Ayer hubo dos rojas en Nervión que decidieron un partido en el que los nuestros plantaron cara a todo, menos al poder y al resultado, y ese es el único castigo al fin y al cabo. Si hasta el «árbitro» vino de rojo, pero solo para disimular, porque el plan estaba trazado y se sabían las líneas rojas.
Rojas del color de la vergüenza de un sistema corrupto, que si lo zarandeas un poco y sacas sus miserias, irán a por ti e intentarán que tú caigas antes.
Rojas como una Federación que ningunea a clubes de su competición y hace negocio con jugadores en activo de la misma. Mientras se jacta de valores y se lleva torneos a países de dudosas actitudes.
Rojas como la cara que se te queda cuando te roban en tu propia casa y solo puedes gritar, animar y cantar.
Rojas dos, o cinco. Sí, cinco. Cinco con otras seis blancas dando color a dos medias lunas llenas de gloria.
Rojas, entre las que descansan nuestros Santos Fernando, Isidoro y Leandro.
Rojas… y blancas, formando tu/mi/nuestro escudo, los colores que siempre fueron del club y de la ciudad.
Rojas como la sangre que hace que nos lata en sevillismo debajo del pecho.
Roja en una diagonal infinita que junto con su parte blanca hace la bandera de mis amores. La que defenderé siempre frente a todos y a todo.
Los resultados son los que marcan las competiciones y es lo que prevalece al final de las mismas. En lo demás, nunca puede haber derrota cuando está nuestro corazón en ello.
Aunque nada sale, nada entra y encima los de las tragaderas locales y nacionales vienen con ganas por tantos años y tanta bilis regurgitada, siempre estaremos aquí, Sevilla.
¡Volveremos, porque nunca nos hemos ido!
…pobre del que quiera robarnos la ilusión…
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