Mendigando iba por la calle, todos lo esquivaban, nadie se paraba a saber qué le pasaba.
Mendigando intentaba acercarse sin éxito.
¡Una moneda!, un grito soltaba al aire, desesperado. No sirvió de mucho. Se fijó entonces en una cara risueña que oteaba el horizonte, inocente.
Entonces levantó la cabeza agachada que llevaba siempre y vio esos colores naranjas y rojizos que se pintan en el cielo al atardecer.
Sus pupilas se dilataron, sus ojos comenzaron a llorar. Lo entendió.
Mendigo sin nada, mendigo con todo.
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