Llueve…
Mi casa está totalmente en penumbra, tan sólo por la cocina pasa la luz que el día permite. Desde la puerta de la misma sólo puedo ver el exterior a través de mínimos agujeros, de manera que veo pequeños fragmentos circulares del paisaje: en uno se observa como el agua está creando un charco en el tejado del colegio; otro muestra una porción de cielo, de un azul grisáceo y blanquecino, distorsionado por el agua que lo perturba; una pintura artística, por la que las gotas pasan adquiriendo sus diferentes colores, se encuentra en otro de los ojos de la cocina; por otro se ven algunas de las ventanas del piso de enfrente que no quieren contemplar lo que yo estoy viendo y permanecen cerradas, negándoles la tenue luz a los que se encuentran tras ellas; otra pequeña visión es la copa picuda de un árbol que no se mueve, las gotas no caen con la suficiente fuerza pero sí han conseguido cambiarle su tonalidad, su verde claro se ha visto oscurecido y el marrón que se entreveía entre las ramas se ha convertido en un negro absoluto; las antenas que una de las aberturas me deja ver me reflejan tristeza, pues echan de menos las patitas y los cantos de los únicos seres capaces de hacerles compañía.
Minúsculas visiones que, como si de un puzle se tratara, juntas componen un grandioso mural, estropeado solamente por el grosor de las uniones de las piezas que nos esconden algunos de los detalles que el paisaje encierra. Y si me voy acercando, concentrándome en uno de los numerosos ojos que se asoman en mi cocina, la visión se va completando lentamente hasta alcanzar casi su totalidad al no separarme de él más que un hilo de aire. Y hoy esta visión me ha cautivado, el ritmo de la lluvia me ha atrapado, la ausencia de los sonidos cotidianos agasajan mis oídos. Hoy no me producen tristeza los colores que me rodean. La mañana me está hipnotizando. De pie en la “ventana” de mi cocina no puedo dejar de mirar la lluvia caer. Lo único que me ronda por la cabeza es el afán de seguir contemplando el momento con amplitud. Se me pasa por la mente abrir de par en par el balcón, coger una silla y dejar que la sesión de hipnosis siga su curso. Ni siquiera me desagrada la idea de mojarme, que es lo que pasaría si llevara a cabo mi deseo. Es como sí el día se apoderase de mi voluntad. Y aquí sigo, con mis pies soportando mi cuerpo sin notar cansancio alguno y mis ojos vagando a través de un círculo.
Poco a poco la lluvia va disminuyendo su intensidad y mi mente se va liberando al mismo ritmo. Me voy dando cuenta de lo que ha pasado, me ha gustado, me ha encantado esta seducción. Ha sido un momento sensacional, emotivo, liberador. Ya abandonando mi cocina, con los ojos hipnotizadores contemplando mi espalda, me dispongo a disfrutar de lo que me depare el resto de este gran día…
Me tienes alucinado…
Fantástico Rebeca, fantástico de verdad. Podrías utilizar este don para darlo a conocer al mundo. Te lo digo en serio, planteate escribir y mandarlo a algún sitio; una novela, un ensayo, cuentos infantiles, etc… sino escribe cuentos para cuando tenga niños o sobrinos…jejeje Un besito grande