
Ella nunca pensó que nadie se pudiera fijar en sus ojos, ni en su boca, ni en su cuerpo ni en su forma de ser o de pensar. Nunca pensó que a nadie pudiera gustarle su forma de expresarse, por eso era tímida y retraída a veces, por eso en las reuniones de amigos se quedaba callada escuchando lo que sucedía alrededor, atenta, para poder estar a la altura la próxima vez que se reunieran.

Lo cierto es que ella era una chica normal, más bien del montón, a la que le gustaban las cosas sencillas, sin pretensiones ni lujos. Adoraba desayunar sola, era su momento para poder leer tranquilamente y charlar consigo misma. Le gustaba leer el periódico, seguía sintiendo el romanticismo de las letras de tinta impresas en un papel, por eso tenía una librería completa hecha de unos gustos tan dispares de lectura que podían decir tanto de ella… por eso no se encasillaba en un estilo, tenía el suyo propio.
Le gustaba aprender lo que no sabía, le encantaba dar su opinión, siempre con miedo a meter la pata si lo hacía. Nunca lo hizo, hasta que un día le arrebataron esa careta que la hacía esconderse para evitar que medie pudiera ver su luz. Cuando pegaron el tirón a esa máscara prefabricada durante años, salió tímidamente a la superficie de un mundo desconocido para ella. Ahora había que sobrevivir, ahora no le quedaba más remedio que no pensar, solo hacer y poco a poco disfrutar de lo que hasta ese momento se le había impuesto.
Las imposiciones pasaron a ser elegidas, los deseos intentaba llevarlos a cabo, tachando sueños y ganas de una lista elaborada a base de años y de qué dirán… Ahora bastaba con ser sincera con ella misma y escucharse, que nunca lo hizo, y decir adelante cuando todo el mundo diría no. Esos miedos e inseguridades fueron quedándose por el camino mientras ella luchaba con uñas y dientes por su absoluta libertad. La libertad de equivocarse, de acertar, de llorar o de reír la libertad de sentirse ella por primera vez en su vida
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