Nunca pensé que llegaría el día, jamás imaginé que fuera tan difícil explicar que ya no estaba, que ya no podrías verla ni tocarla ni olerla, que sus besos dejarían de estar y sus abrazos se harían invisibles.
Por más que imaginaba que alguna vez llegaría esa primera vez en la que tendrías que enfrentarte cara a cara a la marcha irreversible, no quise creer que llegaría, que ese futuro sería presente y que sería yo quien te lo dijera.

Nunca imaginé tu reacción por el miedo que tenía, no quise saber y aprendí en el momento contigo. Tus ojos abiertos de par en par, como si quisieran ver más allá de lo que mamá te explicaba. Estabas triste, pero no podías llorar… No importa mi amor, no por más llorar se quiere más, tomate tu tiempo. Quisiste rezar, quisiste tú solo dar gracias porque hubiera dejado de sufrir, pero también pediste con la voz entrecortada que nadie más de tu familia se marchara para siempre.
Demasiado grande para ser pequeño, demasiado pequeño para ser tan grande.
Necesitabas entonces mi contacto, mis caricias y mis besos, y te di los que me pedías y más.Acurrucado en mis brazos hiciste mil y una preguntas acerca de la muerte, hasta que callabas y decidías que querías cambiar de tema, y yo respetando tus necesidades tan de verdad. Al rato volvías a tener dudas, unas tan grandes como tu corazón y otras tan pequeñas como tú, pero todas tan básicas como respirar.
Me enseñaste una gran lección, me transmitiste esa paz que albergabas dentro, me transmitiste esa tranquilidad que te dio verla por última vez. Ahora son momentos los que te invitan a reflexionar sobre temas que van más allá de tu comprensión absoluta, tan inocente y tan bonita. Con esa manera tuya de mirarme y, solo con eso, pedirme ayuda. Aquí estoy mi cielo, siempre que tú quieras, no hace falta no que me hables, solo mírame como lo haces y mamá estará siempre para ti.
Deja una respuesta