A Laura siempre le gustó perderte en la creación. El ejercicio de hacer algo con sus propias manos siempre le producía una sensación de eunoia, de conexión con ella misma y el mundo a su alrededor. Era como si tuviera su propio idioma secreto de colores y formas, y cuando lograba expresarlo en una pieza, sentía que había hablado una hermosa verdad.
Una tarde, después de un día estresante en su trabajo, Laura decidió sacar su caballete y pinturas y dirigirse al parque cercano a su casa. Se sentó debajo de un gran árbol y comenzó a pintar la escena que tenía frente a ella: un pequeño lago y el sol que se escondía detrás de las montañas.
Mientras trabajaba, la eunoia comenzó a invadirla. Laura se sumergió en su arte, dejando de lado cualquier preocupación que hubiera llevado con ella al parque. Se perdió en la combinación de colores, la forma de las hojas de los árboles, la textura del agua y el modo en que la luz se filtraba a través de los árboles.
No se dio cuenta del tiempo que pasó pintando hasta que el sol comenzó a ponerse. Cuando finalmente se levantó para volver a casa, se sintió liviana, relajada y llena de eunoia. Comenzó a caminar de vuelta a casa, sintiendo la brisa invernal en su rostro y sonriendo para sí misma.
Decidió colgar su nueva obra maestra en su sala de estar: un recordatorio constante de que, independientemente de los desafíos que pudieran presentarse en su vida, siempre podía encontrar paz y belleza en el arte.
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