EDITORIAL
Manida historia de desamor entre los dos sectores eternos: titulados y aficionados buenos.
Arrancamos una historia de amor a la escritura, a la literatura, a la poesía, al carnaval y a nuestras costumbres más arraigadas con el simple regocijo de ser felices y las ganas de ser leídos y esto, seguro que tiene en contra a todos aquellos que estudiaron periodismo -tema que ya trataremos en otros artículos- y que pueden pensar que estamos pisando terreno.
En nuestro caso actual, como es por amor al arte, las opiniones nos interesan pero resbalan por el tobogán de la vida hasta llegar al charquito que se ha formado con todas nuestras lágrimas y carcajadas. Es evidente que nosotros no somos competencia de nadie.
Pero dejando de centrarme en mí, que luego me llaman egocéntrico y la liamos, me vienen dos temáticas cercanas en las que el intrusismo está mal visto y en los que las pruebas, en muchos casos, son hechos irrefutables que callan bocas por docenas. Me refiero a la fotografía y a la webs de información cofrade.
Conozco seres humanos, amigos y conocidos que hacen del hobby de la fotografía un bello arte y conozco fotógrafos profesionales que bien deberían montar una ferretería y hacerle competencia desleal a Leroy Merlín. E igual ocurre con el periodismo cofrade. Os aseguro que he vivido en las propias carnes de uno esto que os cuento; marcas históricas ilustres que van a tiro hecho y sin el mínimo de decoro que se espera lanzan noticias y notas de prensa con un éxito descomunal y sé de web de tinte aficionado donde cada boceto escrito es leído, releído y corregido mil veces para que todo sea acorde a lo que ellos y sus lectores esperan. He ahí la aptitud del que me merece la pena.
Dicho lo cual, pueden estar tranquilos, los unos y los otros, que nosotros jugamos para ser felices y vuestras lecturas aumentan dicho sentimiento.
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