No hubo luto que pudiera aliviarle el alma, sólo el trace de pasarlo. Las flores fueron tan artificiales como los sentimientos ante la pérdida inevitablemente ocurrida.
Las lágrimas no cayeron como se esperaban, en cascada y sin consuelo. Fue un duelo hacia dentro, un trastorno bipolar, normal en ocasiones como está, sin sentido en ocasiones «normales».La despedida fría, distante. Los ojos secos por haber llorado antes lo que se suponía que debía haber llorado en el instante, en la hora, en el momento concreto. Ya no había, la cota se había superado y ya no quedaban más, lo intentó para guardar las apariencias, pero no era posible. Era una sequía emocional y sentimental… Quizás luego, al llegar a casa y escuchar el silencio, o quizás no, quizás nunca más podría hacerlo, hasta dudaba de poder volver a sentir algo diferente a aquel vacío existencial.
Plana de sentimientos, esa era la sensación.
Miró el ramo, lo olió pero el perfume se había evaporado entre las bóvedas de la iglesia catedralicia en la que se hallaba.
Silencio, ensordecedor, asfixiante. Sólo su respiración entrecortada por no saber asimilar y gestionar en aquel preciso momento.
Las puertas del templo se abrieron de nuevo y avanzó por el pasillo sola, vacía. En una mano llevaba el velo, en la otra el corazón que le acaban de arrancar de cuajo.
Sin mirar atrás hizo su salida sin música, sin marcha nupcial… Y allí mismo se arrodilló ante el universo dejándose caer en aquellas arenas movedizas que la engullía sin tregua.
Deja una respuesta