Me preguntaba qué tenía esta ciudad, que Felipe el Hermoso se empeñaba en mirarla a cada rato desde su torre/observatorio.
Así que me decidí a venir.
Cuenca, ciudad de casas colgantes y puentes bellos.
Y una vez aquí, el paseo era obligatorio.
Pasaba de un lado a otro de sus calles por el Puente de San Antón, cuando observe una escena propia de Alicia en el país de las maravillas: una anciana, una niña, un león y un pato lloraban acongojados.
En la luz del amanecer, las lágrimas brillaban como diamantes sobre lo que parecían ser una «piel» de cartón piedra barnizada y un tejido de peluche bien lavado.
“-¿Y ahora que hacemos Doña Rogelia?
¿Quien nos va a querer como ella nos quería?
-¡Ay, Daisy!
!Eso mismo me estoy preguntando yo!
¡¿Quien nos va a querer, quien nos va a cuidar, como ella lo hacía?!
-¡Yo tengo miedo!
¡Soy un león cobarde, mi fuerza me la transmitía ella!!
-¡No puedo dejar de llorar!!!
¡Nadie entendía mis «patadas» como ella!
-¡Niños, niños!!!
Cojamos nuestras maletas y volvamos a Orejillas del Sorderte hasta que nuestra querida madre vuelva por nosotros.
-!Doña Rogelia, míreme.!
Mamá, ha muerto.
Ya no volverá….
-Daisy, tenemos que volver a Orejillas del Sorderte, a casa.
A nuestro hogar.»
Y, lentamente, me alejé para dejarlos con su pena.
D.E.P. Mari Carmen Villaseñor.
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