El momento en el que se pierde algo se crea un inmenso vacío que nada llega a ocuparlo tan rápidamente como el desconsuelo, el miedo y la incertidumbre.
Un espacio desalojado que nunca volverá a llenarse de aquello que fue suyo, pero en cambio será acechado por tantos otros que nunca deberían estar, que nunca fueron invitados.
Desde lo más ínfimo hasta la mayor de las pérdidas, siempre ocurrirá igual. La pena se apoderará, inundando el reciente hueco creado, luego ella irá compartiendo con otros sentimientos esa morada que antaño tenía dueño y nunca necesitó de mayor compañía.
Cuando algo se marcha de tu vida, será para siempre en el futuro, pero nunca en tu pasado. Los recuerdos de todos los momentos compartidos, vividos… esos ya nunca desaparecerán y quizás por eso, somos capaces de mirar a ese futuro incierto, lleno de huecos vacíos a los que sí le podemos asignar propietarios a nuestro antojo, que para algo son nuestros.
Vivir para crear momentos, que con el tiempo se irán acabando y serán irrempazables, llenándose de nuevas experiencias, en un bucle finito, hasta completar ese último hueco, que dictará el comienzo de la eternidad.
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