Sus dedos curvados permanecían inmóviles sobre el teclado de la computadora. Llevaba toda la noche trabajando en la promoción de su próximo libro, y se sentía agotada. Casi había amanecido y seguía obsesionada por la ausencia total de ideas, no tenía nada que mereciera la pena; angustiada, cogió el ordenador y lo llevó a la terraza. Era temprano y el rocío de la noche se veía a simple vista sobre los muebles. No obstante, dejó el ordenador sobre la mesa y desanimada, tiró de la silla para sentarse. En ese momento sintió un escalofrío que hizo que su cuerpo entero se helara, pero no se levantó, su ropa ya estaba mojada. Luego abrió el ordenador que le devolvió un reflejo desconocido, entonces tiró de un coletero que llevaba en la muñeca, retiró la silla empujando con el cuerpo hacia atrás sin levantarse, colocó la cabeza entre sus piernas y sacudió su pelo con las manos y se recogió el pelo. Estaba más cómoda, pero su humor no mejoraba, hasta que desde la calle se oyó la grabación de una furgoneta que pasaba anunciando al tapicero. Inmediatamente, examinó sus notas y empezó a agregar frases y palabras sueltas, y de repente exclamó: —¡Eureka!
Deja una respuesta