
ACTO DOS
El pequeño cervatillo se despierta en medio de la cama de flores, sintiéndose ligeramente confundido, aunque no tiene respuesta para lo que sucedió, busca a Mayo, ella le dirá lo que pasó al haberse quedado dormido, pero no la encuentra a pesar de que su mirada desfila inocente buscando rastros de la floresta perdida.
Se convence de estar en un lugar agradable a pesar de ser desconocido y olfatea las frutillas rojas, quien sea que lo haya visto, sabe de sus gustos y eso le hace sentir observado pese a que no existe rastro alguno de otra criatura.
Habiendo ya tomado su forma humana, el jovencito levanta la mirada y toma el sobre, apenas y puede leer, le ha costado aprender pero hace su mayor esfuerzo. Alguien le da la bienvenida a ese claro de bosque y tras guardarla, se dedica a explorar el lugar.
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El monstruo se enfrenta a su historia, pues lo ha hecho, ha cometido un pecado. Ha narrado en beneficio propio. Sostiene la pluma, y escribe sobre el volumen con páginas el blanco. La historia se escribe así como él plasma sus sueños, deseos y anhelos más oscuros. El ciervo es su principal protagonista, y para él escribe. Construye el ambiente en el que habitará, sus guardianes, sus encuentros. Todo. Si ha obtenido lo que siempre deseó, y si ha conocido a la inocencia misma, no le permitirá desaparecer.
Una sonrisa aflora en sus labios, y abraza la pluma con ambas manos. Ambiciona más de lo que puede desear. Su corazón es oscuro y sus deseos egoístas.
Mientras el escritor plasma sus ideas a través de su libro de blanco y negro, donde la luz y la oscuridad se combinan, el ambiente por donde reside y transita el ciervo empieza a cambiar. Como si fuera originario de un sueño, el ambiente se embellece de manera lúgubre, y se pintan los alrededores de extraños colores capaces de encantar como asustar.
Las luces en el cielo encantan los cielos, en forma de burbujas. Junto al ciervo la criatura vestida de negro camina. Sus colores se perciben en sus extensiones. Sus extremidades se arrastran, y cuando está a punto de tocar al ciervo, retrocede. Piensa que es demasiado pronto para presentarse. Ambos siguen al ciervo, a su manera, desean conocerlo, saber que secretos y tesoros esconde sea desde adentro o desde afuera.
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Un millar de flores de colores y formas distintas emergen a cada paso, el joven cervatillo comienza a emprender una exploración sin límites, algo que jamás hubiese imaginado.
La belleza se transforma, pareciera que no teme mostrarse, transfigurándose viva y de hermosura compleja ante los ojos de la criatura más joven, sus ojos desfilan, son capaces de admirar la belleza de ese mundo que sabe que no es el suyo.
El propio es mucho más sencillo, guarda un pequeño brote de humildad que no puede comprarse con el adusto e imperioso paisaje.
La belleza tétrica del lugar le inspira a tomar cierta distancia, no lo seduce por completo esa magia, porque no la entiende del todo, es por ello que se ha anida un pequeño sentimiento de temor y busca, busca por todos lados a Mayo, compañía de la criatura que le creó para responder sus preguntas, dudas que ni él mismo sabe responderse.
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La criatura se arrastra por los senderos en flor, siguiendo los pasos de la inocencia. Se oculta entre las flores cuando está a punto de ser descubierto, mas sus colores le camuflan, así que puede seguir avanzando. Apenas y respira, debe tener cuidado. Siente a la inocencia cercana a su ser, quiere conocerle, pero, tiene el presentimiento que se asustará. Su creador lo ha hecho de sus más crueles sentimientos y por eso lo presiente en el fondo de su corazón que es tan negro como la misma noche.
Avanza y cuando está a punto de tocarlo, retrocede, mas el encuentro decidirá su destino. El Narrador es quién lo reclamó en el instante en que lo creó, por eso debe de tener cuidado al conocerle. Apenas lo roza, de tal modo que, parece que una de las flores es quién lo toca. Siente una sensación muy adentro que jamás había sentido. Es la luz de ese ser, quiere obtenerla, apreciarla frente a sus ojos. El ambiente cambia a medida que ellos son parte de él.
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El leve tacto le sobresaltó, sentir aquella fría caricia le generó escalofríos en toda su piel, jamás nadie se había acercado lo suficiente para tocarle y ese leve contacto, le instó a tomar una distancia prudente.
No vio rastro de peligro que armonizara con esa escena donde ambas criaturas se observaban, el corazón tamborileo, acelerándose por el miedo que escalaba a pasos agigantados. El imponente ser le generó miedo, un miedo que no sabría cómo liberarlo del encierro de un grito mudo.
Se alejó, un paso atrás, después dos hasta que se vio corriendo por la hermosa sábana de flores multicolor, su instinto le pedía huir, ahora lo recordaba todo, ese hermoso objeto lo había llevado ahí y seguramente encontrándose nuevamente con él, sería su escapatoria.
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Lo observa de frente, con sus ojos bañados en una luz tétrica, entiende sus extremidades hacia él. Intenta acercarse y vuelve a rozarle, siente la emoción que le embarga el tenerle tan cerca. Apenas tienta la luz. Se siente en el paraíso. Su figura se hace presente, mas es cauteloso, tanto que parece por un instante desaparecer. Y cuando observa al pequeño escapar, lo sigue.
Corre veloz por el campo de flores que adornan los suelos. Sigue el rastro de la luz y la inocencia. El encuentro se ha dado, mas no como esperaba él en su corazón; el ciervo debía desmayarse en sus brazos, para entonces transportarlo hacia la morada que le había sido construida. La luz en el lugar en el que corren es producto de la creación del narrador quién ahora duerme sosteniendo la pluma. El resto es noche, y nada más.
La criatura logra interceptarle, y para ello tuvo que hacer acopio de su fuerza y velocidad para alcanzarle. Está frente a él, y ante todo lo que sucede, y ante el sufrimiento que parece padecer aquel ser; le ofrece algunas flores que ha cortado instantes antes del segundo encuentro. Ladea la cabeza ante la cercanía y entiende una de sus extremidades revelándola para él.
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No sabe por qué está ahí, está asustado que, siente la necesidad de gritar, pero no puede. Sus ojos desorbitados amanecen como dos estelas de un intenso celeste; el pavor le impide pensar en cómo saldrá de ahí; no tiene cabeza para aquello, ahora simplemente quiere absurdamente que todo eso termine.
Opta por rechazar las flores, las cuales arrancadas, no son un símbolo de belleza, sino de muerte y él lo sabe, quien se adjudicó la protección de su bosque así como de todas sus criaturas.
Ese «trofeo» gustoso sólo sirve para las criaturas que no saben apreciar la belleza del más pequeño brote de vida. Lyano sabe que significa su presencia ante los ojos de aquella criatura, después de todo, sólo es el reflejo de un sentimiento perdido.
Corre, opta por seguir otro rumbo, pues en vano, el lugar ha sido construido como parte de un espectáculo; sabe que ha perdido, sabe que está ahí sólo para ser cazado y obligado a cumplir un deseo egoísta, mas no quiere aceptar ello, teme ahora más que nunca y maldice la existencia de su propia magia.
