Cual pajarito que lucha por salir del nido buscando vivir su vida, seguir con ella. Aleteando tímidamente frente a la brisa pasajera que respira a su alrededor.
Hablo con ella y aunque entiendo sus razones, no encuentro soluciones. Y callado permanezco a su lado, sin más música que el ruido de mis tripas que retumban con eco entre tanto silencio.
¿Y ella? Ella se queda conmigo, no necesita más, porque sabe que no hay más que le pueda dar. Y eso termina siendo lo necesario, un suspiro que haga que todo cambie de sentido.
La ventana abierta para que podamos respirar bien profundo, que el aire se renueve y permita a la mariposa dejar de ser gusano y abandone el oscuro sendero de lodos y surque por el majestuoso cielo azul.
Si pudiera hablar con las flores, deshojaba, sin hacerlo, una a una, todos sus pétalos; buscando la respuesta a todos sus sinsabores. Esperando que sean ellas las que me guíen hacia su original sendero. Ese, sin baldosas amarillas, del que la vida le echó sin merecerlo, sin que nadie lo esperase pese a ser conscientes de ello.
Y sigo hablando con ella, con gestos, con miradas. Que las vacías palabras no aportan nada. Si el fuego no purifica el alma, ¿quién lo hará? La hoguera de sufrimiento en la que estamos metidos, juntos, comprometidos; no se apaga con polvos de hadas.
Aletea, aletea fuerte. Contra viento y sus traicioneras mareas. Aletea sin miedo, que si caes, yo te sujeto. Y si caemos, caemos los dos agarrados bien fuerte de la mano y será otra derrota más, pero será nuestra.
Que no habrá barrizales en el cielo y aunque vendrán nubarrones, el sol nos devolverá la luz, el calor y el color a nuestras almas.
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