Una vez más nos encontramos frente a frente, sin excusas y casi sin motivo.
Una vez más me siento, te miro y tú me contemplas impertérrito sabedor de lo que va a ocurrir. Tal vez lo sepas incluso mejor que yo.
Tu cara pálida, con ese semblante poderoso y cutis terso te hace importante, especial.
Ahí estás, presente y muy digno y por ello causas tanto respeto que la mayoría huye de ti y se abandonan a otros menesteres menos… menos… quizás tú sepas la palabra exacta que encaja en esos puntos suspensivos.
Sin miedo te mido, te miro, tanteo la jugada maestra mientras impasible me observas aguardando y guardando un silencio sepulcral. Luego serás el altavoz de todos mis anhelos.
Alguna vez había comenzado mis escritos así, en blanco, pero jamas te lo había dedicado a ti, fiel diván de desvaríos, soporte de palabras lastradas a entenderse, receloso, vetusto pero elegante compañero de batallas escritas y perdidas.
Hoy mis palabras que ya son tuyas, de ti, son para ti.
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