Siempre pendiente de lo que acabará llegando, siempre atento a lo que acontece, aunque no esté dentro de mi campo de acción. Siempre controlando lo que se va y por donde se desvanece.
Siempre divagando mentalmente por cómo podría ser todo, siempre prevenido. Siempre dispuesto a localizar intrusos, siempre con la alarma conectada para detectar con qué falsas alhajas acudirán al evento, con cual de todas las máscaras se habrán disfrazado hoy.
Siempre alerta ante los impostores, siempre eludiendo las sonrisas despiadadas y las conversaciones banales, las malditas dobles caras.
Siempre aquí y pensando allá, al mismo tiempo. Cuerpo y mente dispersos, siempre activos.
Siempre con el retrovisor limpio y enfocado, cubriendo mis espaldas. Siempre con las luces de cruce encendidas, con el freno de mano a mano y el chivato del depósito encendido.
Siempre a medio vestir, siempre a medio recoger. Siempre medio despierto y medio en Babia. Con la espalda mal colocada, la mala postura en el sofá, con dolores tumbado en la cama.
Siempre con prisas por ir al baño, siempre con papeles en la mano. Siempre buscando el mando con la tele apagada.
Siempre con calores subsaharianos, con babuchas de invierno en verano y con el deseo banal de un botellín helado.
Siempre deseando estar y siempre intentando irme, siempre queriendo ser y dejando estar siempre.
Siempre, con todo lo que conlleva decir siempre.