I
Se engalanan ya sus ojos con un brillo especial.
Pendientes a juego con su vestido y flores olorosas de felicidad.
La más orgullosa de sus raíces, que hasta tatuada la lleva en el alma.
Loca de atar, se quedó descalza porque decía que así la penitencia se hace más cómoda.
II
Te la encontrarás de puente a puente radiante de dicha.
Dicha sabiduría en la que siempre está envuelta.
Envuelta en saraos con el alma revuelta.
Revuelta en los vientos, tras la lluvia, de los que nace la buena cosecha.
III
Existen noches en las que la vida, esa que no espera por nadie, se para un ratito: Un ratito en su lágrima, un ratito en ese chiste; un ratito en silencio, un ratito en baile; un ratito a compás de tambor, un ratito a compás de castañuelas; un ratito en el contemplar, un ratito en la desmesura. Dos madrugadas, dos sentires diferentes; una idiosincrasia, una misma persona con dos pasiones inherentes.
Rocío C Gómez
Un rojo clavel en la primavera sevillana, se debatía en su ardua decisión: postrarse a los pies del Señor, al compás de la mejor de las marchas o adornar el moño de aquella flamenca y callejear por el albero del Real. El toque de una corneta lo delató…
Patricia Delgado
I
Sevilla, sus costumbres y tradiciones todas amontonadas en una tarde en el Real.
II
Capirote de cartón y déjate de rejillas.
III
Terrible error del ilustrador tener la jarra de rebujito vacía… ¿y dónde echo el hueso de las aceitunas?
Juanma García
Quitas los calentitos de papas, a Curro y el alcohol y te quedas con la Sevilla que detesto. Ojalá pronto un aluvión de torretas, oficinas e industria y trabajo para todos.
El Mendigo
Primis
Incienso y clavel, cerveza y manzanilla, Betis y Sevilla. La dualidad que define al reino.
Secundo
Calentitos de papa, el carnet de la banda, tortas de aceite, azahar en flor, clavel reventón. Y siempre, El Llamador.
Tertio
Voy por Juan Belmonte, tranquilo que vengo de la Calle del Infierno y en vez de la chochona, me he traído un Curro, una bufanda de los palanganas y una del equipo verderón.
Rey San Fernando
Después de Navidad andábamos aburridos hasta que a Jaime se le ocurrió que podíamos participar en diseñar un cartel para las fiestas de primavera de Sevilla. Concha dibujó unas tortas de Inés Rosales, Alberto un geranio…Todo un batiburrillo. ¡Qué sorpresa cuando ganamos! Conseguíamos un premio por matar nuestro tedio.
Arancha Naranjo
Roja primavera allá por el mes de mayo.
Ángel Salgado I
Algunos despiertan en primavera de los sueños del verano.
Ángel Salgado II
«¡Niño, te he dicho mil veces que recojas tu cuarto!»
Ángel Salgado III
Como dijo el maestro, «por más que muchos se empeñen el volcar ortografía…esta mujer, está joya fugitiva, solo tiene un nombre de siete letras, Sevilla».
Ángel Salgado IV
Estaba tan indeciso el autor que creó un hermoso batiburrillo de todo lo que representa mi ciudad.
Ángel Salgado V
Ahora que estamos solos, deja que me siente en tu regazo, frente a ti, con el río y sus dos orillas de testigos. Déjame decirte lo que siento, lo mucho que te echo de menos, deja que todos sepan que eres mi vida y así entenderás… ¡cómo no voy a quererte Sevilla!
Ángel Salgado VI
Cuando compró aquella casa en Cádiz, no imaginó que se convirtiera en un verdadero parque temático para ella.
Llegó un día por la mañana, para ella era un 01/01/01.
Un nuevo comienzo; una nueva vida.
Bajó del coche y sin bajar las maletas, abrió la puerta y entró.
Después, sin dudarlo, ni pensarlo mucho, enfiló la escalera hasta el ático, deseando empaparse de cada rincón del que sería, desde ahora, su castillo.
Guiándose por los planos empujó la puerta camuflada entre los antiguos paneles de madera y subió por las empolvadas escaleras.
«Tengo que comprar una aspiradora», pensó.
Una preciosa ventana redonda con cristales de colores, iluminaba las telarañas del techo.
Y, en el descansillo, dos puertas a derecha e izquierda.
Cerró los ojos y empezó a dar vueltas emulando a un juego de su infancia.
«Gallinita ciega, qué se te ha perdido….»
Y al parar, el gesto necesario de adelantar las manos para asegurarse de que tenía madera delante.
Sí, allí estaba.
Abrió los ojos apenas lo suficiente para empuñar el picaporte y, aspirando, empujó.
Delante suya había una enorme habitación llena de historias.
Historias que reposaban, sorprendentemente, sobre una rayada lona de caseta de feria andaluza.
Sonriendo, agachó la cabeza y se prometió descubrirlas una a una, mientras se daba la vuelta y se encaminaba al lugar (un piso más abajo), donde se escuchaba el jaleo de sus tres hijas peleándose por elegir el más grande y luminoso dormitorio.
Echo un último vistazo mientras cerraba la puerta y dijo en voz alta:
«Volveré.
Esperadme.
Pronto volveré.»
La Renacida
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