Huyendo de los quehaceres cotidianos, abrió la pequeña puertecita de la alacena y se escondió bajo la escalera. Cerró los ojos y, entonces, apareció su mundo de regocijo que a veces parecía más real que la vida misma. O eso le hubiera gustado a ella. Nada de fantasía, pero sí mucha hechicería por doquier, una magia que animaba su día a día, lejos de aquel otro lugar donde parecía estar condenada a sufrir. Se transportaba entonces a un lugar donde podía ser ella misma, sin tapujos, sin mentiras y sin cuentos para poder sobrevivir medio en condiciones. Su propio mundo, que le gustaba en el fondo guardar para sí, estaba repleto de palabras que conformaban su propio ADN. No podía huir de ahí ni aunque quisiera, y menos mal que siempre deseaba lo contrario. Tampoco ahí todo era color de rosa. Debía trabajar casi sin descanso, maseste trabajo sí le apasionaba, no era una carga, más bien todo lo contrario. Pero el compañerismo, y sentirse bien con ella misma le ganaba a todo lo que estuviera fuera de su alcance en ese lugar.
Sabía que estaba dispuesta a dar la vida por ello, que más que su sueño, era su libertad.
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