un palo y un trozo de cartón.
Con imaginación, hay diversión.

¿Y si las guerras fuesen solo un juego de niños, dónde la mayor preocupación fuese la bronca de tus padres si llegabas manchados o con una brecha?
Mejor que los niños nunca jugasen a la guerra, y mucho menos que acabasen perdiendo en ella.
Antaño guerrero, antaño guerrillero…
La edad te hace soltar el hacha y usar la palabra, aunque alguna cabeza debería rodar con las cositas que uno ve.
Tal vez debería agarrarla fuerte y que rueden…
¿Pipa de la paz? Me llegas con el hacha en la mano y la depositas cuidadosamente en esa esquina… ¿con qué fin?
¿Seguro que pipa de la paz?
Armónica metáfora gráfica de lo que vienen siendo tu vida y la de tu vecino. Por no hablar de esas redes sociales que os vuelven majareta.
Todo el día, en un sin vivir, criticándolo todo, hasta de lo que no tenéis absolutamente ni idea, con el hacha en la mano.
¡Ay, qué sociedad!