El tío Daniel solo se acuerda de Gento; eran aquellos años, en que los futbolistas vestían unos pololos, porque lo calzones eran anchos y largos. La abuela le reprende y dice que parecían bombachas, y que desde que han cambiado el diseño de la ropa deportiva, los partidos han dejado de tener interés. Antes, continúa, una podía imaginar, ahora ya se lo dan todo hecho. Teniendo en cuenta que vivimos solo de imagen, lo que menos utilizamos es la imaginación. Eso dice la abuela cuando bebe un poco más de jerez. Mira que es pícara.
En casa todos son muy deportistas, solo yo practico el running, los demás ven los deportes desde el sofá. Cada año que hay mundial, yo me compro billete en el interrail y me escapo por Europa. Imposible vivir con esta pandilla de locos. Y encima vienen los primos de Madrid.
Este año será más triste, Germán, mi hermano mayor murió. En el libro del tanatorio leí “adiós a mi primo favorito, y un abrazo grande a esta familia tan maja”. Bueno mi prima Bego, hija del tío Daniel, había sido profesora de química, hasta que la jubilaron por incapacidad. En formulación debía de ser muy buena, pero escribiendo lo justo y corrigiendo no daba una. A mí me costaba leer sus cartas, porque no sabía puntuar y yo no me enteraba de nada, lo que nos hacía discutir siempre. No es lo mismo: “hora de comer niños”, que, “hora de comer, niños”. Esto es básico, más adelante la puntuación no hay quien la entienda; por eso mi amigo, Ángel, catedrático de lengua, me suministra unos boletines sobre cómo debe puntuarse.
Ahora, lo que me extrañó, es que escribiera “mi primo favorito”, con el genio que se gastaban Germán y ella. No importa, en los momentos de duelo todos somos los mejores, aunque en el lecho de muerte, yo me quedé sola diciendo “te queremos todos mucho, Germán” y ahí se murió. La una miraba por la ventana, el otro no dejaba de frotarse las manos, en definitiva que solo nos despedimos mi madre a la que el llanto no le dejaba decir nada y yo que no entendía ese despego de los demás. La procesión va por dentro.
Por eso, este año, Leo y yo, nos iremos al Teatro all’Antica. Nada como una comedia para salir de este dramón. La generación del Pájaro Azul nos ha hecho una invitación y no vamos a desaprovecharla. Son muchos días haciendo cuentas en lugar de escribir cuentos, el humo nos sale por las orejas.
Ayer me llamó la abuela. Me contó una historia críptica. Ella solo se acuerda del primer Mundial, el de Uruguay, en 1930. Y digo yo, para qué me habla de Mundiales si a mí no me gusta el fútbol y el único balón que más uso es el de oxígeno.
—Entonces la familia todavía estaba unida, pero creo que todo se rompió a partir del Mundial de Brasil del 50. Tú estate tranquila, no te has enterado de nada, naciste mucho más tarde. Que tengáis buen viaje.
Es que la abuela es muy críptica, a veces, pero de fútbol es la que más sabe. Recuerdo el Mundial del 90 en Italia. A mí me habían mandado con una beca a Berlín. Decían que me faltaba sentido práctico, que era demasiado imaginativa. El hermano de mi madre, el tío Daniel, que tenía mucha influencia sobre ella, debido a que se había quedado viuda demasiado joven, consiguió convencer a todos de que lo mejor para mí era la disciplina alemana.
Leo se ríe mucho. Piensa que no hay nadie más prusiano que yo, y que seguramente puse a los alemanes en órbita, de ahí la reunificación alemana. Él sostiene que me mandaron fuera, porque tramaban algo, que todavía no nos ha quedado claro. Es que la familia del tío Daniel debe de haber ido a clase con los Corleone.
Por eso el año en que ganaron los Bleus su primer mundial, en el que Zidane logró su gloria, convirtiéndose en el héroe de la República yo andaba por Berlín revisando la traducción del Capital al francés, porque Germán se había empeñado en que había párrafos mal traducidos. Yo, por cierto, andaba muy enfrascada, sobre todo con aquel párrafo que dice «Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas». Escribí un artículo en relación con la sociedad líquida de Baumann, pero seguro que ya lo han leído en los coleccionables de la prensa dominical.
Lo importante es que Leo cree que fue entonces cuando la hermana de Bego, Marisa y su pareja, el chico de Lugo, no recuerdo bien su nombre, empezaron a consumir drogas. Luego han dicho que si fue un cáncer, que si hernias discales. En fin, también los jubilaron por incapacidad como al Pablo de Soria. Ellos creen que no me entero, pero como decía mi padre “yo lo guilé”. Creo que por eso han estado sacando el dinero de la cuenta que no era la suya. Mi madre todavía no sabe, pero voy a dejar pasar más tiempo.
La abuela acaba de llamarme otra vez, porque quiere que la incineren, porque si resucita antes de tiempo en la tumba, se va a acongojar. Yo no podía contener la risa, tenía a Leo en el oído libre susurrándome “a Matusalén lo van a sacar de la Biblia para poner a tu abuela Elvira”.